No sería exagerado decir que en España vivimos en estado permanente de campaña electoral, y que las campañas electorales, en realidad, desbordan el tiempo legalmente establecido por la ley. A veces uno tiene la sensación de que lo que importa no es tanto buscar el bien de la sociedad y de los ciudadanos, prima el propio interés, y que con tal de alcanzar el poder todo vale.
Para un alto porcentaje de votantes las campañas no sirven para nada, puesto que la decisión de votar a unos o a otros ha sido tomada previamente. Los hay de piñón fijo a quienes no les importa el programa de su partido, ni cuando han gobernado y si lo han hecho bien o mal, es decir, se le perdona lo que haya que perdonar, ya que son aquellos que votan más con el corazón que con la cabeza. Tampoco faltan quienes son tan ingenuos que se creen todas las promesas electorales, aunque sean irrealizables, pensando que se pueden comprar duros a peseta.
La variedad de electores se corresponde con la variedad de ofertas, pero se ofrecen demasiadas soluciones diferentes para los mismos problemas, y lo normal sería que todos se pusieran de acuerdo a la hora de analizar la realidad y encontrar el remedio adecuado, pero da la impresión de que lo que solamente importa es ganar las elecciones. Y así, aunque la solución que los otros propongan sea buena, hay que descalificarla: no se trata de buscar la verdad, sino de acaparar poder.
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