Cuando se van agotando los cursos de enseñanza obligatoria, los jóvenes van preguntándose cuántas carreras existen, sus dificultades, sus salidas profesionales y sus posibles emolumentos. Cuando los políticos comienzan a dar los primeros pasos de la larga andadura de esa profesión, nunca imaginan que, pasados los años colmados de experiencia, su carrera se convierte en un sinvivir angustioso.
Lo peor, cuando se alcanzan determinados puestos de responsabilidad político-social, es la falta de memoria; no se conoce a las personas, no se recuerdan todas sus necesidades, todo se justifica por la burocracia; la impotencia sobrevenida física y moralmente hace que deambulen con cierta altanería por los pasillos que poco antes sacaban brillo. (Hay que tomar De Memory).
Todavía peor es prometer a quien les nombró “obediencia ciega conventual” y jurar o prometer defender la Constitución (pero como obligación impuesta para poder ejercer).
Lo más peligroso cuando se adentra uno en un bosque es encontrarse a alguna fiera hambrienta... mejor sería haber llevado los bolsillos vacíos... ¿Está claro el cuento? Esto último, es lo que debemos aprender desde pequeños: el “respeto” a todo aquel que tiene “hambre”, pero no de fe y justicia sino de grandeza...¿se entiende la ironía?
A los que han llegado a donde soñaban, ocupando puesto de élite, bien pagados y mucho mejor pensionados, un consejo:
“Los ricos siempre supieron atarse el cinto en los momentos de guerra o levantamientos; pasados esos momentos siguieron siendo rico; ¿verdad, don José?
Los pobre en tiempo de guerra o levantamientos se aprovecharon todo lo posible de las circunstancias; pasados esos momentos siguieron siendo pobres; ¿verdad, Paco?
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