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Siéntate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo

La invasión subrepticia
Manuel Villegas
lunes, 15 de mayo de 2017, 08:51 h (CET)
Sé que muchos de los que lean este escrito me tacharán de catastrofista, xenófobo o cualquier otra cosa peor.

Hoy es un pecado social decir la verdad y aunque blasonemos de libertad de expresión y de que podemos decir lo que pensamos, esto, en muchas ocasiones, se queda en agua de borrajas

El proverbio chino que da título a este trabajo, preconiza la paciencia y la calma ante situaciones de difícil solución. Es un consejo para que no nos precipitemos en llevar a cabo soluciones que requieren meditación y tiempo de maduración, pues, caso contrario, por querer solucionar cualquier problema demasiado pronto puede llevarnos a tomar una medida equivocada.

Pero quienes están usando este proverbio no como una mesura de paciencia y serenidad, sino como un fin en sí mismo para ver el final de la civilización cristiana y europea son los millones de musulmanes que, poco a poco, solapadamente de forma maliciosa están invadiendo a Europa.

Ellos el cadáver que quieren ver es la desaparición de la cultura occidental para implantar sus costumbres sus leyes y su Sharia, de forma que todo lo que ha constituido el fundamento, los pilares y los cimientos sobre los que se ha sustentado todo el conocimiento occidental durante miles de años, llegue un momento que el que se diluya como la sal en el agua dentro del pensamiento y las costumbres musulmanas.

No tienen prisa, llevan desde principios del siglo VII expandiéndose por todo el mundo, unas veces a sangre y fuego con el “Cree o muere”, y otras como ahora entrando subrepticiamente en territorios cristianos para implantar su fe, sus costumbres y su modo de vida en sustitución de la nuestra

La miopía, la cortedad de miras de nuestros gobernantes que parece que no ven más allá de sus narices, está actuando cual caballo de Troya, permitiendo con su falta de decisión y firmeza que poco a poco, se vayan adueñando cada vez de más espacio, constituyendo un coto cerrado en el que muchas veces ni la policía se atreve a entrar.

Parece ser que los únicos que les han puesto las cosas claras han sido Putin y el Primer Ministro Australiano que les han manifestado, entre otras cosas, que si quieren vivir en sus países han de amoldarse a las costumbres de cada uno de ellos y no implantar a toda costa su civilización.

No es sólo que estén invadiendo nuestras ciudades, comercios y lugares de expansión y ocio.

Su táctica es más elaborada, poco a poco se van introduciendo en las instituciones en las que llegan a ocupar cargos importantes y preeminentes.

Han constituido sus partidos políticos que pululan por doquier en cualquier país europeo, que son los cimientos para que, sin prisa pero sin pausan puedan copar los cargos directivos de las ciudades y posiblemente de las naciones.

Como muestra tenemos el alcalde musulmán de Londres Sadik Khan quien hace unos meses dijo respecto a los atentados terroristas de las grandes ciudades europeas que eran parte de la vida de las grandes ciudades. O seas, una cosa normal, como los accidentes de tráfico, la contaminación o el exceso de circulación. A buen entendedor pocas palabras bastan. Es decir, los está justificando como una causa natural que hay que soportar como un aguacero o una nevada.

Pero es que haya alcaldes musulmanes repartidos por todo el mundo occidental. En Roterdam, en El Salvador, en España.

Como decimos su fin último es ocupar todas las instituciones claves para, desde ellas, implantar su religión y su modo de vida.

Sigamos, sigamos así, que nuestras autoridades, escudadas en un buenismo injustificado y en una absurda alianza de civilizaciones, los están dejando hacer, sin darse cuenta de que están cavando la tumba de nuestra propia civilización.

Yo no lo viviré, pero dentro de cien o cincuenta años, posiblemente veamos las mujeres europeas cubiertas con velo, cuando no con el burka, y derruido y pisoteado lo que ha constituido la esencia de la civilización occidental.

Ellos no tienen prisa. Están sentados en el umbral de su puerta, esperando que el cadáver de Europa pase por su casa.

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A través del hilo conductor de la escritura a uno le llegan los ecos de su imaginario clarividente, porque como decía aquel: «no hace falta salir para respirar porque podemos hacerlo desde casa, leyendo, pensando, sintiendo y escribiendo». Llevo muchísimos años escuchado el latido de la escritura: «el escribir te inspira, y tú inspiras a las letras».

 
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