Solemos emplear el término promesa para asegurar algunos deseos que pensamos que serán eternos o que en su defecto, siempre estarán presentes en nuestra cabeza si las circunstancias siguen siendo las mismas. La vida es un cambio constante donde todos debemos adaptarnos. Algunos lo harán mejor que otros pero de una forma u otra, habrá que hacerlo, porque si no será la propia vida la que nos ponga en nuestro lugar.
Tenemos la tendencia de realizar promesas cuando estamos felices, enamorados, llenos de ilusión en nuestro interior, cuando nos sobran las energías para emprender, cuando nos sentimos fuertes sin nadie que nos pueda frenar, es decir, prometemos cuando nos encontramos en un estado ideal. Se trataría de una etapa que pensamos que podremos mantener en el futuro y que las personas ante las cuales elaboramos esas promesas, seguirán estando y que se mostrarán, aún pasado el tiempo, de la misma manera que en ese instante.
Y es que nada es para siempre porque todo tiene que cambiar. Y pudiera ser que las personas, a veces, somos tan ilusas que cuando nos prometen algo, tenemos la mala costumbre de creerlo sin desconfiar. Es imposible que alguien, siempre, se muestre constante y menos aún, durante años porque lo sentimientos y las emociones pueden cambiar. Porque las sensaciones y experiencias nos hacen comportarnos y generar actitudes que irán acorde a esos momentos.
Podemos tener amigos, parejas, hijos, hermanos o familiares cercanos a los que, en ocasiones, les hemos prometido muchas cosas porque en ese entorno había que hacerlo, porque nos hemos podido sentir obligados, o simplemente porque era lo que se esperaba de nosotros cuando en el fondo, sabíamos que las palabras que estábamos pronunciando no iban a ser ciertas ni a corto, ni a largo plazo. Pero en ese instante, estábamos generando una seguridad fingida para que otros se sintieran mejor. Pudiera ser, que algunas de las promesas que hemos dado a los más cercanos hayan sido reales y ciertas pero porque, ahí, era lo que nuestro corazón estaba expresando y abriéndose completamente.
El problema surge cuando prometemos y no cumplimos. Será el otro el que nos pida explicaciones por algo que dijimos en un pasado y ahora, ya sea por un motivo o por otro, no estamos cumpliendo. Y es que todo el mundo puede cambiar de opinión. A todos nos puede gustar una cosa ahora y en unos meses o años, cambiar esa valoración.
No te puedes casar con alguien y prometer que será para toda la vida porque pueden suceder muchas cosas por el camino que harán que puedas retroceder en tus promesas de amor eterno. No puedes prometer que serás una buena madre que eliminará por completo las tabletas a sus hijos cuando llegado el momento veas lo que es de verdad, ser una madre. No puedes decir a los amigos que siempre estarás ahí cuando podrán aparecer nuevas amistades que harán que emprendas una nueva rutina. No puedes prometerte a ti mismo que saldrás de ese bache en el que estás inmerso cuando los días pasan y nada de tu alrededor está cambiando. No puedes prometer muchas cosas porque, simplemente las cosas evolucionan. Todo varía según las circunstancias y la fuerza que podamos emplear para ese deseo.
Y no es de cobardes no cumplir las promesas que nos hicimos a nosotros mismos, ni a los demás. Hay que tener claro que, cuando debido a las influencias externas, cambiamos de opinión con respecto a una promesa, nadie está fallando, sólo estamos siendo sinceros con nosotros mismos. Y nadie debe salir dañado porque hay que saber hasta qué punto las palabras que salen de otros se podrán realmente poner en práctica. Prometer es exteriorizar nuestra energía más plena en un instante determinado, pero no debemos olvidar que los estados emocionales tienen mucho que ver para generar dichas promesas y que el significado que les demos, será el que haga que si no se cumple nos pueda afectar en mayor o menor medida en nuestro apego con el otro.
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