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¡Cómo ha cambiado el cuento! Hubo quien dijo que “los lactantes de hoy serán los mamones de mañana”... ¿Les ha enganchado a ustedes, amigos lectores, el cambio? Veamos: ayer, se dejaba la puerta de casa abierta, y a la vuelta te encontrabas una caja de galletas de chocolate; hoy, nos quedamos sin casa, que la disfruta el okupa de turno y que a su vez posee la facultad de alquilarla.
Ayer, sentado en el parque, con Canela, mi perrita, rememorizaba algunas de las circunstancias que he vivido o, mejor dicho, que todos hemos vivido estos pasados algunos cercanos, otros un poco más lejanos. Quiero plasmar en forma resumida, las ideas principales, que de una forma u otra han podido afectar a mi realidad actual.
Solemos emplear el término promesa para asegurar algunos deseos que pensamos que serán eternos o que en su defecto, siempre estarán presentes en nuestra cabeza si las circunstancias siguen siendo las mismas. La vida es un cambio constante donde todos debemos adaptarnos. Algunos lo harán mejor que otros pero de una forma u otra, habrá que hacerlo, porque si no será la propia vida la que nos ponga en nuestro lugar.
Hoy, ya vemos cuan oscuro nuestro panorama, el adiós a las ideas y los compromisos han ido declinando para dar paso a capítulo de la desmemoria política y social, que viene provocando una cascada de degeneraciones, por eso conviene señalar con claridad dónde se encuentra uno, aunque sea a la manera de Perogrullo.
Como en una escena de un filme de terror, en una noche de tormenta eléctrica en Buenos Aires, sonó el timbre de la embajada paraguaya. El embajador paraguayo en la República Argentina, musitó en guaraní: "Ha llegado el gran señor". La secretaria del embajador, Pilar Mallén, fue hasta el umbral para recibir al visitante y abrió la puerta a una sombra que a sus espaldas tenía relámpagos y una copiosa lluvia. Era Juan Domingo Perón.
El cateto, plagiador, embustero y cínico habitante de La Moncloa, cada vez que habla, sube el pan, las verduras y frutas, productos lácteos y cárnicos, embutidos, aceites y vinagres, los pescados, loscarburantes, la energía eléctrica, los productos de droguería, las ropas, el calzado y un largo etcétera que, a buen seguro, todos conocemos y sufrimos. Lo curioso es que este tipo ¡nunca! se siente responsable de sus fracasos.
A lo largo de los últimos dos años la cosa empezó con el Covid, siguió con la Filomena, continuó con los incendios de Sierra Bermeja, hizo eclosión con el volcán de la Palma y ha rematado con la guerra en Ucrania. Menudo par de añitos. La buena noticia de hoy la baso en la tremenda capacidad de los seres humanos para afrontar las dificultades.
Al empezar etapa colegios, mi hijo, cada dos semanas se pone enfermo, entre la época de exámenes que no lleva bien la presión, a pesar de sacar buenas notas, y los resfriados, ya tengo un agotamiento físico y mental que no recuerdo ni quien soy cuando me miro al espejo.
Lo expresó solicitándomelo volcada hacia mí. Rehusar no me caracterizaba ni solía dejarme confundir.
No es tiempo para lamentarse, sino para reparar el daño hecho a ese universo armónico y fortalecerse en nuestras relaciones humanas, si en verdad queremos rehacernos y vivir. En consecuencia, entiendo que ha llegado el momento de hacer presente la ecuanimidad y la entereza en nuestras propias existencias, que siempre son mejorables.
Me gusta el planeta con su horizonte celeste, dispuesto siempre a abrazarnos, pero también me ensimisma ese oleaje de sueños que nos alientan, ese mar de la vida en perenne movimiento, que moviliza el corazón y nos recluta a navegar por los abecedarios de los sentimientos.
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