Hoy, ya vemos cuan oscuro nuestro panorama, el adiós a las ideas y los compromisos han ido declinando para dar paso a capítulo de la desmemoria política y social, que viene provocando una cascada de degeneraciones, por eso conviene señalar con claridad donde se encuentra uno, aunque sea a la manera de Perogrullo.
Tenemos andaluces del tírame la foto y cuenta corriente, andaluces con rostro de cemento, que a mayor barbaridad mejores caudales al bolsillo, cementerio de inútiles con nómina que viven del pasado, mandaderos que van a por tabaco a los nuevos señoritos y que tienen a media familia y alguna amiga metida en nómina con el cuento del alfajor. Pudiéndose con absoluto descaro la escalada hacia arriba, donde lo posible e imposible de la degeneración y desmemoria se encuentra cobijo y pitanza en el tinglado, los colocados en los puestos claves amenazando con el “que me voy”, si no les dejan meter la mano en el cajón.
De aquí la explicación la propia razón del título de este artículo. Soy andaluz de Andalucía de los que creen que esta tierra merece la pena luchar por ella. Por eso no está de más recordar aquella canción tan de moda cuando el gallego, de “Sí yo tuviera una escoba, cuántas cosas barrería”. Merecería la pena cantarla por sevillanas en las próximas ferias de la tierra.
Mas llegó la hora de echar el cuarto de espada de verdad por Andalucía y muchos, pero no tantos, pusimos todo lo que fue posible y con cierto riesgo sin llegar a mártir por la patria, y la esperanza inició su andadura. Y la idea de una Andalucía más libre y digna y culta fue ganando espacio, pero como siempre suele ocurrir se le calentó la boca a más de un listillo y entendieron, que aquello se podía convertir en el negocio del siglo con cuenta corriente a nombre de los cabales y vengan discursos andalucistas en el foro. De tal forma que significó el inició, la degeneración de una idea de cambio demócrata y si se me apura inclinada a la izquierda, donde muchos andaluces y andaluzas de esta tierra teníamos cabida. Con las frustraciones empezó el abandono y el desencanto. Circunstancias que propiciaron cubrir los espacios por los aprovechados que vieron que el filón daba para mucho. Y lo dio para llenar bolsillos con sus cantos de sirenas.
Comprendo lector que sólo leer el título de este artículo puede obligárseles a pensar que el autor de esta crónica o pretende tomar el pelo o carece del suficiente ingenio para titular un artículo: Sin género de dudas advierto, no ser un andaluz de Galicia, por ejemplo. Pero es que cuando no se quiere ser andalucista, que es mi caso, esto no quiere decir que quiero dejar de ser Andaluz, un repique de campanas.
Sentir y luchar por las cosas de la tierra sin cargo al erario público, es lo que me obliga a dejar bien transparente la clase de andaluz que se debe pretender ser. Porque como todos sabemos, tenemos andaluces de muy diferentes modelos y pelos. Por ejemplo: antes de la fiebre andalucista de “pueblo viejo y sabio” teníamos el andaluz folclórico o coña marinera de “Andalucía lo mejor del mundo” “Ele la gracia a espuertas”, estaba también la Andalucía de la gamba en la mejilla, la de “Viva España y Jerez”, pero de una u otra forma por costumbre o porque la autoridad competente del régimen te podía llamar al orden, aquello se soportaba e incluso en muchas ocasiones se caminaba junto aunque no revueltos.
«Los andaluces» Decían: «Ojú, qué frío;» no «Qué espantoso, tremendo, injusto, inhumano frío». Resignadamente: «Ojú, qué frío…» Los andaluces…
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