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Creo que es la palabra que menos me gusta del diccionario. Su sola mención consigue ponerme nervioso y hacerme perder la paz. Sin embargo estimo que es necesario y que hay que convivir con él. Pero esto no quita que sea el peor mal de la humanidad y la causa de casi todos los conflictos que suceden por el mundo. Todas las guerras que hemos sufrido hasta ahora, incluidas la de religión, tienen un motivo final relacionado con el “mardito parné”.
El liderazgo de las políticas nacionales de comunicación debe superar las nuevas asimetrías informativas que desde hace ya un tiempo han implantado “dictatorialmente” las nuevas tecnologías perjudicando al periodismo informativo de siempre. Este periodismo de antes es lógico que se revele en según qué ámbitos y ramas.
En la convivencia humana se aprecian diariamente "delitos" que no tienen pena legal, pero sí la condena social. También hay faltas humanas de perjuicio casi nulo a la población, que tienen pena jurídica. El ardor de los políticos en tiempos electorales no debería encubrir bajezas como la mentira, que por acumulación y dureza generan un ambiente condenable, indigno de un Estado de derecho con monarquía parlamentaria.
Tenemos unos políticos y escritores aparentemente realistas que viven en el mejor de los mundos, a no ser que sepan algo que nosotros ignoramos. No es que no tengan sueños, el problema es que no tienen pesadillas (que podrían materializarse). En esa página lapa pegada a nuestro ordenador, mezcladas con la información más banal, aparecen noticias tremebundas que mueven a dudar bien de su credibilidad, bien de su cordura, dado el resto de la información.
Hoy vamos a reflexionar sobre un problema político clásico, que ha demostrado no solo estar más vigente que nunca, sino también haberse radicalizado en el caldo decadente de nuestras democracias occidentales. En la historia de nuestras democracias, se ha observado un patrón recurrente: una retórica puritana que clama por la moralidad y la probidad de sus gobernantes, acompañada de una realidad política marcada por el cinismo, la hipocresía y la corrupción.
Una sociedad entra en degradación progresiva debido a una serie de “elementos nocivos”, según las normas y leyes de la naturaleza social, de la naturaleza moral y de los juramentos incumplidos. Es la degradación progresiva de una elite social gobernante que termina destruyen una democracia social conseguida con: honradez, igualdad, moralidad social y libertad social.
La antipolítica ha encontrado su mayor triunfo: un apoliticismo político que encarna un rechazo consciente a la política tradicional. Y aquí es precisamente donde la paradoja se vuelve elocuente. La falta de propuestas, los escándalos recurrentes, la constante guerra entre bandos, empuja a un desinterés de la política con nombre y apellidos que desemboca en un afán antipolítico visceral, construido alrededor del rechazo.
De la alta amoralidad política: “Parece que hay una respuesta fácil al problema implícito en este tópico. Cuando se pregunta si los políticos tienen que ser honestos probablemente se responderá: “¡en principio sí!”. Las dificultades surgen cuando la pregunta se plantea en términos más precisos.
El falso capitalismo inmaterial que predican las izquierdas desde tiempos remotos va acorde con las nuevas demandas de la llamada economía de la cultura: son expresiones múltiples que desarrollan prácticas sociales equivocadas y ejercen no sé qué derechos a la palabra con construcciones discursivas, sin símbolos creíbles.
Tal vez muchos de los que estén leyendo esto no tienen la menor idea de lo que es sentir hambre, pero hambre de verdad. No se trata simplemente de la manifestación fisiológica propia del cuerpo cuando han pasado muchas horas desde la última ingesta de alimentos, sino algo peor, que remite a la desesperación que emana de la insondable fuente de injusticia en la que estamos inmersos.
Con frecuencia me asalta la duda de si los seres humanos hemos perdido la facultad de observación que nos llevaría a establecer con claridad las diferencias entre los comportamientos de las personas a título individual o colectivo para saber a qué atenernos en cualquier momento o circunstancia.
En un juego de poder donde las promesas son solo espejos rotos, la hipocresía política se convierte en el pan de cada día. Tanto partidos de izquierda como de derecha se han convertido en maestros del discurso, pero a la hora de la verdad, sus acciones desdicen sus palabras.
Consejos doy y para mí no tengo. Algo así debió decir el diputado ahora dimitido tras los acontecimientos de abuso y violencia sexual a una mujer que lo ha denunciado en la Policía y a otras, que de momento solo lo hacen en las redes sociales. El comunista “Milhouse” se ha pasado años sin reconocer la presunción de inocencia a Ayuso, a su hermano y a cuantos han pasado por delante de él, de ahí que no espere que la sociedad se lo reconozca, aunque la ley le ampare.
Es un hecho indiscutible que hoy al mismo tiempo que se confunden los viejos principios ideológicos que la sociedad identificaba con el conservadurismo, el liberalismo o el socialismo/comunismo, los intelectuales también se han diluido o confundido en este tsunami de nuevas corrientes costumbristas o de pensamiento. La justicia, la dignidad y la verdad, 'leit motiv' de sus discursos, ensayos y oratorias, han sido aparcadas en aras del relativismo moral imperante.
Antes de abordar el conocimiento del objeto, permítanme que me retrotraiga a uno de los ejemplos más extravagantes que recuerdo de la política local catalana. En el año 2007, Ariel Santamaría, también conocido por el “Elvis de Reus”, encabezó la lista de su propio partido: ‘la Coordinadora Reusenca Independent’ en las elecciones municipales de Reus. Obtuvo 1831 votos, un escaño y su firme promesa de plantar marihuana en los parques, construir un “follódromo público”.
Educación y libertad, dos derechos básicos de toda sociedad moderna. Da miedo pensar que un gobierno elegido, en principio, para una legislatura se atreva a remover los cimientos de nuestra libertad. Desechar la enseñanza del español en Cataluña, es derrotar a España desde el interior del Gobierno. ¿Qué juró el Presidente? ¿Qué juraron los ministros? ¿Qué juraron los altos cargos del Estado?
Es verdad que con las redes sociales digitales las narrativas de antes han perdido eficacia, me refiero a la elegancia y a la eficacia de la densidad del concepto nación. A menudo se cae en la trampa de las agendas que proponen una modernidad en decadencia, sobre todo, en un mundo global donde la desterritorialización y el anonimato de las grandes compañías multinacionales dejan atrás el buen capitalismo industrial de antaño.
Antes de comenzar hay que hacer una aclaración: la terminología utilizada puede parecer imprecisa, incluso errónea. ¿Por qué? Simplemente porque las cosas son así, imprecisas: no tenemos la culpa de que los nombres de los partidos no se correspondan con sus actuaciones ni los nombres de las actuaciones con sus contenidos. Y no estamos hablando de estrategias, que pueden ser objetivos remotos, sino de tácticas a corto y medio plazo.
Es de vital importancia que en nuestro país se lleven a cabo propuestas de resolución encaminadas a mejorar la transparencia y la confianza de los ciudadanos en los cargos públicos. Deben ser propuestas e iniciativas creíbles para acabar con el desencanto instalado en la sociedad respecto a la clase política.
Dos películas “El capitán” y “El salto”, describen de una forma certera y muy realista el sufrimiento y la tragedia que hoy rodea a quienes, huyendo del hambre y la miseria de sus países de origen deciden abandonar su tierra africana y sus familias, por encontrar en “El Dorado europeo” el fin de su desventurada vida.
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