Fernando Ónega finaliza su escrito “Una pequeña propuesta”, así: “Me limito a hacer una modestísima proposición: ¿sería mucho pedir del ejecutivo de quien depende la solvencia de las decisiones oficiales de que se sometan a una prueba de idoneidad? No se hará porque no interesa a los compromisos de esta máquina de colocación que son los partidos. No tengo ninguna duda: si lo hiciese se devolvería la confianza a la sociedad”. El mismo Ónega escribe: “La guerra entre partidos que dice mucho de su ansia de poder y muy poco de la voluntad desinteresada de servir. Y quien habla de la frivolidad en el nombramiento de los cargos públicos”. La Dana valenciana se ha encargado de descubrir la incompetencia de algunos cargos públicos.
¿Por qué fracasan los dirigentes políticos escogidos democráticamente?
Los israelitas acudieron al profeta Samuel a decirle que querían un rey como tenían las naciones vecinas. La petición disgustó al profeta. Dios le dijo a su triste siervo: “No te han rechazado a ti, sino a mí me han desechado para que no reine sobre ellos” (1 Samuel 8: 7). Dios ordena a Samuel que unja como rey a Saúl que era “un joven hermoso, entre los hijos de Israel no había otro más perfecto que él, de hombros arriba sobrepasaba a cualquiera del pueblo” (1 Samuel 9: 2).
En un principio el monarca escogido democráticamente cumplía las expectativas puestas en él. ¡Ay! “El Espíritu del Señor se apartó de él” (1 Samuel 16: 14). El Señor Jesús explica la parábola del espíritu inmundo que regresa a casa. El espíritu inmundo, por lo que sea, sale del hombre. Transcurre un tiempo y desea regresar a la casa que había abandonado. La encuentra desocupada, limpiada y adornada. Sale a buscar siete espíritus peores que él para morar en ella. Coletilla: “Entonces va, y trae consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados moran allí, y el postrer estado de aquel hombre vino a ser peor que el primero” (Mateo 12: 43-45). Esto es lo que le sucedió a Saúl: “El Espíritu del Señor se apartó de Saúl, y le atormentaba un espíritu malo de parte del Señor” (1 Samuel 16: 14). Por haberse apartado del Señor Samuel le dice a Saúl: “El Señor ha rasgado de ti el reino de Israel y lo ha dado a un prójimo que es mejor que tú” (1 Samuel 15: 28). Por haber perdido el favor del Señor Saúl va de Herodes a Pilato. Carece de consejeros que le adviertan.
Se acerca un enfrentamiento con los filisteos. En su desesperación dice a sus siervos: “Buscadme una mujer que tenga espíritu de adivinación, para que yo vaya a ella y por medio de ella pregunte” (1 Samuel 28: 7). Dicho y hecho. Consulta a la nigromántica y regresa al campamento a reunirse con sus tropas. La aniquilación de su ejército fue total. Saúl se suicidió dejándose caer sobre su espada. El epitafio es muy revelador: “Así murió Saúl por su rebelión con que prevaricó contra el Señor, contra la palabra del Señor, la cual no guardó, y porque consultó con una adivina. Y no consultó al Señor, por esta causa el Señor lo mató y traspasó el reino a David, hijo de Isaí.
Volvamos atrás: “Dijo el Señor a Samuel: ¿Hasta cuándo llorarás a Saúl, habiéndole yo desechado para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite, y te enviaré a Isaí de Belén, porque de sus hijos me he provisto de rey” (1 Samuel 12: 1). Sin pensárselo dos veces Samuel llena el cuerno de aceite y sale disparado hacia Belén para cumplir el encargo que le ha mandado el Señor de ungir como rey a uno de los hijos de Isaí. ¿Cuál de ellos? A pesar de que Samuel es un ferviente siervo del Señor, duda. ¿Qué señal verá que le permita identificar al hijo de Isaí que tendrá que ungir como rey de Israel? Al presentarse los hijos de Isaí ante él se fijó en Eliab. Se dijo: “De cierto delante del Señor está su ungido” (1 Samuel 16: 6). El Señor tuvo que pararle los pies y decirle. “No mires a su persona, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho, porque el Señor no mira lo que mira el hombre, porque el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón” (v. 7). Cuando al final se presentó David, el hijo pequeño de Isaí. “Samuel tomó el cuerno del aceite y lo ungió en medio de sus hermanos y desde aquel día en adelante el Espíritu del Señor vino sobre David” (v. 13).
A pesar de que David fue escogido por Dios por ser un hombre de su propio corazón y que “el Señor le hubiese mandado que fuese príncipe sobre su pueblo” (1 Samuel 13: 14), no dejó de ser un pecador. En las páginas de la Biblia han quedado registrados sus muchos pecados, todos ellos perdonados cuando se arrepentía y pedía perdón al Señor. Dios trabaja por medio de vasos de barro que son muy frágiles y no deja de hacerlo mientras sigan siendo conscientes de su fragilidad. El Señor le dijo al apóstol Pablo. “Bástate mi gracia porque mi poder se perfecciona en la debilidad, por tanto, de buena gana me gloriaré mas ben en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Corintios 12: 9).
Saúl fracasó como rey al no resistir al diablo y permitir que un espíritu maligno de parte del Señor le atormentase (1 Samuel 16: 14), y no se arrepintiese de sus desobediencias. La trayectoria religiosa de David como rey queda reflejada en el salmo 51: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia, conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mi” (vv. 1-3).
Saúl rey incrédulo se dejó guiar por un espíritu malvado y murió suicidándose, dejando el reino hecho ciscos. David, hombre humilde ante el Señor, no escondió su pecado ante Él. Dejó el reino en su su máximo esplendor. Su epitafio dice: “Y murió de buena vejez, lleno de días y de gloria” (1Crónicas 29: 28).
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