Da la impresión que la humildad en la política es un pecado para los cristianos, un error para los demás. Aquí siempre es quién la dice más fuerte, o quién hace más ruido para ser noticia y salir en los medios, y todo por un titular, por unos minutos en los telediarios e informativos.
En esta olimpiada del “ego” la batalla por la medalla de oro, en nuestro país, está muy competida: para los allegados a los del “ego” siempre habrá una justificación, y para los contrarios u oponentes serán merecedores del “caña, caña y caña”.
Por otro lado, luego están los gobernantes, con los que habría que hacer pedagogía especial para que aprendan lo que somos los españoles. La verdad es que este enfrentamiento sin aportar nada, sólo sirve de miseria intelectual, pero además, mientras “esos políticos del ego” están entretenidos en sus peleas de palacio, los ciudadanos seguimos sufriendo las consecuencias de la inacción.
Últimamente, en la guerra o pelea entre el poder ejecutivo y el legislativo, se ha unido el poder judicial, que se nos ha echado al monte tomando resoluciones que parecen verdaderas declaraciones de intenciones, donde más que juzgar hechos, muestran gustos y opiniones que nadie les ha pedido.
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