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Quizás hoy día estamos asistiendo a hechos nuevos que como en los últimos cien años crearon nuevas fronteras. La posible partición de Ucrania, así como la unificación de Rusia y Bielorrusia, nos están avanzando esos cambios. También son muy relevantes la “reciente” recuperación por parte de China de Hong-Kong y Macao, y la probable y cercana recuperación de Taiwán.
Nos toca vivir una grave crisis d liderazgo político. Vayamos a donde vayamos descubrimos que los políticos no abordan los problemas que tienen que tratarse urgentemente. La burocracia que se ha implantado no permite hacerlo y la desidia les impide mover un dedo para eliminarla. Los políticos que las urnas han favorecido se parecen a cotorras.
Dos rasgos peculiares han favorecido la gestión del comentario de hoy y su contenido. La relectura de un libro que mantengo entre mis preferidos y el acercamiento a la situación real de la presencia humana en el mundo. El libro es “El quinto día”, de Frank Schätzing; nos viene de perlas, para enlazar con una serie de consideraciones relacionadas con las andanzas de los seres vivos en mares y tierras, unas de lo más patentes y otras poco o nada conocidas.
Recuerdo aquellas noches, después de las sencillas cenas de un colegio religioso, cuando salíamos a los patios del Colegio, en realidad las partes traseras del edificio. No olvidaré los paseos en grupo, rodeando a alguno de nuestros profesores. Se hicieron famosos los que presidía un sencillo sacerdote venido de Japón.
Frente a esta atmósfera de contiendas y tensiones, que están generando una escalada de crisis muy grande por todo el planeta, es de gran importancia activar el corazón, al menos para poder enmendarse uno hasta consigo mismo y poder entrar en relación. Ciertamente, el ruido ensordecedor de las controversias nos deja sin alma, totalmente desprotegidos entre sí, con un modelo de vida egoísta a más no poder.
Tal vez todo se reduce a que estamos viviendo tiempos de incuria, definida en el diccionario como abandono o falta de cuidado. Es decir, dejadez. Nuestro vocabulario se va simplificando, se acorta en variedad y nos faltan palabras para conceptuar lo que está ocurriendo; igual por ello no somos capaces de remediarlo.
Se advierte muy en boga la referencia a la guerra cultural, bastante relacionada con la propaganda de siempre que, como los viejos rockeros, nunca muere y solo se adapta a las circunstancias; es sabido que adquiere especial relevancia durante los conflictos bélicos, pero también inunda los tiempos de paz, en el marco de la contienda política diaria, ligada a la dinámica del Poder.
Algo ocurre con la salud de las democracias en el mundo. Hasta hace pocas décadas, el prestigio de las democracias establecía límites políticos y éticos y articulaba las formas de convivencia entre estados y entre los propios sujetos. Reglas comunes que adquirían vigencia por imperio de lo consuetudinario y de los grandes edificios jurídicos y filosófico político y que se valoraban positivamente en todo el mundo, al que denominábamos presuntuosamente “libre”.
Existen las banderas desde tiempos lejanos. Se presume que, ya en la antigüedad, tribus y pueblos las usaban para distinguir amigos de enemigos en el campo de batalla. Conocemos que las legiones romanas portaban estandartes a la manera de distintivo o identificación pero, en todo caso, relacionados con la guerra. Y ya en la Edad Media, se emprendió, según afirman los especialistas, la tarea de concebir las banderas como emblemas de poder y soberanía.
Nos desbordan los liderazgos corruptos. Cada día proliferan más los trepas en este mundo confuso, enviciados por el vicio del desorden y apegados al dinero, con su manera de vivir cómodamente el propio estatus, sin honestidad alguna. El incentivo de una doble vida siempre está ahí, lo que debe hacernos reflexionar, sobre el tipo de servidores que somos.
Visto desde fuera de las fronteras de La República de Argentina, Javier Milei, el actual presidente, candidato por Libertad Avanza, puede parecer un tipo sacado del programa de los teleñecos. Un individuo mal peinado y extravagante, que alardea de esa excentricidad como cualquier populista al uso. En cierta manera, a mí, personalmente, me recuerda a Triki, el monstruo de las galletas de Barrio Sésamo.
En 1987, publicaba Alain Finkielkraut “La derrota del pensamiento”. Entre otras cosas, aseveraba su autor que los ideales ilustrados, como la razón y el humanismo cosmopolita, parecían esfumarse descollados por la exaltación nacionalista y el etnicismo, en la línea del romanticismo alemán y de su Volkgeist. Quedaba mucho que trillar, pero se apuntaba el inicio de un proceso que desemboca en nuestro presente.
A esa Roma llamada libertad, unión, progreso no se llega ignorando la historia, mintiendo la realidad y despreciando al de fuera. A esa Roma se llega respetando los derechos de todos, la libertad de todos y la justicia por todos aceptada. Roma se destruyó a sí misma por el ego de sus mandatarios, nunca el pueblo, pobre y hambriento, fue responsable de su división.
En el proceso seguido en las últimas elecciones, todo se viene desarrollando conforme al guión, es decir, sin sorpresas, esperando que así sea hasta que concluya el trámite. No podía ser de otra manera, porque previamente el resultado estaba decidido y la aparición del cisne negro casi quedaba excluida.
Es una realidad que a veces no se nota, pero está como satanás detrás esperando turno para actuar, y se llama fanatismo. El que se viste de miles formas: de saco y corbata, de obrero, de campesino, de político, de buena gente, etc., y se desplaza en muchos rumbos y subterfugios solapados, y eso es peligroso en estos tiempos modernos para las sociedades, gobiernos, desarrollo y bienestar común para todos.
Convendría que la ciudadanía, más allá de ilusiones electoralistas puntuales, tomara en consideración que, pese a la democracia al uso, manda la partitocracia de turno, pero si se hurga un poco en el asunto político, aparece en escena el que realmente manda. Si la cuestión de mandar, que no la de gobernar, se planteara en términos económicos, la respuesta seria en este punto tan obvia que no merecería ni un solo comentario. Bastaría decir que el dinero.
Hoy quisiera invitarlos a reflexionar acerca de un problema, que es estrictamente moral. Toda la vida me opuse fervientemente a sostener la típica frase cliché que sostiene que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, justamente porque pensaba que no es justo atribuir a los votantes las responsabilidades personales del impresentable que termina ganando una elección y olvida completamente la decencia al momento de asumir su cargo.
Parece que en el mundo se está desarrollando un aborregamiento social intransitorio o quizás estamos sufriendo una pandemia de miopía social preocupante, posiblemente como consecuencia de una falta de valores, de principio, de inteligencia y de cuidado a la frágil figura de la libertad y el respeto.
África propondrá al resto del mundo que se aumenten los impuestos al carbono para derivar recursos hacia la acción climática en los países en desarrollo, según los borradores de un documento que debate esta semana una cumbre regional sobre el clima cuya fase ministerial comenzó en Nairobi.
Los gobernantes de los doce países de América del Sur, reunidos en Brasilia, establecieron un “grupo de contacto” encabezado por sus cancilleres para elaborar una “hoja de ruta” destinada a impulsar, por tercera vez, la integración de la región en un bloque, con área de libre comercio incluida.
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