En 1987, publicaba Alain Finkielkraut “La derrota del pensamiento”. Entre otras cosas, aseveraba su autor que los ideales ilustrados, como la razón y el humanismo cosmopolita, parecían esfumarse descollados por la exaltación nacionalista y el etnicismo, en la línea del romanticismo alemán y de su Volkgeist. Quedaba mucho que trillar, pero se apuntaba el inicio de un proceso que desemboca en nuestro presente.
Y, en semejante devenir, parece haberse liberado una ofensiva contra el conocimiento, el de la luz de la razón frente a la oscuridad de la superstición. Ha ido esta última adquiriendo nuevas formas para aparentar otra cosa, pero superstición es al fin y al cabo, como lo es todo aquello sin otro fundamento que la pura ideología y el subjetivismo extremo, añadido el aderezo ofrecido por la emergencia de variadas religiones laicas. Por consiguiente, derrota del pensamiento y también del conocimiento.
Tomando como referencia la organización medieval del saber y su transmisión a través del Trivium y el Quadrivium, no queda claro si, ese proceso que confluye en nuestros días, supone un predominio del primero sobre el segundo, mediante la hipertrofia progresiva de lo peor de la retórica, o si ambos troncos del conocimiento retroceden superados por el piélago de un oscurantismo redivivo y vestido con ropajes nuevos.Se trata además de un fenómeno casi planetario.
En “Un mundo feliz”, de Huxley, el “Estado Mundial” que se describe en el relato tiene como lema comunidad, identidad, estabilidad. ¿Nos recuerda aspectos del presente? Fue, en realidad, el título original de la novela “Brave New World” (¿nuevo mundo valiente?), y se trataba al parecer de tener valentía para renunciar a las libertades abriendo las puertas a ese nuevo orden de “progreso”; la ingeniería genética y la inteligencia artificial ponen, de este modo, a Huxley de nuevo en órbita en el contexto de lo que se denomina transhumanismo, muy relacionados con los objetivos de la famosa Agenda 2030. En esencia, se trataba en aquella distopía de renunciaral libre albedrío para alcanzar la felicidad; sorprende cómo se asemeja el discurso de una ficción de hace noventa años con el que se maneja en la actualidad. Tal vez Huxley fue visionario o tal vez dio ideas a los diseñadores sociales de hogaño.
Se aconseja leer, o releer, la obra y sumergirse después en los objetivos que quienes dirigen el mundo del siglo XXI tienen para todos nosotros. Seguro que se hallan semejanzas y paralelismos bastante inquietantes. Es posible que quien habite una distopía, o more en las puertas de la misma, no sea consciente de ello sin algún apoyo como el recomendado, literario o de otro tipo. Alain Finkielkraut, aludido al principio de esta columna, vislumbró la punta del iceberg que nos anega, intuyendo la incipiente tendencia a lo emotivo e irracional allá por los años ochenta. Más tarde, continuó el francés un picoteo editorial en torno a diferentes cuestiones, siempre en la misma línea, entreviendo la parte emergida del bloque de hielo, pero sin profundizar, pero su “Derrota del pensamiento” avistaba algo que germinaba, y que siguió brotando hasta emerger del todo.
Finkielkraut, Huxley y la Agenda 2030: búsquese la interrelación sin pasión ni teorías conspiratorias, solo con el raciocinio y su luz, para poder conocer hacia qué lado cae la oscuridad.
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