Dijo en cierta ocasión Lord Acton, allá por mitad del siglo XIX, que «el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente. Los grandes hombres son casi siempre hombres malos...».
Parece que hoy día a esos «grandes hombres» se les ha investido con una especie de capa de visionario del futuro, de emprendedor de la gloria y, cómo no, de salvador de la humanidad. Son ese grupo de sultanes representantes de las Big Tech, de los oligopolios del capitalismo tecnológico que se nos presentan como los iluminados del futuro y de nuestro bienestar.
Sin embargo, si uno despierta de la hipnosis en la que nos tienen acostumbrados, estos tipos que se exponen con aire de democracia y libertad no dejan de ser los auténticos señores feudales de la era digital.
Todos y cada uno de ellos tienen los mismos patrones por los que se regía el Feudalismo, pero en lugar de en lo tangible, han creado sus parcelas de poder en lo virtual.

En la oscura Edad Media, el señor feudal poseía el terreno y este era cedido al tercer estado, o preferentemente a los villanos, para que lo trabajara y lo explotaran. El vasallo y los villanos cultivaban el terreno y debían pagar a su señor feudal una sustanciosa cuota que les permitía seguir sobreviviendo y continuar con su labor de campesinado, sin posibilidad alguna de prosperar ni, por supuesto de cambiar los estamentos sociales. La presión y la sobreexplotación de la mano de obra por parte de los señores feudales, era una de las principales características de la época.
Después, dando un gran salto en el tiempo se pasó a la época de la Revolución Industrial, donde los explotados eran los trabajadores de las fábricas, en las que se empleaba a mujeres y niños con jornadas laborales extenuantes y sin protección social alguna. Años de revueltas, padecimientos y continuas manifestaciones llevaron a conseguir, finalmente, los beneficios sociales de los que se gozan hoy día.

Sin embargo, en pleno siglo XXI, en la era de la digitalización, estamos viendo como el ‘Giga capitalismo’, como lo define el periodista toscano Riccardo Staglianò, ha concentrado en pocas manos unos patrimonios prácticamente inconcebibles. Gates, Musk, Zuckerberg, Bezos o Jobs son los nuevos milmillonarios, los nuevos señores feudales de la era virtual. Ellos son los que han sustituido a los predecesores del bombín y del puro. Atrás queda esa anticuada imagen de Rockefeller fumando un habano mientras los pozos petrolíferos trabajan a pleno rendimiento bajo la mirada extenuada de sus trabajadores bajo la lluvia de un producto viscoso y negro.
Los nuevos señores feudales no necesitan, ni tan siquiera, ensuciarse las botas. De ahí su indumentaria zen. Zapatillas cómodas, gorrita juvenil, paseos soñadores y quiméricos sobre sus escenarios de realidades predictoras, donde se vanaglorian de sus miras de clarividente. Se nos presentan como la encarnación de un capitalismo de rostro humano y sin embargo solo les mueve la avaricia despiadada y sádica.
Despiadada porque se trata de ciudadanos fabulosamente ricos que se permiten caprichos que en el pasado solo podían tener los Estados más potentes del mundo. Antes de que Elon Musk subiese al espacio, solo habían ido Rusia, Estados Unidos y China. Sí, una avaricia despiadada porque, debido a su presión sobre los Estados, se permiten el lujo de pagar, en porcentajes, menos impuestos que un mecánico, que un jubilado o un maestro. Y para más inri, estos mismos iluminados, que se niegan a pagar impuestos, son los mismos que reciben las ayudas del Estado para fomentar la era de la inteligencia artificial.
Por poner un ejemplo, una donación ocasional de seis mil millones de dólares por parte de Musk, Bezos y otros mega millonarios podría acabar con el hambre de cuarenta y dos millones de personas, incide Riccardo Staglianò en su libro publicado por la editorial Altamarea. Esta cifra no es casualidad, porque es, según David Beasley, director del Programa Mundial de Alimentos, lo que puede aumentar el patrimonio personal del amo de Tesla en un solo día.
Pero, además, estos avarientos señores, tan combativos con la sindicalización, hacen de la globalización su gran arma de codicia hasta fines insospechados. Mientras que una empresa al uso, como Zara o Mercadona, dedicada a la industria o a la venta de ropa o alimentos, necesita de una serie de estructuras como maquinaria, inmuebles y una fuerza laboral de miles de empleados que haga que todo funcione, para ellos, para los sultanes de la digitalización, eso es precisamente lo que hay que quitarse de encima. Soltar lastre. Cuantos menos inmuebles deban soportar y cuantos menos empleados mejor, pues supone multiplicar las ganancias a la enésima potencia.
En el caso de Uber, por ejemplo, nos comenta el periodista italiano, el carburante, el seguro, las horas de conducción, la mano de obra, la pone el taxista. La empresa sólo pone la app y la publicidad para darla a conocer. El taxista es el villano del señor feudal que, gracias a la digitalización, debe pagar entre el veinticinco y el treinta por ciento. O el caso de Airbnb. ¿Dónde está la inversión en inmuebles? ¿Dónde están los seguros de responsabilidad civil? ¿dónde están los trabajadores de sus cadenas hoteleras? Más de siete millones de habitaciones en cien mil ciudades del mundo sin poseer ni siquiera una sola.
Y resulta que nuestros nuevos señores feudales ponen el grito en el cielo diciendo que son creadores de puestos de trabajo (job creators) cuando se les exige pagar impuestos. En realidad, lo único que son es evasores de impuestos.
Nuestros nuevos señores feudales están por encima del bien y del mal. Lejos, muy lejos de los compromisos con la ciudadanía, con los desfavorecidos y los vulnerables, incluso de manera sádica. Son el ojo que todo lo ve. Así lo pronosticaron Zuckerberg y al alto cargo de Google, Eric Schmidt. «Si nos dais más información de vosotros mismos, de vuestros amigos, podemos mejorar la calidad de vuestras búsquedas. No nos hace falta que tecleéis nada. Sabemos dónde estáis, sabemos dónde habéis estado. Podemos saber, más o menos, qué estáis pensando».
Los nuevos señores feudales nos han arrebatado cualquier atisbo de soberanía personal e intentan meterse en nuestras mentes para manipularlas. Se hacen con la atención de los ciudadanos, con la misma prospección con que Rockefeller extraía el petróleo, o con la que los empresarios del fracking extraen el gas de las entrañas de la tierra. Y cuando los pozos se secan, o las tierras se vuelven improductivas al agotar las fuentes de agua y contaminar los mantos freáticos se buscan nuevos yacimientos. Como lo buscan los señores feudales de la digitalización y de las redes sociales. No importa la ética, porque cuando esa franja de edad cerebral se haya agotado, habrá que dirigirse a personas cada vez más jóvenes e influenciables. Habrá que buscar el escándalo, porque este tiene más posibilidades de hacerse viral que una información rigurosa, y por lo tanto más rentable. De todos es sabido que el algoritmo de Facebook premia de manera exorbitante las reacciones de rabia y odio. Y ya ni hablamos de X, utilizado de manera descarada inventando noticias falsas para influir en las elecciones al poder de un país como los EE. UU.
Al fin y al cabo, qué más da, si el feudalismo digital se exime de cualquier tipo de responsabilidad en lo que se publique en sus plataformas. Ellos están con la libertad de expresión y contra la censura. A ellos no se les puede hacer responsables de las locuras que publiquen terceros egomaníacos. Ellos solo ponen la plataforma para que la gente se comunique virtualmente. Es su manera de unir la humanidad y a la que debemos estar agradecidos. Lejos queda su responsabilidad, como lo tendría cualquier editor de un periódico o de un medio de comunicación al uso. Ellos son los iluminados de la nueva era que están por encima del bien y del mal.

Es preferible levantar la mirada a Marte que preocuparse de lo que ocurre en la Tierra, siempre y cuando sean los nuevos señores feudales los que poseen las tierras… virtuales.
|