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La cosificación es una triste realidad del mundo actual, aunque también es una constante a lo largo de la historia de la humanidad. La dignidad es un valor irrenunciable que, con la esclavitud antigua y la pobreza, la violencia causada por las guerras y conflictos y la desigualdad e injusticia ha provocado el sufrimiento, a una considerable parte de seres humanos.
Los tres sistemas capitalistas más influyentes del mundo, EEUU, Japón y Europa, formaron la trilateral en 1973 con el objetivo de buscar el entendimiento y la cooperación entre las tres potencias y una defensa de la liberalización comercial y financiera, eliminando cualquier obstáculo a la internacionalización del capital.
Chagall en sus cuadros previó (sin tener intención de ello, intuimos) el primer cuarto del siglo XXI: una época que luce pintada con trazos imprecisos y en la que la cotidianidad aparece suavemente desdibujada; como envuelta en una atmósfera deletéreamente ensoñadora.
Quien hace hoy negocio con todos es el capitalismo. Aquellos valores de la intelectualidad de la Ilustración, que iluminaron al capitalismo moderno, entre los que merecen ser citados humanidad, progreso, bienestar, derechos, libertades y justicia. Todos pasaron a ser proyectos que más tarde se han ido adecuando a sus intereses mercantiles, a la vez que se iba modelado la mentalidad general.
Se dice que el pueblo vota periódicamente, para pasar el rato, porque todo viene hecho, y de vez en cuando habla, aunque sea para perder el tiempo. Ahora resulta que, en contra de lo previsto por algunos, ha hablado con cierta efectividad, llamando a la prudencia, para tratar de volver a ser pueblo, y no un combinado de grupos diversos que lo fracturan continuamente, aunque procuren dosis de espectáculo para entretenerle.
Estudié Historia Contemporánea en BUP y COU (con aquellos comentarios de texto tan valiosos), y me quedó claro que con el estalinismo se desarrolló la idea de que la guerra es inevitable: no fueron pocos los revolucionarios que no siendo estalinistas compartieron y comparten esa idea. En ese camino ha habido deformaciones del pensamiento revolucionario. Por ejemplo: "dictadura del proletariado".
El capitalismo se puso en marcha impulsado por un lema bien conocido: «Dejar hacer, dejar pasar». Unos reconocen su autoría a Vincent de Gournay (1712-1759) y otros a Pierre Samuel du Pont de Nemours (1739-1817), pero, sea cual fuese su original creador, lo cierto es que ninguna frase refleja mejor lo que necesitaba la sociedad de la época para que se consolidara una economía como la capitalista.
Verdad es que ideología suena a palabra maldita y fea y que verdad, exenta de carga ideológica, pasa por sentido común y certeza absoluta. En el Evangelio de san Juan se hace decir a Jesús de Nazaret que “yo soy el camino, y la verdad, y la vida.” La frase, literal o recortada, luce en numerosos frontispicios de iglesias cristianas.
Lo que fascina rompe la monotonía de la rutina cotidiana y atrae de manera irresistible. Lo monstruoso se transforma en algo extraordinario o fantástico. Los liderazgos fascistas se nutren, más allá de razones sociológicas y de la singularidad de cada contexto histórico, de la fascinación de las masas. Lo fascinante, con unas gotas de horror pánico y miedo escénico, engancha de modo casi invencible.
Las guerras y la propaganda son las dos grandes armas de destrucción masiva del imperialismo capitalista. Dicho de otra manera: vivimos en sociedades jerarquizadas de ordeno y mando donde el consenso social, político, ideológico y cultural, la denominada normalidad, se consigue preferentemente a través de la publicidad y el control mental de las masas mediante sugerencias sibilinas o abiertas repetidas machaconamente hasta la saciedad.
Dice la doctrina capitalista que solo hay un dios, y este es el dinero. A unos les toca engrandecer el material de culto y a otros, en su calidad de fieles, cumplir con aquello de consumir, consumir y consumir. Del cumplimiento de este mandato ha sido encargada la política, en cuanto que dispone de las claves para el ejercicio del poder en el terreno real.
Karl Jaspers fue un gran filósofo alemán y un psiquiatra. Nació en 1883 y falleció en 1969 a los 86 años. Fue profesor de filosofía en Heidelberg hasta 1937. Entre sus obras destacan Psicopatología general publicada en 1913 y Psicología de las concepciones del mundo de 1919. Su obra principal es Filosofía en tres volúmenes. También un libro sobre Nietzsche y más obras. Poseyó una gran sensibilidad ética.
Desde sus orígenes, los usuarios del poder, para reforzar su papel dominante, han acudido a la doctrina. Su efectividad ha quedado debidamente acreditada a lo largo de la historia. De tal manera que no ha habido poder duradero sin que intervenga la doctrina, aportando ese matiz legitimador que la caracteriza.
En su nuevo libro, el reputado economista Juan Torres López los analiza como expresiones de una crisis del capitalismo neoliberal que, ante la desorientación y la impotencia de la izquierda contemporánea, choca con la democracia y alimenta el auge de la extrema derecha.
Algo ocurre con la salud de las democracias en el mundo. Hasta hace pocas décadas, el prestigio de las democracias establecía límites políticos y éticos y articulaba las formas de convivencia entre estados y entre los propios sujetos. Reglas comunes que adquirían vigencia por imperio de lo consuetudinario y de los grandes edificios jurídicos y filosófico político y que se valoraban positivamente en todo el mundo, al que denominábamos presuntuosamente “libre”.
En 2008, José Saramago escribió: «Vivimos en el tiempo de la mentira universal. Nunca se mintió tanto». Los hechos le dan la razón constantemente y hace unos días lo hemos vuelto a comprobar en la última carta anual a los inversores de Larry Fink, presidente del fondo BlackRock. Con este moviliza más de 10 billones de dólares en todo el mundo y sólo en Estados Unidos controla el 88% de las acciones de sus 500 más grandes empresas .
Convendría detenerse en observar algo evidente, profundamente asociado al transcurrir de la existencia, como es el protagonismo que ha tomado el mercado, que incluso es capaz de superar el papel asignado a la política, pasando a ser guía conductora de muchos pueblos.
Mientras el hombre común ha pasado a ser un número en un panorama social de masas como el actual, los grupos han tomado protagonismo en la sociedad consumista, amparados ideológicamente por la inteligencia capitalista y alimentados en la práctica por los operantes empresariales. La consecuencia es que el individuo común, el único que debe contar en la base de una sociedad libre y verdaderamente abierta, ha entrado en proceso de franca decadencia.
En la práctica, el constitucionalismo es un producto jurídico ideado por los antiguos representantes del gran capital para ilusionar a las gentes y manejar entre bastidores su destino. Sirvió de fundamento a lo que se bautizó como Estado de Derecho. Atento al principio del imperio de la ley, esta pasó a ser el alma del sistema, un producto maleable que atendía, en teoría, al interés general, pero venía afectada por intereses particulares.
Lo que se observa es una nueva sociedad construida desde el mercado, bajo la protección de la política y la colaboración de los medios, asumida pacíficamente por las gentes de buena parte del mundo, donde se respira un cargado ambiente de falsas libertades. Auspiciada por los intereses del mercado y la política, hay que señalar que la doctrina capitalista ha trabajado de forma eficiente para transformar la sociedad, sin levantar sospechas.
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