Chagall en sus cuadros previó (sin tener intención de ello, intuimos) el primer cuarto del siglo XXI: una época que luce pintada con trazos imprecisos y en la que la cotidianidad aparece suavemente desdibujada; como envuelta en una atmósfera deletéreamente ensoñadora. La gravedad cero que va siendo inducida por los más ignomínicos resortes del turbocapitalismo está sustrayendo paulatinamente los cimientos civilizatorios que milenios de historia han ido conformando como contrabasa del progreso por venir.
Quien permanece asido a precedentes paradigmas no puede dejar de sucumbir al asombro diario de contemplar a altos ejecutivos en patinete por los cielos de la ciudad, a bebés sobrevolando las azoteas del desafuero y dejando atrás el sugerente rastro del humo de sus vapeadores, a jubilados que guasapean con la IA sentados en chimeneas de inanidad, a epítomes de injertos animales, humanos y vegetales nadando por entre nubes de sinrazón…
Chagall se embebió de una pictórica huida hacia adelante embarcando en bajeles de fantasía naïf como si quisiera contrapesar a través de su personal universo creativo las asechanzas de una aciaga y letal realidad con el trasfondo de guerras mundiales y demás. Asimismo, hoy, lejos de estimularse fantasías, verbigracia, de corte chagalliano, se hace incursionar al género humano en una suerte de funesta y mercantilizadora fantasía que lo abstrae de lo sustancial. Y en ese proceso se va desustancializando la vida toda: el esfuerzo, de hecho, ya no va encauzado a la consecución de mayores estadios de dignidad o justicia social, sino a la obtención de satisfacciones tan fútiles como hijas de una inmediatez de rápida caducidad que emplaza a seguir en dicha vorágine en tanto que las perversas oligarquías siguen pergeñando maneras de implementar más nuevas técnicas de sutil dominación.
Esta manera antisublime de tomar distancia con respecto al suelo que otrora contenía el compendio de infinitas pisadas propicia un tráfico aéreo que nunca hubiera podido prever el propio Chagall. Como en la canción de Miss Caffeina, los antiguos viandantes (hoy volatineros del pánfilo existir que nos adorna) parecen decir sin hablar, pues su atención está acaparada por sus celulares, “Mira cómo floto, cómo vuelo”. Lamentablemente tal vuelo no es ese vuelo lírico al que tantos de los conspicuos vates que en la historia han sido nos incitaban en su compañía.
Es el actual un mundo eminentemente virtual y terriblemente letal en el que los conflictos brotan como claveles de inmundicia y en el que cada vez disponemos de menos pilares sobre los que edificar arquitecturas de esperanza.
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