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Opinión
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En ocasiones, la fuerza de la realidad hace estallar las costuras rígidas del dogma, pero cuesta. Jamás ha resultado fácil ir contracorriente

Verdad e ideología

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Verdad es que ideología suena a palabra maldita y fea y que verdad, exenta de carga ideológica, pasa por sentido común y certeza absoluta.


En el Evangelio de san Juan se hace decir a Jesús de Nazaret que “yo soy el camino, y la verdad, y la vida.” La frase, literal o recortada, luce en numerosos frontispicios de iglesias cristianas.


El capitalismo y su hijuela neoliberal la han adoptado y adaptado a sus intereses: “yo soy la verdad”. Y lo que queda fuera de ese eslogan es pura herejía, llámese esta como se llame en términos políticos. Lo que viene a señalar tal dogma es que fuera del capitalismo no puede haber nada bueno, que otro mundo es imposible. La imaginación al poder, lema de mayo del 68, es, por tanto, pura proclama herética. Por el contrario, adáptate y vencerás se enseña en escuelas de negocios de alto tronío.


Ideología es todo aquello que sustenta el error contumaz de marxistas, rebeldes con o sin causa e izquierdistas de toda laya y condición. Poner en solfa el sistema capitalista es cosa de personas inadaptadas que solo buscan acabar con el régimen global de la libertad de mercado por razones oscuras o malévolas.


Durante décadas se ha servido esta idea por las elites gobernantes. Y les ha ido muy bien en su propaganda: el recelo y confusión que han provocado en la gente del común es obvio y evidente. Los buenos (Trump, Ayuso, Elon Musk, Amancio Ortega...) no tienen ideología, son los malos los que complican la existencia con sus ideas (ideología) basada en el resentimiento hacia el mundo perfecto y terminado por el capitalismo triunfante. Desbaratar esta ilusión es tarea complicadísima porque los prejuicios sedimentados en las mentes desde tiempos inmemoriales operan como supuestas verdades dogmáticas e inamovibles. Manda la tradición del sentido común.


La verdad, como dijimos al principio, se reviste de fe inquebrantable de sentido común y certeza que no precisa de verificación alguna. Lo que siempre ha sido y es, siempre será. Esta idea es el paradigma cultural (e ideológico) que mantiene en pie los cimientos de la supeditación de la fuerza de trabajo al capital.


La verdad (de derechas) es una idea básica que es repetida hasta la saciedad en los medios de comunicación. Una verdad acientífica y de origen religioso que no necesita prueba alguna para afirmarse a sí misma.


En ciencia quienes afirman una teoría o hipótesis son los encargados de aportar las pruebas, no aquellos escépticos que hasta las falsaciones pertinentes se mantienen callados, expectantes, a la espera de los resultados provisionales o más o menos definitivos.


En los monoteísmos religiosos y en el neoliberalismo se invierte la carga de la prueba. Son los escépticos, ateos, agnósticos, izquierdistas o incrédulos los que deben responder por su dudas razonables. Aquellas personas que se suman al eslogan de que Jesús o el capitalismo son el camino o la verdad se lo creen a pies juntillas haciendo violencia de sus propias conciencias. Su libertad se reduce a la fe, a decir, sí, amo. Y es que donde la fe anida, la razón es impotente para seguir un diálogo constructivo.


Este imperio del dogma y de la fe lo expresó mejor que nadie el teólogo romano afincado en Cartago, Tertuliano, en el siglo II de nuestra era común. Lo escribió en latín, credo quiea absurdum, que ha sido traducido al castellano como creo porque es absurdo. Y cuanto la verdad dogmática sea más absurda, inverosímil o increíble más se ha de creer. Algo parecido sucede con las aporías ideológicas del capitalismo, máxime cuando no tiene oposición real en nuestros tiempos, si bien, siempre hay que estar alerta porque el diabólico marxismo, cultural hoy, acecha en la sombra a la espera de un milenarismo de igualdad, fraternidad y libertad (espurias, por supuesto) que nunca llega a cristalizar del todo.


El enemigo (la otredad) siempre está ahi, real o inventado. Las religiones no serían nada sin el Mal y el capitalismo sin el Comunismo, el Marxismo y las Izquierdas. Este sencillo y esquemático maniqueísmo continúa funcionando a las mil maravillas en el mundo que ahora habitamos, a veces tal cual y otras mediante consignas modernas actualizadas al sentir de hoy y de cada contexto geográfico o histórico.


Los comunistas con rabo demoniaco, el imperio del mal de Reagan para referirse a la extinta URSS, los estados fallidos de la periferia, las feministas transformadas en feminazis, la inmigración convertida en invasión, el terrorismo islámico o el marxismo cultural son versiones de blanco bueno y malo negro de esta dicotomía falsa entre verdad e ideología.


Estas dualidades tan simples entran en el subconsciente colectivo de modo aséptico, envenenando cualquier pensamiento crítico que quiera salir a flote. En ocasiones la fuerza de la realidad hace estallar las costuras rígidas del dogma, pero cuesta. Jamás ha resultado fácil ir contracorriente.


Según la OIT (Organización Internacional del Trabajo), una de cada tres personas trabajadora no tiene ninguna cobertura de seguridad social en el mundo en 2024. Daños colaterales secundarios del neoliberalismo. Según la OMS (Organización Mundial de la Salud), el 30 por ciento de las niñas y mujeres del mundo sufre violencia de género en 2024. Cosas sin importancia del machismo. 


Según el Banco Mundial, el uno por ciento de la población acapara casi el 65 por ciento de las riquezas del mundo mientras con lo sobrante viven o sobreviven 7.300 millones de personas. Siempre habrá ricos y pobres, así es la vida. 


Según diferentes historiadores de prestigio, el imperio español mató por activa o por pasiva 60 millones de indios desde 1492, que no eran tales indios y sabían muy bien quienes eran antes del bautizo cristiano a cruz y espada, que pertenecían a pueblos originarios de aquellos vastos territorios sin nombre para los recios, dogmáticos e iletrados conquistadores, esto es, les robamos las raíces, su propia historia, sus tradiciones, sus costumbres, su cultura y la vida misma. Cosas del progreso. Si esto se dice desde las izquierdas es ideología. Si se dice desde las derechas... ¡¡¡No!!! Las derechas nunca lo dirán. Su verdad eterna está cerrada a cal y canto desde siempre.

Verdad e ideología

En ocasiones, la fuerza de la realidad hace estallar las costuras rígidas del dogma, pero cuesta. Jamás ha resultado fácil ir contracorriente
Armando B. Ginés
jueves, 19 de septiembre de 2024, 10:10 h (CET)

Verdad es que ideología suena a palabra maldita y fea y que verdad, exenta de carga ideológica, pasa por sentido común y certeza absoluta.


En el Evangelio de san Juan se hace decir a Jesús de Nazaret que “yo soy el camino, y la verdad, y la vida.” La frase, literal o recortada, luce en numerosos frontispicios de iglesias cristianas.


El capitalismo y su hijuela neoliberal la han adoptado y adaptado a sus intereses: “yo soy la verdad”. Y lo que queda fuera de ese eslogan es pura herejía, llámese esta como se llame en términos políticos. Lo que viene a señalar tal dogma es que fuera del capitalismo no puede haber nada bueno, que otro mundo es imposible. La imaginación al poder, lema de mayo del 68, es, por tanto, pura proclama herética. Por el contrario, adáptate y vencerás se enseña en escuelas de negocios de alto tronío.


Ideología es todo aquello que sustenta el error contumaz de marxistas, rebeldes con o sin causa e izquierdistas de toda laya y condición. Poner en solfa el sistema capitalista es cosa de personas inadaptadas que solo buscan acabar con el régimen global de la libertad de mercado por razones oscuras o malévolas.


Durante décadas se ha servido esta idea por las elites gobernantes. Y les ha ido muy bien en su propaganda: el recelo y confusión que han provocado en la gente del común es obvio y evidente. Los buenos (Trump, Ayuso, Elon Musk, Amancio Ortega...) no tienen ideología, son los malos los que complican la existencia con sus ideas (ideología) basada en el resentimiento hacia el mundo perfecto y terminado por el capitalismo triunfante. Desbaratar esta ilusión es tarea complicadísima porque los prejuicios sedimentados en las mentes desde tiempos inmemoriales operan como supuestas verdades dogmáticas e inamovibles. Manda la tradición del sentido común.


La verdad, como dijimos al principio, se reviste de fe inquebrantable de sentido común y certeza que no precisa de verificación alguna. Lo que siempre ha sido y es, siempre será. Esta idea es el paradigma cultural (e ideológico) que mantiene en pie los cimientos de la supeditación de la fuerza de trabajo al capital.


La verdad (de derechas) es una idea básica que es repetida hasta la saciedad en los medios de comunicación. Una verdad acientífica y de origen religioso que no necesita prueba alguna para afirmarse a sí misma.


En ciencia quienes afirman una teoría o hipótesis son los encargados de aportar las pruebas, no aquellos escépticos que hasta las falsaciones pertinentes se mantienen callados, expectantes, a la espera de los resultados provisionales o más o menos definitivos.


En los monoteísmos religiosos y en el neoliberalismo se invierte la carga de la prueba. Son los escépticos, ateos, agnósticos, izquierdistas o incrédulos los que deben responder por su dudas razonables. Aquellas personas que se suman al eslogan de que Jesús o el capitalismo son el camino o la verdad se lo creen a pies juntillas haciendo violencia de sus propias conciencias. Su libertad se reduce a la fe, a decir, sí, amo. Y es que donde la fe anida, la razón es impotente para seguir un diálogo constructivo.


Este imperio del dogma y de la fe lo expresó mejor que nadie el teólogo romano afincado en Cartago, Tertuliano, en el siglo II de nuestra era común. Lo escribió en latín, credo quiea absurdum, que ha sido traducido al castellano como creo porque es absurdo. Y cuanto la verdad dogmática sea más absurda, inverosímil o increíble más se ha de creer. Algo parecido sucede con las aporías ideológicas del capitalismo, máxime cuando no tiene oposición real en nuestros tiempos, si bien, siempre hay que estar alerta porque el diabólico marxismo, cultural hoy, acecha en la sombra a la espera de un milenarismo de igualdad, fraternidad y libertad (espurias, por supuesto) que nunca llega a cristalizar del todo.


El enemigo (la otredad) siempre está ahi, real o inventado. Las religiones no serían nada sin el Mal y el capitalismo sin el Comunismo, el Marxismo y las Izquierdas. Este sencillo y esquemático maniqueísmo continúa funcionando a las mil maravillas en el mundo que ahora habitamos, a veces tal cual y otras mediante consignas modernas actualizadas al sentir de hoy y de cada contexto geográfico o histórico.


Los comunistas con rabo demoniaco, el imperio del mal de Reagan para referirse a la extinta URSS, los estados fallidos de la periferia, las feministas transformadas en feminazis, la inmigración convertida en invasión, el terrorismo islámico o el marxismo cultural son versiones de blanco bueno y malo negro de esta dicotomía falsa entre verdad e ideología.


Estas dualidades tan simples entran en el subconsciente colectivo de modo aséptico, envenenando cualquier pensamiento crítico que quiera salir a flote. En ocasiones la fuerza de la realidad hace estallar las costuras rígidas del dogma, pero cuesta. Jamás ha resultado fácil ir contracorriente.


Según la OIT (Organización Internacional del Trabajo), una de cada tres personas trabajadora no tiene ninguna cobertura de seguridad social en el mundo en 2024. Daños colaterales secundarios del neoliberalismo. Según la OMS (Organización Mundial de la Salud), el 30 por ciento de las niñas y mujeres del mundo sufre violencia de género en 2024. Cosas sin importancia del machismo. 


Según el Banco Mundial, el uno por ciento de la población acapara casi el 65 por ciento de las riquezas del mundo mientras con lo sobrante viven o sobreviven 7.300 millones de personas. Siempre habrá ricos y pobres, así es la vida. 


Según diferentes historiadores de prestigio, el imperio español mató por activa o por pasiva 60 millones de indios desde 1492, que no eran tales indios y sabían muy bien quienes eran antes del bautizo cristiano a cruz y espada, que pertenecían a pueblos originarios de aquellos vastos territorios sin nombre para los recios, dogmáticos e iletrados conquistadores, esto es, les robamos las raíces, su propia historia, sus tradiciones, sus costumbres, su cultura y la vida misma. Cosas del progreso. Si esto se dice desde las izquierdas es ideología. Si se dice desde las derechas... ¡¡¡No!!! Las derechas nunca lo dirán. Su verdad eterna está cerrada a cal y canto desde siempre.

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