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Fascinación por el monstruo

Trump dice que los inmigrantes se comen sus mascotas, y que en EE.UU. se matan bebés neonatos
Armando B. Ginés
jueves, 12 de septiembre de 2024, 09:39 h (CET)

Lo que fascina rompe la monotonía de la rutina cotidiana y atrae de manera irresistible. Lo monstruoso se transforma en algo extraordinario o fantástico.


Los liderazgos fascistas se nutren, más allá de razones sociológicas y de la singularidad de cada contexto histórico, de la fascinación de las masas. Lo fascinante, con unas gotas de horror pánico y miedo escénico, engancha de modo casi invencible.


Así el histrionismo de Hitler, los aspavientos tragicómicos de Mussolini, el rostro sin mirada de Pinochet... Hay ejemplos históricos para todos los gustos. Así la nadería de marioneta siniestra de Ayuso. Así los exabruptos de Trump. Así la atracción aversiva, o sea, ambivalente hacia los asesinos en serie de carne y hueso.


Así, podríamos decir también, los rugidos de los huracanes, los devastadores maremotos, los incendios colosales, Drácula, Frankenstein, Dorian Grey, Gregor Samsa, el señor Hyde, Hannibal Lecter... La Naturaleza, la literatura y el cine están plagados de monstruos que causan horror y placer, que hacen llorar y reir a la vez. Que sobrecogen o subyugan, en definitiva.


Trump dice que los inmigrantes se comen sus mascotas, perros y gatos. También dice que toca coños sin pedir permiso por sus santos cojones. Y que en EEUU hay mujeres que abortan a los 9 meses de gestación. Y que se matan bebés neonatos... Y, aunque parezca mentira, no se reduce un ápice en las encuestas su intención de voto. Ya lo dijo él mismo hace años, podría matar a tiros a una persona en la Quinta Avenida neoyorquina y sus fans y votantes segurirían fieles a él. El monstruo está por encima de la verdad y la ética.


Al monstruo se le perdonan todos sus pecados, atrocidades y extravagancias porque se ha situado más allá de la linde de la normalidad. De alguna manera se ha convertido en dios y a dios se le permite todo: sus designios son inescrutables.


En un mundo donde priman las emociones a flor de piel en detrimento de la razón reflexiva, el monstruo concita multitudes por el solo hecho de sus conductas heréticas o irreverentes. Viéndole actuar transmite la sensación de luchar en combate desigual contra todos. En ese sentido, se asemeja al Quijote manchego, otro monstruo delirante, aunque en este caso, desfacedor de entuertos e injusticias. Pero monstruo o loco al fin y al cabo.


Los vacíos de la razón y el diálogo siempre son cubiertos por ideas personificadas en lo monstruoso. El monstruo es un líder que nace de las ruinas y de los escombros de la acción colectiva responsable y coherente. Los conflictos sociales no resueltos o con soluciones falsas crean el contexto para la aparición de liderazgos monstruosos de verbo fácil y una enorme capacidad para interpretar una ruptura ficticia con el orden establecido. Qué duda cabe que el monstruo se hace con dineros de la élite y con el apoyo mediático de los principales medios de comunicación. Sin cobertura mediática y el concurso en la sombra de las clases altas, los monstruos no pasarían de ser atracciones de feria de segundo orden.


¿Qué quiere la gente?


Salir de su abulia y atonía diarias. Acostumbrada a la sociedad del entretenimiento banal, quiere espectáculo, maravillarse con lo extravagente y raro. Mirar requiere menos esfuerzo que escuchar. Ya lo dijo Guy Debord.


Para lo que sigue nos hemos apoyado en las tesis metáforicas defendidas por Elías Canetti en su libro Masa y poder. Aunque el fenómeno del monstruo es complejo, Canetti puede ayudarnos en la tarea de comprensión, al menos para extraer algunas conclusiones provisionales.


No hay masa que se identifique como tal que no quiera aumentar su volumen. Toda masa tiende a captar nuevos prosélitos. Más hooligans para tu equipo de fútbol favorito. Más clientes para tu marca. Más afiliados a tu sindicato o partido político. Más feligreses para tu credo religioso. Más lo que sea para crecer indefinidamente hasta que rompa sus costuras. En el caso de los fascismos, violentamente.


Y toda masa quiere crecer lo más velozmente posible. Es su voluntad de poder, ver que forma comunión con un aluvión de nuevos adeptos a la causa que confirman fehacientemente las razones personales para pertenecer a una masa cualquiera. La masa simpere lleva razón y yo formo parte de la masa, por tanto...


Dentro de la masa reina la igualdad. Nadie es más que nadie. Todos son partícipes sin privilegio alguno. La unidad crea vínculos emocionales que salva distinciones de clase o raza o etnia o género o de fe religiosa. La unidad atenaza la capacidad crítica de pensar por uno mismo. ¿Para qué pensar si la riada de la muchedumbre me lleva cómodamente en volandas hacia el paraíso prometido?


Y, por supuesto, la masa así descrita a grandes rasgos precisa de una dirección. De un führer, de un duce, de un monstruo que marque el camino aunque no lleve a ninguna parte o al desastre colectivo.  Lo importante es sentirse miembro de un proyecto común, de un grito irracional que se alza sobre las miserias individuales de cada cual. El vocerío en un campo de fútbol es similar o el ansia de compra compulsiva en un centro comercial o de ocio. Aunque parezca una incongruencia, en la masa se es más yo cuanto más se integra uno en la misma. Los lazos de engarce entre los yoes aislados son las emociones compartidas y la efigie imponente del líder monstruoso.


Un monstruo apela al subconsciente freudiano de las represiones y frustraciones cotidianas. Su palabra es sencilla. Lo que importa es su gesticulación, el cómo dice lo que dice. Da igual que sea machista, racista, xenófobo y homófobo: él o ella es el mensaje. Su quijotismo malvado de antihéroe es suficiente para engañar y seducir a multitudes hambrientas de espectáculos fuertes.

No olvidemos que el antihéroe es la imagen especular del héroe. Es facil confundir la realidad y la ficción cuando las emociones, la precariedad vital y las frustraciones sustituyen a la razón y el diálogo democrático.


Los fascismos y el neoliberalismo capitalista saben jugar muy bien con esa tensión entre individualismo a ultranza y masa. La apariencia es que yo elijo pero, en el fondo, soy un cualquiera más dentro de la multitud. La capacidad seductora de los medios de persuasión es irresistible. Como la del monstruo. Seguir la senda de lo sensacional o extravagante o ir a la moda, es decir, como la inmensa mayoría es ser más yo. La paradoja la sirven en bandeja para ser consumida como automatismo cultural que no deja huella en las mentes emocionales de la masa. 

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