Se dice que el pueblo vota periódicamente, para pasar el rato, porque todo viene hecho, y de vez en cuando habla, aunque sea para perder el tiempo. Ahora resulta que, en contra de lo previsto por algunos, ha hablado con cierta efectividad, llamando a la prudencia, para tratar de volver a ser pueblo, y no un combinado de grupos diversos que lo fracturan continuamente, aunque procuren dosis de espectáculo para entretenerle.
El fondo de la cuestión es que, aunque lo controla todo, pudiera ser que la alta jerarquía capitalista esté cambiando de opinión ocasionalmente o pretendiera hacer nuevos ensayos políticos. Durante los últimos tiempos ha dado cuerda al capitalismo de izquierdas, pero ahora sondea al capitalismo de derechas. No parece ser nada nuevo, porque lo ha hecho con anterioridad; no obstante, recientemente ya se le habían visto las intenciones en otros lugares, que ahora deja algo más claras. Probablemente sea consecuencia de que las políticas del despilfarro y el adormecimiento generalizado en el plano político empiezan a sensibilizar al auditorio y los ciudadanos que se atreven a pensar —cuyo número va en aumento—no están por la labor de seguir dándole votos al modelo y exigen un poco más de seriedad o, al menos, sentido común, lo que se refleja en el actual momento de la democracia electoral.
Para una minoría creciente, el instrumental que se viene utilizando en la política woke está bien visto porque todo suena a libertades y derechos. Está altamente considerada por los económicamente desplazados del circuito del mercado, puesto que pasa a ser el medio de moverse en él con capacidad dispositiva. Para otros, injustamente estigmatizados, es una excelente ocasión para que el ciudadano común les reconozca y, a ser posible, les adore. Por lo que respecta al espectro político de las izquierdas, resulta ser un filón para mantenerse en la cresta de la ola y darse lustre social y político.
Del lado de los demás, es decir, los que pagan la fiesta llamada progresista, que de progresista tiene poca cosa —salvo para mayor negocio del mercado y declive moral para la mayoría social—, empiezan a protestar porque, en base a esa parálisis política que les ha impuesto la doctrina del mercado, animada por la inflación, les está vaciando el bolsillo. Amen de que ha surgido una legión de desplazados que, en virtud del buen hacer progresista, ha acabado por devaluarles económica y socialmente, colocándoles a las puertas del umbral de la pobreza. De manera que el progresismo ya no convence, y ahora han dicho a los gestores del gran capital que deberían cambiar de estrategia.
Aunque la globalización es un gran negocio para la actividad financiera, lo que de ella se vende a las gentes a nivel de calle es ocio visual y turismo de imágenes. Se viene demostrando que, por un lado, el personal ahora se aburre, porque el espectáculo mediático visual flojea significativamente y, por otro, en muchos lugares están hartos del nuevo modelo de turismo de masas. Entienden que se debería de levantar el pie del acelerador, pero el interesado, en bien del verdadero negocio, no acusa recibo del mensaje y sigue a lo suyo.
Lo del voto es distinto, porque a estas alturas el capitalismo no puede desdecirse de la democracia de bolsillo —esa que, si sirviera para algo, no dejarían votar— y, pese a la manipulación —hoy entregada a los avances tecnológicos— hay que prestarle atención. Por eso, no queda más remedio que guardar las formas y proseguir con la apariencia. Esto es, escuchar la voz del pueblo y continuar a lo suyo.
El hecho es que mientras el personal está entretenido con las ocurrencias políticas del momento, moviéndose en el plano global o local, la doctrina sigue imponiendo a los consumistas acudir a proveerse, pagando un precio, de los correspondientes fetiches al templo del mercado. Eso no lo va a remediar ninguna política. Si acaso, habría un problema menor de oferta y demanda, por inclinarse a dar cuerda a los conservadores —ahora etiquetados como la ultraderecha y, en términos suaves, como la derecha—. En ese caso, la globalización, dirigida políticamente desde el imperio, mangonearía un poco menos en sus respectivos Estados, pero el mercado seguirá su camino a un ritmo parecido. Por lo que se refiere al suministro de efectivo a los desfavorecidos estaría resuelto por la generosidad estatal, para evitar conflictos. Los otros seguirían disfrutando del nivel social alcanzado, contando con el pleno respeto de casi todos.
Al capitalismo le es casi indiferente que gobierne la izquierda o la derecha, porque el negocio continuará. De ahí, que deje hacer de un lado y de otro, conforme a la moda del momento, y muestre sus preferencias oscilando a conveniencia. Evidente, que el aparente cambio de tendencia anunciado, si es que llega a ser efectivo, proseguirá a nivel de titulares mediáticos, porque el fondo no variará; ya que es misión de la doctrina capitalista continuar manteniendo al alza el negocio del mercado, aunque el pueblo haya hablado para decir algo.
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