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Crear puentes de solidaridad, nos ayuda a reconectar unos con otros, que es como se rejuvenece el espíritu cooperante, en medio de un poder desenfrenado y corrupto, que suele dejarnos dormidos bajo el paraguas de una nueva normalidad traicionera.
«El problema es que el país no es liberal de verdad», dijo en cierta ocasión Benito Pérez Galdós. Todo está condicionado a la ambición personal. Nadie que tenga cierta cultura literaria puede olvidar que el escritor canario creía, ante todo, en la bondad esencial del pueblo español. Y, sin embargo, el pueblo es la principal víctima de los partidos políticos que lo dirigen y del Estado.
Creemos por defecto que doctrinas políticas como el fascismo o el comunismo son de natural antagónicas, y erramos de pleno. Nótese el “por defecto”, y se entenderá mejor mi aseveración. Solo necesitamos repasar las características de una y otra propuesta de poder para percatarnos de que en esencia se nutren de los mismos principios y deseos: el control absoluto de la ciudadanía por parte del Estado.
Es la segunda vez que suena la campanilla por vía electoral, para que sirva de llamada de atención también a los más altos mandatarios, es decir, a los situados por encima de la UE. En este caso, utilizando un símil conocido, resulta no ser la autoridad tradicional la que llama al orden en la sala, sino esos otros a los que la elites tradicionales califican, en privado, de populacho y de ciudadanos, en público, entiéndase, los votantes, a los que no se les reconoce su autoridad.
No estamos afirmándolo, no estamos negándolo, sino planteándonos si las personas en sus relaciones, se crean interrelaciones de influencia y de poder abusivo, y, nos estamos planteando si, a veces, no saben utilizar de forma correcta ese poder o esa influencia. Pero no estamos hablando o dialogando o preguntándonos sobre el Gran Poder y el Poder o Poderes de los Estados, sino el poder entre las personas, en los trabajos, en las familias, en los grupos sociales…
Todos los tiempos y espacios son difíciles, en todos, existe una dialéctica entre las realidades del presente, espacio y tiempo, con las realidades teóricas. Montesquieu es el problema. Montesquieu es la pregunta y la solución. Siempre desde hace dos/dos siglos y medio siglos, Montesquieu es el problema. Quizás, diríamos es la navaja de Occam de la sociopolítica, hasta dónde se llega esa hoja y esa espada o esa navaja. Ese es el problema de siempre, al menos de estos dos/tres siglos.
Hasta ahora, la cultura, en todas sus formas y géneros, era una especie de elite cultural, que se creaban y se transportaban para el presente y generaciones futuras, las obras y elites culturales, que serían los símbolos y paradigmas de cada momento. O, dicho de forma sencilla, se creaban tendencias y estilos e ismos y nombres que eran la escuela que se consagraba, y, por tanto, a través de ella, se movían ideas y afectos y emociones y conceptos a la población en general.
En su libro La insoportable levedad del ser, Milan Kundera escribe una frase que a mi juicio refleja perfectamente la idea del vacío, en su caso, referido a la vida humana. Esta es, dice el escritor checo, «un boceto para nada, un borrador sin cuadro”. Me ha venido a la mente esa idea de vacío al ver cómo ha comenzado la nueva legislatura del Parlamento Europeo.
Reflexionamos sobre una forma particular de percibir el "poder", puesto que éste ha sido un concepto central en la historia de la humanidad en general, pero de la filosofía política en particular, desde la antigüedad. Echaremos mano a pensadores, a los fines prácticos de intentar comprender la naturaleza del poder político en un contexto actual que a la vista de todos destila una decadencia inusitada, específicamente en el caso de las elecciones de los EEUU.
Dice la doctrina capitalista que solo hay un dios, y este es el dinero. A unos les toca engrandecer el material de culto y a otros, en su calidad de fieles, cumplir con aquello de consumir, consumir y consumir. Del cumplimiento de este mandato ha sido encargada la política, en cuanto que dispone de las claves para el ejercicio del poder en el terreno real.
El lunes 1° de julio, último día del período de sesiones de este ciclo anual, la Corte Suprema estadounidense emitió su dictamen en el caso “Donald Trump contra Estados Unidos”. En un fallo de seis votos a favor y tres en contra, la mayoría conservadora del alto tribunal concedió al expresidente inmunidad frente a procesos judiciales por las acciones de carácter “oficial” que llevó a cabo durante su mandato presidencial.
Nada más terminar la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña principalmente, y EEUU, pergeñaron la “Operación Impensable”. Tropas americanas, inglesas, polacas y los restos de las alemanas (100.000 tropas), se dirigirían sobre la Unión Soviética. El cálculo frio de los militares llevó a la conclusión de que más bien era una operación imposible, dadas la profundidad estratégica del país y las dimensiones de su ejército levantado en armas.
En cualquier manual de Historia del Derecho una institución va unida conceptualmente a la norma, la relación jurídica y al conjunto del ordenamiento jurídico que regula las relaciones familiares, políticas o societarias. Lo cierto es que estamos inmersos en un tiempo revolucionario donde parece que nos ha tocado navegar contra aguas turbulentas.
La indiferencia, como sentimiento de imposibilidad, rodea el ambiente de la calle. Cuando nace un monstruo autócrata lo primero que no consiente es ver a sus allegados con las necesidades de cualquiera de los mortales; por eso impone el nepotismo, hipócritamente conocido como adecuación necesaria para una convivencia justa y equilibrada.
Cuando escucho a alguien decir que hay que revitalizar, fortalecer, limpiar, regenerar la democracia, y que hay que hacerlo porque esa es la voluntad o el mandato de los españoles, y por eso hay que depurar esto o aquello, me echo a temblar, y no puedo sino pensar que se está identificando el concepto de democracia con los deseos personales de quien así se manifiesta.
Se advierte muy en boga la referencia a la guerra cultural, bastante relacionada con la propaganda de siempre que, como los viejos rockeros, nunca muere y solo se adapta a las circunstancias; es sabido que adquiere especial relevancia durante los conflictos bélicos, pero también inunda los tiempos de paz, en el marco de la contienda política diaria, ligada a la dinámica del Poder.
La llamada democracia formal habría surgido un corrosivo desgaste entre las sociedades occidentales debido a causas económicas (el imparable coste de la vida); culturales (el declive de las democracias formales occidentales debido a la cultura de la corrupción, entre otras) y geopolíticas (la irrupción de un nuevo escenario geopolítico mundial tras el retorno a la Guerra Fría entre EEUU y Rusia).
Allá por los años sesenta del siglo XX, en el contexto de la España del desarrollismo, publicó Díaz Plaja un ensayo de éxito, titulado “El español y los siete pecados capitales”. Al de la envidia se le dio el papel de intérprete principal. El autor relacionaba, según se desprende de su obra, la aludida pulsión con una supuesta idiosincrasia española, y temo que se trata de una índole asaz universal.
Desde sus orígenes, los usuarios del poder, para reforzar su papel dominante, han acudido a la doctrina. Su efectividad ha quedado debidamente acreditada a lo largo de la historia. De tal manera que no ha habido poder duradero sin que intervenga la doctrina, aportando ese matiz legitimador que la caracteriza.
Os cuento. No hace mucho tiempo, pero poco tampoco, existió un sujeto que aglutinó bajo su mando todos los poderes de su Estado, consiguiendo que el culto a su persona se convirtiese en una fuerza unificadora al actuar de denominador común de varios grupos políticos y clases sociales, utilizando magistralmente sus palmeros y la propaganda para justificar su autoridad, sus programas y alentar el apoyo popular.
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