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No es un enigma político

Es posible gobernar sin mayoría electoral, basta con contentar a los incondicionales, a los favorecidos, a los superiores en la escala de poder y jugar a varias bandas
Antonio Lorca Siero
viernes, 24 de enero de 2025, 10:39 h (CET)

Hay quien se pregunta, cómo es posible que, a veces, el personaje central de la política de un país goce de escasa aceptación popular, según suelen decir los medios que no le son afines, y luego se le vote por un considerable número de ciudadanos, e incluso, sin contar con mayoría absoluta. Cuando concurren estas circunstancias, algunos consideran que se trata de todo un enigma político. 


En base a estos argumentos, en principio, no se aprecia dificultad alguna para entender tan paradójica situación. Lo de la escasa aceptación popular, conforme a la apreciación de las gentes, por ejemplo, que se le acoja con silbidos, insultos y abucheos de la muchedumbre con ocasión de algún un evento institucional, son hechos puntuales poco relevantes si resulta que, conforme interpretan sus afines, suelen protagonizarlos los excluidos mediante la nueva fórmula del cordón sanitario político, porque lo que realmente cuenta es el voto. 


En cuanto a gobernar sin disponer de mayoría absoluta tampoco es relevante, porque las mayorías se tejen adaptándose a las circunstancias, y en la sociedad de mercado, como todo tiene un precio, sujeto a la oferta y la demanda, también en política hay que vender y comprar. De manera que no es complejo ponerse a la cabeza del gobierno de un país sin el correspondiente respaldo popular, basta con contar con un aceptable asesoramiento y entender un poco el funcionamiento del mercado político. Por tanto, es posible gobernar sin mayoría electoral, basta con contentar a los incondicionales, a los favorecidos, a los superiores en la escala de poder y jugar a varias bandas.


Desde estos puntos de vista, ya puede adelantarse que el enigma inicial tiene poca consistencia. También podría desmontar lo del enigma que el personaje fuera un político competente, con lo que quedaría zanjada la cuestión, pero hace tiempo que se han extinguido, en general, solo suele haber calidad política ramplona. Apuntando la cuestión desde el oficio de político, resulta que en política no se asciende por pura casualidad, sino que siempre hay alguien que apadrina al personaje. Aunque, pese a esta particularidad, no hay que pasar por alto el efecto fortuna ni mucho menos obviar la concurrencia de los requisitos básicos que se exigen a todo político para disponer de un mínimo de aceptación, entre los que deben sobresalir el dominio de la oratoria, una ideología para vender, no perder de vista las enseñanzas del maquivelismo clásico y mucho empeño por aferrarse al sitial del poder, para que no le lleve el cambio de viento político. Probablemente se pudiera ir aclarando la cuestión poniendo de manifiesto quién es el que le empuja en la subida o en el efecto fortuna. Las demás características se pueden observar en cualquier político de empleo, de ahí que carezcan de significado en lo que se refiere al tema planteado.


Aprovechar las circunstancias del momento, como son adherirse a la doctrina de moda y hacerse su valedor, es una aceptable estrategia, porque permite ganar los votos fieles de quienes se sienten socialmente excluidos y porque, en general, goza de cierta aceptación. Si a esto se añade echar mano de la demagogia para atraer a los descontentos, también suman votos. Si se riega el espacio geográfico del país con chorros de dinero ajeno, es probable que se lo agradezcan algunos. En cuando a ganarse el favor de los partidos que pintan poco en el panorama del país, cuesta poco, y siempre sirve porque se les da cancha política. Tales estrategias pueden servir para compensar la supuesta falta de popularidad en la calle del gobernante si se complementa con un equipo mediático que realce sus virtudes, pero pueden no ser suficiente.


Volviendo al comienzo, resulta que el enigma planteado, en realidad no es ningún enigma, siempre que se aborde desde lo nuclear de la cuestión. Más allá del padrinazgo del personaje, lo de la fortuna, estar en línea con la doctrina internacional de moda y la inapreciable colaboración mediática, resultan ser algo puntual pero carente de valor, lo decisivo es ascender a la fuente del poder político dominante. La clave se encuentra en que, no es infrecuente, que se ejerza el poder a nivel de país por delegación de quien tiene el poder superior, es decir, los dueños reales del dinero. Lo que quiere decir que solo aquel es quien decide sobre determinados gobernantes, respetando a su manera las reglas de la democracia representativa. Alguno de estos gobernantes impopulares, son apadrinados por el gran capital, quien, a pesar de la democracia al uso, les pone o les quitan cuando le conviene. Si entiende que su designado debe gobernar para la buena marcha del negocio, tanto con popularidad como sin ella, tanto con voto mayoritario o sin él, seguirá gobernando contra viento y marea, hasta que pierda el favor de arriba. 


Así pues, se diga lo que se diga, se haga lo que se haga y se vote a quien se vote la cuestión está clara. No hay paradoja ni enigma, porque cualquier gobernante impopular que siga gobernando, lo hará en tanto cuente con el apoyo de los jefes supremos. 


Respecto a todo lo demás que gira en torno a la impopularidad, para unos, y el buen hacer del personaje, para otros, no pasan de ser adornos para entretener a los ciudadanos y alimentar el negocio mediático.

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