Rafael Domingo Oslé (2025) propone en "Derecho romano y constitucionalismo global" un orden jurídico mundial inspirado en el cosmopolitismo romano, un ideal que resuena con Benedicto XVI y su llamado a controlar los "poderes ocultos" detrás de los gobiernos (Ratzinger, 2009). Su visión optimista sugiere que principios como los derechos humanos y el estado de derecho podrían trascender las limitaciones del estatalismo y el positivismo, ofreciendo un sistema más sólido. Sin embargo, el auge del populismo —de izquierda y derecha— y los intereses económicos que lo sustentan desafían esa propuesta. ¿Qué ocurre si ese orden global, en lugar de universalidad, termina moldeado por tendencias autoritarias o por los "señores del puro" que manejan el mundo como marionetas?
Examinaremos aquí la evolución del derecho desde Roma hasta hoy, rastreando cómo el poder ha corrompido ideales de justicia a lo largo de la historia —desde el ius gentium hasta el presente—. Inspirados en la epikeia griega y en mecanismos como los jurados, proponemos un modelo descentralizado y humano que evite repetir los errores del pasado, donde sistemas jurídicos terminaron al servicio de emperadores, burocracias o lobbies.
El derecho romano: Centralismo y ambivalencia, de la Maiestas al emperador-dios
El derecho romano comenzó con la maiestas populi Romani, la soberanía del pueblo expresada en las Doce Tablas circa 450 a.C. (Livy, 2002). Era un sistema que buscaba equidad dentro de un orden republicano, con magistrados y leyes como contrapesos al poder. Pero con el Principado de Augusto (27 a.C.), esa maiestas se transfirió al emperador, deificado como Apolo administrando la ley de Zeus (Suetonius, 2007). El ius gentium, ideado por Cicerón como un derecho universal para las naciones (Cicero, 1999), se convirtió en herramienta imperial, regulando comercio y conquistas bajo la óptica de Roma. Aunque ofrecía cierta equidad —el principio de aequitas— y permitía juzgar al poder en teoría, terminó legitimando su centralismo. Históricamente, este giro recuerda cómo el poder corrompe las tradiciones. La Segunda Guerra Mundial, con alianzas inesperadas como el Pacto de Acero entre Hitler y Mussolini o el breve pacto nazi-soviético (Shirer, 1960), ilustra que ideologías opuestas pueden converger pragmáticamente para consolidar dominio, un riesgo que cualquier orden global enfrenta.
La Escuela de Salamanca: Universalidad al servicio del poder Francisco de Vitoria (1991), en el siglo XVI, ajustó el ius gentium al mundo colonial, defendiendo derechos naturales para todos los pueblos —incluidos los indígenas americanos— frente a la expansión española. Sus escritos, como De Indis, sentaron bases del derecho internacional (Pagden, 1995). Sin embargo, su visión seguía atada al poder imperial: la equidad que predicaba justificaba en parte la conquista bajo pretextos morales como la evangelización. Era un avance hacia un orden global, pero no escapaba al dominio de los fuertes.
El confucianismo y la burocracia: Un eco oriental
Paralelamente, el confucianismo en China elevó el servicio al Estado a un ideal ético (Confucius, 2003). Desde la dinastía Han (siglo II a.C.), los exámenes imperiales formaron mandarines que gestionaban la Ciudad Prohibida bajo los Ming y Qing (Elman, 2000). Esta burocracia aseguró estabilidad, pero su centralismo y rigidez —similar al romano— la hicieron vulnerable a la corrupción y al estancamiento. Occidente heredó esa ambivalencia: las burocracias modernas, de Roma a Bruselas, sirven al "pueblo" en teoría, pero a élites en la práctica (Weber, 1978).
El presente: Populismo y poderes económicos
Hoy, el populismo —de izquierda o derecha— comparte rasgos autoritarios: desprecio por las normas, centralización y una narrativa de "el pueblo" definida a conveniencia. Detrás, los intereses económicos son el hilo conductor, como notamos en nuestro diálogo.
Estados Unidos: Se presenta como "sheriff" de la libertad, un rol cultivado desde la Guerra Fría. Pero las guerras en Irak y Afganistán, justificadas por seguridad, beneficiaron a industrias armamentísticas (Lockheed Martin, Raytheon) y petroleras (Hartung, 2021). En Ucrania, el apoyo masivo a Kyiv —miles de millones en ayuda— contiene a Rusia mientras asegura mercados para el complejo militar-industrial y la alineación europea con Washington. Los lobbies (Congreso, think tanks) pesan más que el altruismo.
Rusia: Su afán imperialista, nostálgico de la URSS, busca "reunificar" tierras rusas, como dijo Putin en su ensayo de 2021 (Galeotti, 2022). La guerra en Ucrania (2014-2025) asegura influencia frente a la OTAN, pero la economía —sanciones, dependencia de China— y las bajas (decenas de miles) limitan a Putin. Necesita un "final" victorioso (Donbás, Crimea) para no perder apoyo.
Ucrania: Grupos ultranacionalistas como el Batallón Azov hostigaron a prorrusos en Donetsk desde 2014 (Myers, 2015), un conflicto interno que Rusia exageró para invadir. Ahora, Kyiv podría perder esos territorios como "pago" por tensiones mal manejadas y por ser ariete occidental contra Moscú.
Gaza: El "choque de civilizaciones" (Huntington, 1996) entre Occidente y el mundo musulmán es más geopolítico que cultural. Israel, con respaldo de EE.UU. (Mearsheimer & Walt, 2007), enfrenta a Hamás e Irán, mientras Arabia Saudí y Emiratos priorizan pragmatismo económico sobre la causa palestina. Los lobbies petroleros y armamentísticos lucran en el estancamiento.
España: Los partidos reflejan dependencias. Podemos, debilitado, mantiene lazos ideológicos con Venezuela; Vox coquetea con la derecha global y rumores de El Yunque; el PSOE de Sánchez enfrenta chantajes de Marruecos (Sáhara, migración); el PP depende de empresarios (IBEX 35) (Tremlett, 2020). Todos bailan al son de poderes internos y externos.
Estos casos muestran que el populismo es un síntoma; los intereses económicos, el motor. Si el derecho global de Domingo depende de instituciones fuertes, el rechazo populista a estas las debilita, abriendo la puerta a un sistema fragmentado o a una dictadura global.
La Epikeia y la humanidad del derecho
Aristóteles (2009) propuso la epikeia como el espíritu sobre la letra de la ley, un enfoque humano que supera la equidad técnica. Los jurados en juicios penales lo encarnan: ciudadanos aportan empatía, corrigiendo la rigidez legal (Vidmar & Hans, 2007). Un derecho global necesita esa humanidad para no ser frío o elitista.
Propuesta: Un derecho global descentralizado
Inspirados en Ratzinger (2009), proponemos redes jurídicas regionales con principios comunes (derechos humanos, sostenibilidad), contrapesos ciudadanos (tribunales accesibles, asambleas), burocracias limitadas y la epikeia como guía. Jurados globales o locales podrían juzgar sistemas, no solo casos, frenando a los "señores del puro" con humanidad (Sunstein, 2002).
Conclusión El ideal de Domingo es noble, pero la historia —de Roma a Salamanca, de Confucio al presente— muestra que el poder corrompe las normas. Un derecho global debe ser descentralizado y humano, o será otra fachada para Zeus y su Apolo.
|