En estos días, copan los noticiarios de todas las cadenas y las páginas de los periódicos, los avatares de los políticos, que, entre otras decisiones, pasan de un ómnibus a un microbús sin solución de continuidad; o se ceban en la desgracia de una familia investigada por un posible maltrato de un bebé. Personalmente he renunciado a todo tipo de comentarios sobre estos temas, que considero están suficientemente tratados… o maltratados por la opinión publica y publicada. Me preocupan más los hechos sencillos que suceden a mi alrededor.
Este suceso está relacionado con las familias en las que alguno de sus miembros está afectado por el síndrome de Down. Un problema que se sustenta sobre la base de un cromosoma “despistado”. La ciencia moderna consigue detectar prematuramente la presencia de esta alteración. Los galenos ante posibles complicaciones, permiten y, a veces, recomiendan, la interrupción del embarazo de las madres que se encuentran ante esta alternativa. Buena parte de las familias afectadas, deciden continuar con el mismo y reciben en su familia a un niño “distinto”, pero maravilloso. Como todos.
La realidad es que los afectados por el síndrome de Down cada día se hacen más visibles dentro de la sociedad, ocupando un puesto en los colegios, la universidad, en todo tipo de relaciones sociales y en el mercado laboral. En lo que yo he podido observar, son unas personas adorables que llenan de amor y felicidad a su familia y a todos aquellos con los que se relacionan.
Y ahí surge el hecho que motiva mi Buena Noticia de hoy. Se trata de una situación que viví hace unos días. Me encontraba celebrando un almuerzo con varios amigos (de provecta edad, como la mía) en un restaurante malagueño. Inopinadamente, uno de los comensales sufrió un síncope y perdió el conocimiento. El personal del restaurante así como el resto de los presentes, se preocupó de atender al enfermo, mientras yo llamaba a la ambulancia y al domicilio de mi amigo.
La primera persona que llegó de su familia fue su nieto Javier, un treintañero con síndrome de Down y una serenidad que para mí la quisiera. Se hizo cargo de la situación, le acompañó a la ambulancia y no se movió de su lado hasta que los médicos, tras atender al enfermo, le tranquilizaron y trasladaron a su cercano domicilio.
Mi admiración por Javier se acrecentó cuando este volvió, después de cerciorarse de la mejoría de su abuelo, a darnos las gracias de una manera educada y con unas frases de ternura hacia los “amigos” de su abuelo. Sonriente y con una madurez responsable. Ahora entiendo por qué todos los familiares de aquejados por el síndrome de Down les consideran como seres muy importantes en su vida. Posiblemente carecen de algo físico o psíquico, pero les sobra ternura, candidez y amor por su gente. Posiblemente alguno de mis lectores no compartirán esta apreciación, pero estoy convencido de que son los seres humanos más parecidos a los ángeles. A Javier solo le faltan las alas.
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