En una de esas conversaciones que surgen en las sobremesas navideñas, me preguntaron por el sentido de la vida en clausura.
Mi respuesta fue un tanto evasiva. No se entiende el pasarse la vida encerrado en un convento sin hacerlo desde la perspectiva de un mínimo de fe. A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de conocer con más detalle la vida de dos comunidades de monjas de clausura. Las Hermanas de la Caridad de San Fernando y las monjas Cistercienses del Atabal, aquí en Málaga. Tienen dos maneras diferentes de vivir la clausura. Las monjas de San Fernando la viven de una forma rigurosísima. Solo he podido comunicarme con ellas a través de unas rejas y en contadas ocasiones. Pero conocen lo que pasa en el mundo y los avatares de mi vida en particular estupendamente. Leen cuanto escribo. Las monjas del Atabal, que han sido mis vecinas durante más de cuarenta años son más abiertas. En su capilla acudimos a diario los vecinos y conocidos a celebrar la Eucaristía. Nuestro continuo trato, ha pasado de una relación de vecindad, a la de considerarlas como parte de mi familia. En su capilla hemos vivido eucaristías, bautizos, primeras comuniones, celebraciones de todo tipo. A veces hemos compartido el pan y la sal con ellas mi familia y algunos vecinos. Su clausura es más laxa. Sin romper ningún esquema. Salen a realizar alguna compra, a los médicos, o a repartir sus dulces. Pero el resto del día y la noche lo dedican a sus dos tareas exclusivas: el servicio a Dios y a su Iglesia: ora et labora; reza y trabaja. Les queda tiempo para atender las redes sociales en las que proclaman su necesidad de nuevas vocaciones y las excelencias de sus exquisitos dulces. La gran mayoría de las monjas de estos conventos son bastante mayores. Gracias a Dios mis vecinas han integrado en su comunidad tres monjas jóvenes procedentes de la lejana India. Ya llevan muchos años por aquí y han asumido la mayor parte de la responsabilidad de la casa. Ayer asistí a la misa de Gloria de Sor Mercedes. Falleció esta semana. Durante muchos años fue la priora, lo que ha dejado una profunda huella entre sus monjas y en cuantos la conocimos. Jamás puso una pega a que nos reuniéramos en las instalaciones de la parte pública del convento. Llevaba “el control” de todos mis hijos, que allí fueron monaguillos, y conocía a todos mis nietos. Jamás perdió la sonrisa en su rostro. Una auténtica bendición de monja. Jamás la he escuchado quejarse. Tan solo pasó miedo el 23 F. Se acordaba de tiempos pasados y me llamó asustada. Después… solo paz y bien. Yo sí entiendo la clausura. La vida es tan corta que la tenemos que aprovechar para preparar la otra. Esa será más larga. Pienso que ellas han tomado la opción que tomo una de las hermanas de Lázaro: María. Ella eligió la vida contemplativa cerca de Jesús. La Madre Sor Mercedes protagoniza mi buena noticia de hoy. Una mujer sencilla, sin dejar de ser profunda y cercana, a pesar de la clausura. Una buena madre para sus monjas, una maquina de rezar por nosotros y una extraordinaria hija de San Benito. Descansa en paz.
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