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Enfermedades óseas degenerativas

En un tiempo donde se celebran avances en cirugía robótica, medicina de precisión y terapias celulares, resulta sorprendente el abandono que sufren quienes padecen estas patologías
Conchi Basilio
lunes, 2 de junio de 2025, 11:25 h (CET)

Millones de personas conviven cada día con enfermedades óseas que no tienen cura ni opción quirúrgica. La medicina actual, lejos de ofrecer soluciones, responde con silencio, pastillas y resignación.


En un tiempo donde se celebran avances en cirugía robótica, medicina de precisión y terapias celulares, resulta sorprendente el abandono que sufren quienes padecen enfermedades óseas degenerativas no operables. A ellos no se les promete curación ni mejora, solo se les repite una frase que se convierte en una losa, “es degenerativo”, no tiene arreglo.


La bursitis anserina, la artrosis avanzada, la osteoporosis severa o las tendinopatías crónicas son diagnósticos habituales en consultas de traumatología. Cuando no existe una rotura o daño estructural corregible, el paciente queda fuera del circuito quirúrgico. Y con demasiada frecuencia, también fuera del circuito asistencial. La respuesta médica suele limitarse a fármacos para aliviar el dolor, antiinflamatorios, analgésicos, relajantes musculares o incluso mórficos en fases avanzadas. Pero no hay un plan integral, ni una propuesta de tratamiento rehabilitador sostenido, ni una verdadera estrategia para mejorar la calidad de vida de estas personas.


Más del 10% de la población española mayor de 50 años padece osteoporosis, según datos de la Sociedad Española de Reumatología. En muchos casos, las fracturas derivadas no se operan, y aún así solo el 36% de los pacientes recibe tratamiento adecuado. La artrosis afecta a millones de personas, principalmente mujeres mayores de 60 años. La mayoría de estas dolencias no matan, pero incapacitan y aíslan.


Lo más alarmante es que, pese a su incidencia masiva, las enfermedades óseas degenerativas, no figuran entre las prioridades de la investigación médica. Son dolencias del día a día, de la vejez, del desgaste, y por tanto no generan titulares ni inversiones suficientes. Son jubilados o personas ya fuera del sistema laboral, en otras palabras, no son económicamente rentables, y eso las convierte en víctimas del olvido científico, después de toda una vida trabajando y atendiendo a sus mayores.


Lo que debería ser un enfoque integral y empático se convierte, en muchos casos, en una forma de exclusión médica. Se prescribe dolor sin solución. Se tolera el sufrimiento como si fuera parte inevitable de la edad o del azar. Y se lanza un mensaje peligroso, si no hay bisturí, no hay esperanza.

Esta visión estrecha y funcionalista de la medicina deja fuera no solo al dolor crónico, sino a las personas que lo padecen. Y eso tiene consecuencias físicas, psíquicas, sociales y económicas devastadoras.


Las terapias regenerativas como las inyecciones de plasma rico en plaquetas o las investigaciones con células madre existen, pero están lejos del alcance de la mayoría. No están incluidas en la sanidad pública y muchas veces ni siquiera se ofrecen como opción. No porque sean imposibles, sino porque son caras o experimentales.


Mientras tanto, se investigan más dispositivos para rodillas robóticas que soluciones para tendones inflamados. No se estudia por qué un tendón no regenera ni cómo prevenir que eso suceda. La medicina parece haber asumido que, en ciertos casos, el sufrimiento crónico es inevitable. Pero no lo es. Lo que es inevitable, hoy, es la falta de interés.


Etiquetar una enfermedad como “degenerativa” no debería ser una excusa para desentenderse del paciente. Debería, al contrario, activar todos los recursos posibles para acompañar, mejorar y aliviar. Las personas con enfermedades óseas no operables no son menos pacientes. No merecen seguir siendo los grandes olvidados de la medicina del siglo XXI.


Existen alternativas, fisioterapia avanzada, unidades del dolor, tratamientos regenerativos, terapias complementarias. Pero para que estén disponibles, primero hay que reconocer que este colectivo existe, que sufre, y que tiene derecho a una vida digna, aunque su cuerpo no se pueda “arreglar”. Porque el dolor no operable no significa desatendido.


Resulta que las personas de clase alta se pueden permitir todos los tratamientos más avanzados, independientemente de su coste económico, pero el resto no puede acceder a ellos.

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