Los españoles gozamos de una gran devoción por la Inmaculada Concepción, reconocida como tal por el dogma de 1854, que fue proclamado por el papa Pío IX. Asimismo fue declarada patrona de España desde el siglo XVII. En mi familia se trata de un día muy especial. Hace cincuenta y cuatro años que se celebró nuestro matrimonio y tengo una hija que se llama Inmaculada que, además, hoy también cumple años. Pero dejando atrás esta sección rosa de mi columna, me quiero centrar en la proliferación de signos externos de los que se nutre la Iglesia Católica en estos tiempos. Los templos cada día están más vacíos en las celebraciones dominicales de la Eucaristía (centro de la vida cristiana). Por el contrario, cada fin de semana se sacan procesiones multitudinarias a la calle con acompañantes endomingados, música y estandartes. Ya no solo en Semana Santa ni en fiestas muy señaladas. Hoy, a estas horas, más de un millón de personas se congrega en Sevilla alrededor de una magna procesión que, supongo, da señal del fervor Mariano de los sevillanos y de la multitud de visitantes foráneos. ¿Qué está sucediendo? Parece incongruente esta situación con las encuestas que he podido contrastar en diversos medios. Tan solo el 51% de los españoles se considera católico. El 18% confiesa ser católico practicante. Como consecuencia de lo anterior, los conventos se cierran por falta de religiosos, los seminarios están vacíos y las bodas y bautizos cristianos disminuyen muy considerablemente. Estos datos me hacen pensar que vivimos una religiosidad popular y cultural, que se queda en los signos externos, pero que no se identifica con las estructuras eclesiales ni con la jerarquía. Se ha perdido, en buena parte, la vivencia de una fe que comprometa a llevar un estilo de vida basado en el Evangelio. No hay nada nuevo bajo el sol. En mayor o menor medida esto ha pasado siempre. Aunque anteriormente, en estos últimos 80 años, estaba “bien visto”, política y culturalmente, pertenecer a la cristiandad militante. Las nuevas generaciones han dejado de ser católicas por costumbre. Nos encontramos ante un catolicismo “descafeinado”. ¿Cuál es la buena noticia de hoy? Pues eso. La Buena Noticia que nos habla de Jesucristo y de su mensaje de auténtica liberación. Un mensaje del que, desgraciadamente, nos hemos quedado, demasiadas veces, solo con el principio: desfiles gloriosos entre palmas y olivos. Lo cual esta muy bien. Pero como paso a un resto de la vida basado en el amor y el servicio a los demás. Así lo pienso yo.
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