El análisis del ajuar que se encuentra en los diversos enterramientos descubiertos, ha permitido a los arqueólogos conocer mejor la vida de nuestros antepasados desde la prehistoria.
Ahondando en el pasado de la humanidad, podemos comprobar cómo, desde siempre, las distintas civilizaciones han vivido en la esperanza de otra vida después de la muerte. Por ello han procurado ofrecer a sus difuntos un habitad confortable, al que han rodeado de ese “ajuar” consistente en armas, alimentos, animales de compañía, joyas, ropajes, etc., que les hiciera más llevadero el paso por la “otra vida”.
En la actualidad podemos observar como el “equipaje” con el que se les envía a la vida eterna es diferente. Los cristianos les despedimos con un funeral lleno de oraciones y de esperanza en un futuro reencuentro en la vida eterna. Esas horas en las que se despiden del difunto familiares y amigos, dan una imagen bastante aproximada de lo que ha significado su paso por este mundo.
Aunque no sea lo usual, las exequias de una persona excepcional son el motivo de mi buena noticia de hoy. Se produjo mientras despedía a Teresa, 98 años, siete hijos, muchos nietos, bisnietos, infinidad de parientes y amigos. A lo largo de unas horas pude observar cómo, hasta en esos momentos, su presencia nos unía a todos en un recuerdo agradable, nos hacía aflorar una sonrisa al recordarla y nos invitaba a expresar un sentimiento de agradecimiento por todo cuanto nos había dado a lo largo de su extensa vida.
Vino a mi memoria la carta de San Pablo a Timoteo: “He recorrido el camino, he mantenido mi fe”. O aquella del Apóstol Santiago: “La fe sin obras es una fe muerta”. Teresa estuvo bien viva, recorrió el camino, su fe la convirtió en actos y actitudes. Así permanece en nuestra memoria. Ese es el ajuar que le acompaña. Su presencia en la mente de ese gran grupo de personas, que hemos podido aprender de ella a ser felices haciendo felices a los demás. Descansa en paz. Nadie muere del todo mientras se encuentra en nuestro pensamiento.
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