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Desde los presocráticos (la vida es “estar despierto”, Heráclito del Efeso), con más el cristianismo ejercitado como sistema bifronte universal de ideas (cuerpo y alma) y la cultura judeocristiana, sobre todo en Occidente, el sujeto desde que nace busca su destino, se rebela contra la muerte y aprecia su cultura como una forma de luchar contra el final irreductible.
No, no quiero morir, ya sé que mis poemarios pueden resultar dramáticos, ya sé que la vida es una mierda el setenta por ciento de las ocasiones, pero no, prefiero vivir esta vida de mierda, disfrutar de esos momentos de felicidad con la gente que quiero y mandar al carajo a los que no me soportan, a ellos ya les pagará el destino o mis guardianes sus malas intenciones.
Ahondando en el pasado de la humanidad, podemos comprobar cómo, desde siempre, las distintas civilizaciones han vivido en la esperanza de otra vida después de la muerte. Por ello han procurado ofrecer a sus difuntos un habitad confortable, al que han rodeado de ese “ajuar” consistente en armas, alimentos, animales de compañía, joyas, ropajes, etc., que les hiciera más llevadero el paso por la “otra vida”.
Hablar de la muerte sigue siendo un tabú en nuestra sociedad. Pese a su inevitabilidad, a menudo evitamos afrontarla o reconocerla, como si ignorarla pudiera alejarnos de su realidad. Sin embargo, acompañar a un ser querido en el proceso de despedida puede ser una experiencia profundamente humana y amorosa.
No quise ver el documental sobre los últimos días de la vida de Pau Donés, 'Eso que tú me das', cuando lo emitieron en 2021 por temor a experimentar sentimientos encontrados. En su momento recibió muchas críticas positivas que hablaban del buen morir y de los magníficos consejos dados en un momento tan esencial como es el de encontrarte a las puertas de la muerte, con fecha de caducidad, y afrontarla con esa manera tan positiva de marcharse.
El año litúrgico termina y antes de iniciar la preparación a Navidad, un nuevo ciclo que inicia con el Adviento, en el cual se nos plantea pensar en el fin de los tiempos, lo cual ha sido objeto de temor, basta pensar en la canción Dies irae (el día de la ira). En realidad, es una invitación a la paz y a la confianza. San Cirilo de Jerusalén decía: "Viene el Señor nuestro Jesucristo desde el cielo; viene en gloria al fin de este mundo".
El clima espiritual de noviembre, con la comunión de los santos y el recuerdo a nuestros predecesores, nos insta a digerir y nos invita a dirigir la mirada al cielo, meta de nuestra peregrinación por aquí abajo. En estos días, las gentes suelen adentrarse en la soledad de los cementerios, donde descansan los restos mortales de sus familiares, para enraizarse de aromas y repensar sobre sus propios vínculos.
La pregunta "¿Puede uno ser plenamente humano sin sufrir tragedia?" nos lleva a reflexionar sobre la naturaleza de la vida, el sufrimiento y la conciencia. Anthony De Mello, en su obra Despierta. Para De Mello, el origen del miedo, y por ende de todo mal, proviene de la ignorancia de nuestra propia naturaleza. "Del miedo viene todo lo demás", nos dice, pero este miedo no está dirigido principalmente a la muerte, sino a la vida misma.
Todos vamos a morir, tarde o temprano, ¿qué novedad, verdad? Aunque parezca una afirmación obvia, la mayoría de los mortales vivimos haciendo todo lo posible por esquivar dicho suceso por varios motivos. Pues bien, hoy reflexionaremos sobre la finitud como aspecto constitutivo de una vida plagada de posibilidades y cuya única imposibilidad de todas ellas, es la muerte.
Los espacios nos definen, ya sea al nacer, al crecer, incluso al morir. El nombre del lugar donde naces y mueres te acompañará siempre en tu pequeño currículum geográfico. Recuerdo a mi madre en sus últimos años como, por circunstancias y también por asueto, gustaba de viajar; ella que en su primera juventud no lo hizo nunca, salvo algunos traslados en carro con su padre vendiendo fruta, y luego inmersa, como estuvo en criar y atender a niños y mayores durante mucho tiempo.
Ayer, sentado en el parque, con Canela, mi perrita, rememorizaba algunas de las circunstancias que he vivido o, mejor dicho, que todos hemos vivido estos pasados algunos cercanos, otros un poco más lejanos. Quiero plasmar en forma resumida, las ideas principales, que de una forma u otra han podido afectar a mi realidad actual.
En el Libro del Apocalipsis en el Nuevo Testamento se habla de cuatro jinetes con autoridad «para matar a la cuarta parte de los habitantes de este mundo con guerras, hambres, enfermedades y ataques de animales salvajes». Durante siglos y en muy diversas culturas fueron la expresión de las grandes amenazas que se cernían sobre los seres humanos.
Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un asunto que nos interpela, casi en igual medida, a todos por igual: el único hecho fáctico de nuestra vida que carece de cualquier duda, la mayor de las certezas, la única verdad inescrutable que nos acompaña desde que nacemos, a saber, que todos vamos a morir eventualmente y que no hay absolutamente nada que podamos hacer para evitarlo.
La pérdida de un hijo es lo más trágico para los padres. En algunos casos puede provocar serias consecuencias, como una madre que se echó a la droga y bebida por no asimilar la “muerte súbita” de su hijo. Pero también puede producir momentos de gran humanidad y riqueza espiritual.
Poco a poco se va alejando, pero sigo escuchando su corazón latir. Todavía domina mi cuerpo pero su actuación, pronto terminará. El escritor se muere, se apagará para siempre, no volverá a nacer, yo espero que no, pues nació de un parto difícil y pocas cosas aportó.
Empezamos el 20 aniversario del traspaso de Juan Pablo II. El pasado 2 de abril hizo 19 años de su muerte, aquel día caía en la víspera de la fiesta de la divina misericordia (del próximo domingo, al término de la Octava de Pascua). El papa Wojtyla proclamó esta fiesta, de algún modo resumiendo su pontificado, como tenía preparado decir aquel día en cuya víspera murió.
La gran verdad de la era Sanchista: la MUERTE DEL PSOE tenía un precio; la MUERTE DEL ESPÍRITU SOCIALISTA tenía un precio; la MUERTE DE LAS AUTÉNTICAS CONCIENCIAS DE IZQUIERDA tenía un precio; la MUERTE DE LAS PERSONAS FALSIFICADAS tenía un precio; la MUERTE DE LA DEFENSA DE LA JUSTICIA EN LIBERTAD tenía un precio; la MUERTE DEL INDIVIDUO tenía un precio..., la MUERTE DE DIOS TAMBIEN TUVO UN PRECIO.
En Estados Unidos, la gran mayoría de sus habitantes creen en la espiritualidad, aunque son menos los que creen en las religiones, pues se van distanciando de las instituciones, que son menos populares. Independientemente de las afiliaciones, lo sagrado y la religión son cosas importantes. En nuestro tiempo, a veces nos conformamos con cosas comunes y no pensamos mucho en lo sagrado. Pero lo sagrado nos conecta con algo más grande, nos hace mirar más allá de lo ordinario.
Cuenta J. Bucay de un alpinista desesperado por conquistar el Aconcagua que inició su travesía después de años de preparación, pero quería la gloria para él solo: por lo tanto, subió sin compañeros. Se le hizo tarde, no se preparó para acampar, decidido a llegar a la cima y le oscureció. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada.
Cuenta Elisabeth Kübler-Ross de Jan, una mujer joven que se sintió poco a poco atraída por la religión y a partir de un dolor le habló a su marido de la muerte, le dijo: “Jeffrey, sé que he de morir porque mi abuela ha venido a visitarme y me ha dicho que me reuniré con ella muy pronto”. Le dijo que quería mucho a su abuela y que fue una bonita visita. Al poco, se confirmó el diagnóstico de un dolor que sentía en la pierna (cáncer de pulmón con metástasis en los huesos).
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