El año litúrgico termina y antes de iniciar la preparación a Navidad, un nuevo ciclo que inicia con el Adviento, en el cual se nos plantea pensar en el fin de los tiempos, lo cual ha sido objeto de temor, basta pensar en la canción Dies irae (el día de la ira). En realidad, es una invitación a la paz y a la confianza. San Cirilo de Jerusalén decía: "Viene el Señor nuestro Jesucristo desde el cielo; viene en gloria al fin de este mundo". Esta certeza transforma la visión del juicio final: no como un momento de condena, sino como el encuentro definitivo con el Amor que salva.
Estos días se nos recuerdan las palabras de Dios por boca de Jeremías: “Tengo designios de paz, y no de aflicción”. Incluso en los momentos de incertidumbre, se nos invita a dejar esas nubes tenebrosas y volver a pensamientos de paz, y se nos señala el modo, el camino: esta esperanza está en la caridad: “El que vive la caridad está salvado”. Este amor nos lleva a tener paz y comunicarla a los demás, experimentando una transformación interior que nos prepara para el encuentro definitivo.
El alma que se siente hija de Dios, en manos de quien nos sabemos que nos cuida, vive con serenidad. Como decía Newman, él conoce nuestras debilidades y nos defiende con compasión. Esta certeza nos ayuda a desterrar el temor, la angustia o la frustración. Jesús no viene a condenar, sino a perdonar, a salvar y a llenar nuestros corazones de alegría.
La perseverancia es otro pilar esencial en este camino. Jesús nos asegura que “el que persevere hasta el fin, ese será salvo”. Aunque nuestras luchas y errores puedan hacernos perder la paz, podemos recuperarla mediante actos de contrición, renovando nuestra confianza en Dios. Incluso los tropezones y las caídas, si nos llevan a la humildad, se convierten en "culpas felices" que nos acercan al Señor.
Esta paz tiene también un impacto en nuestra salud espiritual y física. Quienes viven según el espíritu de Cristo desarrollan una serenidad que le da salud fisiológica, y les permite afrontar los retos con confianza, reconociendo que “todo lo puedo en Aquel que me conforta” (como dice san Pablo): es una manera de decir que quien ha comenzado en nosotros su labor, la terminará, “podemos cubrir aguas”, como se dice en términos de la construcción. Podemos terminar ese proyecto para el que se nos ha dado la vida aquí.
Con esta psicología, no se pierden ni siquiera las batallas perdidas porque encontramos un “reciclaje” en todo para nuestro bien, un aprendizaje. No llevamos una cola de remordimientos que nos dificultan la marcha en el camino de la vida, sino que cortamos con aquellos pensamientos que no nos dan paz, para volver a esta paz interior, con la humildad que nos dan los errores.
La serenidad es fruto de esta psicología que lleva incluso a tener menos facilidad para enfermedades psíquicas, porque quien piensa así se pone en manos del Señor. De ahí que esta comprensión de que todo será para bien nos da un volver a la paz cuanto antes, pensar cosas de paz, cosas que dan serenidad. Esta es buena sabiduría.
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