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El género humano contra el constructo político

La sociedad cambia, al igual que los valores y los principios que la sustenta. Somos, gracias a otros. Y debemos adaptarnos a las nuevas exigencias que nos presenta la sociedad
Guillermo de Jorge
lunes, 10 de marzo de 2025, 10:43 h (CET)

La identidad de un ser humano es un ser vivo, que están en constante movimiento y evolución.

            

Supongamos que, por un momento, esa verdad en la que siempre hemos creído, no lo es. Sencillamente, no existe. Es el resultado final de un pacto colectivo, voluntario o no, entre una serie de personas que normalizan una determinada visión, percepción o concepto. Una convención que se ha transmitido durante años, décadas o siglos, que pone de manifiesto, sin dudarlo, que la realidad se construye o se edifica por los propios seres humanos. A veces, a fuego y sangre; otras, tras el convencimiento, si cabe; y, en muchas ocasiones, simplemente como el resultado inequívoco de la existencia de otras esencias y de otras legitimidades.


La identidad de un ser humano es un ser vivo. A la manera humilde con la que está hecha la humanidad. Sin embargo, se ha utilizado como una materia prima con la que se ha constituido el hábitat y la realidad que nos rodea.


A lo largo de la historia, se ha impuesto un concepto de identidad como norma contextual de un sistema social que busca la uniformidad de la población, dejando a un lado gran parte de la sociedad sin derechos, sin visibilidad, sin dignidad. Sin la posibilidad de poder proclamar que están vivos. Hablo de personas que, aún teniendo una fisonomía o arquetipo físico determinado, su inclinación sexual es diferente al género al que se presupone que pertenecen. Hablo de personas que durante siglos han sufrido factores de resistencia que facilitan su control social, su determinación, sus sueños. Una resistencia que se ha empleado con carácter global, materialista y capital.


Muchas de estas personas han vivido y siguen viviendo a escondidas, excluidos, apartados en espacios marginales, por razones de identidad, género y sexo. Héroes sin capa –siempre lo han sido- que viven entre nosotros luchando con su dolor a cuestas. Laboral y socialmente extintos. Compartiendo –eso sí, como siempre, con la inquebrantable voluntad de vencer- con otros colectivos los momentos de lucha, de sed y fatiga.


Debemos resolver los problemas que se nos presentan, pues no podemos permitir que existan personas que no puedan ejercer su derecho a la identidad personal sin ninguna garantía legal y menos imponer un modelo que no se ajusta a las nuevas exigencias sociales.


Sólo nos queda reflexionar sobre la conveniencia o no de la libertad de género o, lo que es lo mismo, el interés de restablecer las reglas que rigen los límites de los diferentes géneros que existen en la Humanidad. Es un hecho constatado y probado que el ser humano ya no es de un color u otro, al igual que no existen solo géneros determinados, igual que no se puede poner puertas a la libertad del individuo o muros al pensamiento o a los sueños. En primer lugar, porque el desarrollo del ser humano como tal, así como de sus capacidades cognitivas y pragmáticas, nos han revelado una realidad que siempre ha existido y que, de una forma u otra, se debe propiciar que puedan desarrollar una vida plena con las mismas garantías que cualquier otro ser humano, sin importar su sexo, su género, su religión o su raza. Uno de los principios elementales de los derechos humanos y la base de toda sociedad futura.


Algunos aceptan sus cuerpos; otros, simplemente, buscan reconocerse frente a un espejo.


Debemos afrontar los nuevos retos de la sociedad actual, ser conscientes y comprometidos. Debemos resolver los problemas que se nos presentan, pues no podemos permitir que existan personas que no puedan ejercer su derecho a la identidad personal sin ninguna garantía legal y menos imponer un modelo que no se ajusta a las nuevas exigencias sociales y sobre todo más que nunca no permitir que sea arrebatas aquellas conquistas sociales que ya se han legalizado y normalizado-.


La sociedad cambia, al igual que los valores y los principios que la sustenta. Somos, gracias a otros. Y debemos adaptarnos a las nuevas exigencias que nos presenta la sociedad. Una estructura social cambiante y en plena evolución que busca el progreso a través del respeto, la igualdad y la justicia. La formación humana, como la social, debe contemplar este nuevo envite que sostiene la sociedad contra nuestras estancias más íntimas. Un marco que obligue al respeto de la diversidad y que blinde a la ciudadanía su derecho a elección, sea cual sea, partiendo de la tolerancia y el respeto. Aquí el discurso se debe adaptar al fin último del ser humano: la humanidad. Cualidad sine qua non donde el homo sapiens se identifica y crece. Soy, porque somos. Y debemos dejar ser, para seguir siendo.


Algunos aceptan sus cuerpos; otros, simplemente, buscan reconocerse frente a un espejo. Pero, lo más importante, es que todos ellos son hijos de la luz, que se han ganado el derecho a decidir sobre su cuerpo, para poder ser ser; ser, en definitiva, un ser. Simplemente, Ser. Y así, poder construir, como hacemos el resto de los mortales, un individuo autónomo, sin ningún tipo de dominio, ni sometimiento y sin poner en peligro su vida. Porque los paradigmas deben morir, para ser una realidad incuestionable y dar lugar a una nueva vida, a una nueva forma de vivir, a una nueva forma de amar.

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