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Querer y odiar a Trump

La clave está en saber para qué va a usar la motosierra el presidente de los EEUU, para imponer su nación a los demás o para hacer más libre a su gente
Ángel José González Herrero
lunes, 10 de marzo de 2025, 11:00 h (CET)

El odio a Trump tiene elementos de despecho y rabieta adolescentes. Como si tuviéramos enfrente de nuevo a ese abusón de clase, a aquel amor que nos daba portazo de repente o al severo padre que nos castigaba sin paga.


Trump es un tipo difícil de querer y fácil de odiar. Empiecen preguntando a su madre, mujer y amantes. Su impostada rudeza verbal y gestual y esas continuas señales de que le importas una mierda y solo quiere cerrar el «deal» a tu costa no juegan a su favor en lo afectivo y emocional . Sumemos a esto, la actitud de outsider de la política con códigos nuevos que no entiendes y te agitan, a veces hasta la náusea.


El análisis del personaje está viciado en demasía por ese sesgo cognitivo de rechazo emocional. Si se fijan casi toda la crítica, incluida la de prestigiosos analistas y especialistas geopolíticos, se centra en aspectos como que «pasa» de nosotros y de Europa y nos «abandona», se «ríe y maltrata a Zelensky», insulta a todos sus adversarios, es un «matón», un «abusón» que hace valer la «ley del más fuerte», entre otras lindezas similares. Predomina la crítica al continente, a lo formal, a la actitud del personaje, no tanto al contenido y a los hechos. Pasada la fase de shock y de rabieta juvenil -reconozcamos, Europa y los europeos llevamos décadas de sueño adolescente y mimados por los EEUU- germinarán respuestas y acercamientos más maduros. Ya hay algún pequeño brote verde como el consenso de lo negativo de los aranceles y esa incipiente idea sobre la necesidad de rearmarnos ante lo que viene. Son respuestas al contenido y señales positivas en el cuerpo social.


Es el contenido donde hay que analizar y/o confrontar con Trump, es ahí donde se le puede o comprender o minar el discurso y donde quedan unos y otros retratados. Por mi parte, me parece bien su ataque al wokismo. Aunque están inflando esa mochila con demasiados elementos y pueden acabar diluyendo la cosa, creo que abrir la ventana a lo woke era una necesidad de Occidente, que necesitaba librarse de esa imposición forzosa, canceladora, puritana y moralista de las cosas. Desde Marx y quizá con su influencia no había habido mayor ataque a la libertad que con el ya institucionalizado movimiento woke. Esperemos que no sea un paso atrás para coger aire.


Por otra parte, adoro y avalo el DOGE, lo mejor del Trumpismo. La burocracia, el exceso de regulación, gasto y deuda, siendo en general bastante inferiores que en Europa, han llegado a límites pornográficos para los estándares de aquel país. Un dato para la alarma: los intereses de la deuda supondrán este año , más del 20% de los gastos del Estado. Eso es una barbaridad, una situación próxima a la quiebra en cualquier país del mundo. Necesitan motosierra a base de bien, lo cual no quiere decir necesariamente que allí deban recortar mucho su estado del bienestar, menos hipertrofiado que el nuestro. No sé cómo le saldrá a Musk la cosa: no es lo mismo implantar planes de eficiencia a base de prueba y error en una empresa que dominas sin oposición que hacerlo en los Estados Unidos de América. En todo caso, es el camino que tendríamos que llevar aquí desde hace tiempo.


En el otro lado de la balanza, siempre en el terreno del contenido, nos encontramos con el recalcitrante mercantilismo: la viejuna idea de los aranceles, la ‘protección’ de la industria nacional y el control absoluto de la moneda. ¿Qué podemos esperar en este sentido de un empresario que ha buscado siempre el favor del Estado en sus negocios? Muerto y enterrado desde hace siglos y repetidas veces, vuelve otra vez el mercantilismo a joder el comercio, las relaciones internacionales y a los consumidores de todo el mundo, castigados de nuevo a pagar más caros los productos que podrían obtener iguales o mejores y más baratos. Junto a su primo hermano, el nacionalismo, forman uno de los pilares del trumpismo y aquí radica su mayor peligro. No hacen ninguna gracia sus amenazas sobre Canadá y Groenlandia o sus imposiciones sobre la denominación del Golfo de México, y en la medida que muestran sublimación de su nacionalismo son inaceptables de todo punto. Hacen la misma gracia sus ataques a los jueces y el cuestionamiento de los resultados electorales.


Como era de esperar, ya han empezado los primeros roces entre Trump y Musk. Esta pasada semana saltaron chispas entre Elon y Marco Rubio, en presencia del presidente, a cuenta del traspaso de funciones sobre gastos en el exterior desde el director del DOGE hacia el Secretario de Estado. Es bastante previsible que la relación entre el hombre más rico del mundo y el presidente de EE.UU acabe como el rosario de la aurora. Primero serán los intereses internos de la burocracia americana, después el interés electoral de los republicanos y por ultimo, si aun siguiera Musk por alli, el Congreso, pero se adivina que lo del DOGE no será otra cosa que la paja mental liberal de un trumpismo que quizá no es otra cosa mas que populismo nacionalista y conservador.


Querer y odiar a Trump 2


La clave está en saber para qué va a usar la motosierra Trump, para imponer su nación a los demás o para hacer más libre a su gente. Lo iremos viendo.

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El odio a Trump tiene elementos de despecho y rabieta adolescentes. Como si tuviéramos enfrente de nuevo a ese abusón de clase, a aquel amor que nos daba portazo de repente o al severo padre que nos castigaba sin paga. Trump es un tipo difícil de querer y fácil de odiar. Empiecen preguntando a su madre, mujer y amantes. 

Los acuerdos que adopta el odiado Gobierno sanchista con otros partidos políticos que también son españoles, al menos de momento, son refrendados siempre de forma satisfactoria (para ellos) por el CIS, y claro está que, aunque el CIS tenga unos resultados de sus encuestas que no aprueban las felonías de Sánchez, este irreverente CIS no puede decir otra cosa que no sea el dictamen que le llega del Jefe Supremo Sánchez.

Supongamos que, por un momento, esa verdad en la que siempre hemos creído, no lo es. Sencillamente, no existe. Es el resultado final de un pacto colectivo, voluntario o no, entre una serie de personas que normalizan una determinada visión, percepción o concepto. Una convención que se ha transmitido durante años, décadas o siglos, que pone de manifiesto, sin dudarlo, que la realidad se construye o se edifica por los propios seres humanos.

 
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