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El saber

Por tercera vez y última, he vuelto a pasar por las aulas universitarias. Pensaba que yo era un bicho raro. Pero nada de eso. En mi facultad deambula una docena de “mayores, o muy mayores”
Manuel Montes Cleries
lunes, 17 de febrero de 2025, 09:41 h (CET)

Sigo sin saber nada, pero por lo menos lo disimulo mejor”. Me he encontrado esta frase en boca de Cortés, un antiguo carnicero y aprendiz de historiador. Uno de los personajes secundarios de una novela de Javier Cercas, que he releído en estos días de vacaciones. (Los planes de estudio actuales están llenos de incongruencias, tales como dejar un mes libre a mediados de enero, para dedicarlo a los exámenes extraordinarios, que anteriormente se realizaban a finales del verano).


La frase con la que encabezo este artículo, es pronunciada por este lugareño de la novela de Cercas, que una vez alcanzada la jubilación, dedicaba buena parte de su tiempo a ampliar sus conocimientos. Dicha máxima es aplicable a esa pléyade de mayores (y no tan mayores) que acudimos a los cursos monográficos para mayores de 55 años, o ampliamos nuestros estudios con cursos de posgrado, másteres, nuevas carreras, etc.


Tengo la suerte de encontrarme en esta situación. Por tercera vez y última, he vuelto a pasar por las aulas universitarias. Pensaba que yo era un bicho raro. Pero nada de eso. En mi facultad deambula una docena de “mayores, o muy mayores” mezclada con los veinteañeros. Un militar retirado, varios docentes y tipos tan extraños como yo, tiramos de mochilas llenas de carpetas y nos embebemos en clases magistrales y visitas culturales. Todo un universo.


Parece que esta tendencia es contagiosa. Cada día nos dirigimos a la universidad una decena de miembros de mi familia. Dos nietos que están en posgrado, otras dos que están estudiando medicina y otros dos que están en Magisterio. Dos de mis hijos (rondando los cincuenta años) estudian psicología, una de mis nueras da clases en medicina y un servidor que se pelea con la historia por segundo año consecutivo.


Tenemos la suerte que no tuvieron nuestros ancestros. Los estudios superiores estaban vedados a la mayoría de nuestros antepasados. Solo una minoría podía acceder a la universidad, que radicaba en muy pocas ciudades.


La buena noticia de hoy se basa en que estudiar, mejor dicho, aprender, está al alcance de todos. Hay becas, universidad a distancia, un montón de especialidades de estudio, formación profesional y horarios accesibles para casi todos. Solo hace falta buena voluntad y un poco de sacrificio.


Después del “solo sé que no sé nada”, frase de Sócrates (tomada de Platón), me quedo con el sigo sin saber nada, pero por lo menos, lo disimulo mejor”, de Cortés, el campesino catalán de “El monarca de las sombras”. Confieso que tengo un escaso conocimiento de causa, pero lo manifiesto mejor que algunos prebostes.

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