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Formamos parte de algo más grande que nosotros

Cuando entendemos que somos colaboradores en el plan divino, experimentamos una paz que trasciende toda comprensión
Llucià Pou Sabaté
jueves, 14 de marzo de 2024, 08:56 h (CET)

La historia de la vida humana es como un tapiz tejido con hilos de experiencias, desafíos y momentos de profunda reflexión. En este vasto lienzo, cada uno de nosotros forma parte de algo más grande que nosotros mismos, una tela cósmica tejida con los designios de un plan divino que a menudo escapa a nuestra comprensión. Recientemente, mientras hojeaba un resumen en algún rincón de mi biblioteca, me encontré con una reflexión que resonó profundamente en mí y que deseo compartir: Nuestra existencia está imbuida de un propósito divino, un diseño celestial que, de manera misteriosa, incluye el sufrimiento como parte integral de nuestro viaje. Es en este entendimiento que encontramos la semilla de una gran oportunidad para crecer, madurar y dar frutos que nos conduzcan hacia un destino prometido.


Recuerdo las palabras de Edith Stein, una filósofa alemana convertida en monja carmelita, cuya vida y martirio en Auschwitz reflejan una profunda comprensión de la "ciencia de la cruz". Ella escribió: "Lo que no estaba en mis proyectos se encontraba en los proyectos de Dios". Estas palabras resuenan con la convicción de que no hay coincidencias ni accidentes en la vida, sino una coherencia perfectamente inteligible en el plan de la providencia divina.


El mensaje central de Jesús en el Sermón de la Montaña nos invita a confiar en los planes de nuestro Padre celestial, recordándonos que hasta los más pequeños detalles de nuestras vidas están cuidadosamente contemplados por Él. Es esta confianza en el amor y la sabiduría divina lo que nos permite abrazar las pruebas y tribulaciones con serenidad y fortaleza interior: "¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados" (Mateo 10,29).


Santa Catalina de Siena nos ofrece una perspectiva aún más profunda al recordarnos que todo procede del Amor, y que incluso el sufrimiento puede ser un medio de salvación y crecimiento espiritual: "Decid a aquellos que se escandalizan y se rebelan de lo que les pasa: todo procede del Amor, todo es dispuesto para la salvación del hombre. Dios todo lo hace con este objetivo". Esto no se entiende fácilmente sino con una ciencia del corazón… podemos releer esas palabras, para que vayan ahondando en nuestro interior: “todo procede del Amor…” Es a través de una ciencia del corazón, de una profunda conexión con nuestro ser interior, que podemos comprender la verdadera naturaleza del sufrimiento y encontrar consuelo en medio de las adversidades.


Cuando entendemos que somos colaboradores en el plan divino, capaces de entrar deliberadamente en él a través de la actividad, la oración y sí, incluso el sufrimiento, experimentamos una paz que trasciende toda comprensión. Aunque el dolor puede seguir presente, nuestra fe nos sostiene y nos guía a través de las sombras hacia la luz.

   

Entendemos que todo vendrá por alguna razón, si Dios lo permite, y que de ahí saldrá algo bueno aunque nos es impedido verlo ahora mismo. Sin embargo, aquí o en la otra vida, lo veremos. Lo sabemos. Y nos fiamos. Entonces, no se deja de sufrir, pero de un modo mitigado, sabiendo –o sintiendo- el sentido… "El fuego limpia el oro de su escoria, haciéndolo más auténtico y más preciado. Igual hace Dios con el siervo bueno que espera y se mantiene constante en la tribulación" (San Jerónimo Emiliano).El sufrimiento es así visto como el fuego que purificándonoscomo se hace con el oro quitando la escoria, nos hace más auténticos y valiosos a los ojos de Dios. A medida que nos aferramos a la esperanza y perseveramos en la tribulación, nos convertimos en testigos vivos de la obra redentora de Dios en nuestras vidas.

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