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Vivir en la esperanza

Se dice que es lo último que se pierde. Aún nos queda este recurso
Manuel Montes Cleries
lunes, 28 de octubre de 2024, 10:30 h (CET)

Se dice que la esperanza es lo último que se pierde. Aún nos queda este recurso.


Llevamos demasiado tiempo bombardeados por la presencia de guerras, desencuentros y una constante lucha a muerte política, desencadenada entre los diversos partidos, animada por los medios de difusión que se manifiestan excesivamente sectarios.

     

De vez en cuando, es necesario desengrasarse asistiendo a actos que te animan a pertenecer a ese grupo de personas que disfrutan de  un espíritu libre y de una forma de actuar, que les permite ser felices y hacer felices a los demás.

     

El pasado viernes asistí a la presentación de un libro sobre el futuro año Jubilar, cuyo lema es “Peregrinos de la esperanza”. No voy a entrar ahora en analizar la celebración del Jubileo. Ni siquiera en la oportunidad del mismo. Me voy a centrar en donde y con quién  pudimos celebrar un pequeño jubileo (encuentro) entre personas que buscamos con ahínco la proclamación de la mejor buena noticia que nos ha llegado hasta ahora a la humanidad. El Evangelio de Jesús. Un convento de monjas de clausura (Carmelitas), humilde y silencioso, lleno de paz y oración, que compartieron con los asistentes.

    

El autor del libro Alfonso Crespo, es un viejo amigo, sacerdote y párroco diocesano, escasamente mediático, pero con un bagaje intelectual envidiable. Es doctor en Teología Espiritual, finalista del Premio Mundial de Poesía Mística ‘Fernando Rielo’, ponente en diversas conferencias en el Vaticano, autor de muchos libros y, sobre todo, un excelente cura de parroquia.

       

La tesis de este libro se basa en apoyarnos en la celebración del Jubileo, el cual nos ayude a darle el sentido y la fuerza vital que se deriva de la fiesta cristiana del domingo. El primer día de la semana. El que debemos aprovechar para cargar pilas, que nos permita  afrontar con fuerza las alegrías y sinsabores cotidianos.

        

Los cristianos nos hemos adocenado y hemos convertido el cristianismo en una especie de cultura pasiva llena de parafernalia  que no nos compromete a nada. Encima, los que presumimos de serlo, fallamos más que una escopeta de caña. Nuestro ejemplo convence poco. Un amigo mío me decía que vamos a empezar a ser auténticos cristianos “tres días después de muertos… y por la tarde”. No andaba muy descaminado.

      

La buena noticia de hoy se basa en la mejor noticia: Aún es posible la esperanza. En esa capilla del convento, en una callejuela de la vieja Málaga, rodeado de apenas un centenar de personas, cinco monjas y un cura, recuperé la confianza en que, aunque nos empeñemos en ello, Él nunca nos abandonará. Este mundo puede mejorar.

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Si bien el conflicto entre Israel y Palestina obedece a cuestiones de corte político y étnico que no podemos soslayar, en el fondo ostenta una decidida etiología mítica y religiosa. Esto es coyuntural ya que, de no tenerlo en cuenta, dificultaría comprender el alcance de los acontecimientos actuales. En otras palabras, si sostenemos la fuerte influencia bíblica y coránica podemos afirmar con cierta seguridad que no es visible una solución de fondo como muchos esperan.

Y seguimos sin establecer una oficina ad hoc para su debido tratamiento coordinado ya que los tres grandes contenciosos están encardinados, tan estrechamente interconectados como en una madeja sin cuerda, donde al tirar del hilo de uno para desenlazarlo, surgen, automáticamente, inevitablemente, los otros dos.

En una de esas conversaciones que surgen en las sobremesas navideñas, me preguntaron por el sentido de la vida en clausura. Mi respuesta fue un tanto evasiva. No se entiende el pasarse la vida encerrado en un convento sin hacerlo desde la perspectiva de un mínimo de fe. A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de conocer con más detalle la vida de dos comunidades de monjas de clausura. Las Hermanas de la Caridad de San Fernando y las monjas Cistercienses del Atabal.

 
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