En un tiempo donde la veracidad sufre tan fuertes ataques habría que recurrir a la duda como medida cautelar. Si en lo asentado históricamente no tenemos seguridad ¿cómo suponerla en lo actual, sujeto a fuertes intereses?
Por ejemplo, referido al pasado, ¿cómo estar seguros de que las ideas de Sócrates, plasmadas en los diálogos de Platón, no son en realidad las de este? Aún más: en cuanto no han quedado autógrafos de los textos originales ¿cómo distinguir a los exégetas de los eiségetas?
Para resolver tales incertidumbres deberíamos comenzar por analizar nuestra Historia occidentalista rechazando que es un faro central que ilumina el orbe. Central porque se han descoyuntado los puntos cardinales al modo de ese mapamundi que sitúa a América en el centro y parte a Eurasia en dos.
Pero en estos momentos es impensable que se revise nada; de entrada carecemos de suficiente capacidad autocrítica. Hasta que la realidad no nos despierte bruscamente seguiremos en nuestra arrogancia casi suicida. El otro día un parlamentario europeo señalaba que el 80 por ciento de las resoluciones tomadas en su parlamento eran reproches morales a otros países. Estamos seguros de que Israel y Siria se salvaron. La Semana Santa habría sido idónea para recordar a aquellos cristianos y no cristianos que están siendo sacrificados en el nuevo estado islámico que es Siria. Curiosamente, el perverso Assad los protegía.
Esa arrogancia (sin gallardía), esos racismos y xenofobias selectivas, casi siempre tienen un trasfondo clasista, justificativo de un reparto desigual. No son pocos los movimientos que basan su ideología en la aporofobia (incrustada incluso entre los más pobres). No se analiza por qué se vive bien (un 24 por ciento ya no); nadie duda de su propio mérito.
Que la descolonización dejara en esos países una inmensa deuda, con intereses leoninos, creada precisamente para asegurar la dependencia entre excolonias y metrópolis, no es asunto que afecte a la autoestima moral. ¿Qué importa que esa trampa haya imposibilitado su desarrollo? Para situarnos sería útil repasar la “deuda de la independencia” de Haití, y a sus Papa Docs para asegurarla. Aunque si viéramos la película “55 día en Pekín” volveríamos a descolocarnos.
Historia y prensa, ladrillo sobre ladrillo
Pero, ¿acaso la Historia y la información cotidiana están relacionadas? Creemos que sí. Mucha parte de la Historia es la condensación de noticias diarias, más una pátina de erudición. Luego están la perspectiva, la jerarquía ética (por la cual se puede enjuiciar convenientemente los derechos humanos y demás hitos de civilización), el prestigio mediante premios (como el del Banco (central) de Suecia, denominado equívocamente premio Nobel de Economía); cómo no, la justificación por la necesidad (los demás no la tienen), e incluso la ignorancia (que puede oscurecer cinco mil años y resaltar quinientos o incluso treinta), todos ellos elementos capaces de retorcer los datos más fiables de los archivos históricos.
Sorpresa
Situándonos en el presente, lo sorprendente es que de repente se produzca esta ofensiva contra la mentira, como si fuera algo nuevo. Hemos olvidado, por ejemplo, la campaña contra las armas de destrucción masiva de Irak.
Hace poco el New York Times descubría (¿?) la implicación bélica de Estados Unidos en la guerra de Ucrania, la cual había negado antes. Pero ni así: la intención era trasladar la culpa de los errores a su aliado, el cual no se ha ceñido al plan.
¿Cuánto tiempo ha pasado sin que supiéramos, de una vez por todas, que reunión tras reunión, acuerdo tras acuerdo, proclama tras proclama, resolución tras resolución, las cosas han ido empeorando para el proyecto palestino? (¿Habrá más Sykes-Picot, Balfour, París, Peel, Biltmore, resoluciones de la ONU 181, 194, 242, 338, 3236, Camp David, resoluciones 35/169 E, 497, Madrid, Oslo, Oslo II, Hebrón, Wye River, Camp David II, Parámetro Clinton, resolución 1397, Cuarteto ONU-UE, resolución 1515, Principios del Cuarteto, Annapolis, resoluciones 1860, 67/19, 2334, Abraham… o bastará con esperar a que lleguen al Nilo y al Eufrates?). ¿Cómo nos han convencido de que es legítimo que un país tenga derechos de los que carecen sus vecinos, con Historias mucho más antiguas?
Dice Google: “La desinformación constituye una de las mayores preocupaciones de los países democráticos”. ¿Y por qué ahora ésta denuncia? Pues porque nos ha llegado la serpiente reptante de la falsedad (de las “fake news, para mayor singularidad semántica). ¿Y para qué la denuncia? Para protegernos. Por la rendija de la pluralidad puede penetrar cualquier veneno disolvente. Sin embargo, en nuestro sur no hay ningún tóxico preocupante.
No es sólo el dato incorrecto
Uno de los mayores peligros de la manipulación es que puede cegar al mismo que la practica y llevarle a creer que sus razones sanan a sus mentiras.
Es decir, que no es sólo un problema para la moral, sino también para la técnica y la ciencia. ¿Cómo encontrar soluciones válidas a una realidad falsificada? (y a veces idiota).
Tampoco es un problema de datos incorrectos, sino un ataque a la democracia misma en cuanto erosiona a sus principales nutrientes: a la duda como negación de la infalibilidad; a la pluralidad, como panorama de soluciones diversas; a la contrastación como mecanismo selector; a la publicidad como taquígrafa de responsabilidades ante la sociedad. Nos preguntamos cuántos pueblos no se habrán arrepentido de haber aceptado verdades únicas.
Todos estos elementos forman una cadena a la que no se le puede restar ni uno sólo de los eslabones, salvo que se la quiera aparente y sin eficacia.
Por otra parte, esas narrativas falsas pueden tomar dimensiones proporcionales al inmenso capital que las sostiene. Estos medios de la verdad única ya no son una redacción, su saber, sus máquinas, sus distribuidores, sino conglomerados corporativos, en muchos casos internacionales que persiguen sus intereses privados ignorando los de los generales de los países en los que se asientan.
Espectadores sin curiosidad
Mientras tanto, la opinión pública acepta ser un cuenco vaciado dispuesto a contener lo que le echen. Carente de curiosidad está dispuesta a aceptar cualquier moda absurda que le propongan, con tal de que sea masiva e indiscutida. La crítica aburre (y compromete). Es decir, hay más colaboradores de los que figuran: ¿ sabremos más de lo que parece, aunque sólo sea por mera intuición? ¿Sospechamos que 3 + 1 es mejor que 2 +2, siempre que nos corresponda el 3? Pero, ¿y si el error nos lleva al 1 + 3?
¿Que no hay otras opciones? No es cierto, nunca ha habido tanta información gracias a los nuevos medios. Pero esa multiplicidad lucha en una situación de inferioridad, de desigualdad, por lo que acceder a ella requiere un esfuerzo añadido. Cuidado con la búsqueda exclusiva del gozo como única meta humana. Puede distraernos de nuestros verdaderos intereses.
Es lamentable que no se colabore en abrir a la multitud un mundo donde hay gente con conocimientos extraordinarios. Gracias a esos medios descubrimos en nuestro país a grandes talentos sometidos al ostracismo: a militares en la reserva que nos explican las guerras y no hazañas bélicas de tebeo; a exdiplomáticos que desmienten versiones sobre hechos que vivieron en primera persona; profesores universitarios que no siguen la consigna; economistas que introducen lógica y no galimatías. Para más ventaja, esos medios no tienen fronteras; podemos oír o leer a exservidores oficiales de alto nivel de diversos países, a profesores de las más prestigiosas universidades del mundo. A esto, añádanse los diarios principalmente digitales dispuestos a luchar por la pluralidad; las páginas personales de eruditos que no se someten al diluvio oficial.
Gracias a todos ellos, hecho el esfuerzo (recordemos el dicho chino: la ignorancia no es una excusa, sino una responsabilidad) descubriríamos que hay dos realidades, una de ellas falsa a pesar de su ubicuidad.
¿Basta pluralidad?
¿La pluralidad es la solución absoluta? No, ha de complementarse con el propio discernimiento. Ahí no cabe delegación alguna. Entre dos noticias contradictorias, ¿cómo saber cuál es la verdadera? Aquí surge el problema de la educación. ¿Nos enseñan a pensar con criterio propio? ¿Con criterio crítico? ¿A utilizar la lógica, el razonamiento, el despegamiento? ¿A comparar? ¿A analizar el itinerario entre lo que se dice y lo que se hace? ¿A crearnos la inquietud necesaria para comprobar en qué acaba lo afirmado? El otro día nos alarmaban con la necesidad de acumular víveres y agua para tres días. Lo hemos hecho, hemos sido obedientes. ¿Y ahora qué, cuál fue la causa, el hecho concreto que debíamos prevenir? ¿Se nos trató con respeto? ¿Se reían a carcajadas quiénes diseñaban la recomendación? ¿Ya no hay en Afganistán niñas “icónicas”, como se dijo, con ojos verdes? ¿Ya no hay burkas? ¿Ya no hay corazones tiernos? ¿Cuántas noticias quedan en suspenso, producido el efecto emocional?
Se plantea un problema entre la democracia real y la aparental. No basta con poder extraer la carta que queramos dentro de barajas ajenas. ¿Cuál es el sentido de votar si inexorablemente el bienestar se concentra en los menos con perjuicio de los más? ¿No es este, por sí, un dato sintomático? Por ahí arriba se nos ha olvidado el concepto de ejemplaridad. ¿Qué mejor garantía democrática que las decisiones tomadas afecten a todos por igual? ¿Acaso la finalidad de la democracia es beneficiar a las minorías en toda clase de decisiones? ¿Es esta la droga que quieren nebulizar informativamente?
¿Cuarto poder?
En su tiempo se definió a la prensa como un cuarto poder. Quizás no sería mala idea que el Estado, que las leyes lo constituyeran como tal, en beneficio del periodista que cumple con su misión profesional (que no es la de novelar la realidad).
La constitución de ese cuarto poder debería combatir la inseguridad en la profesión periodística; asegurar su independencia, su autonomía, que pueda informar imparcialmente sin peligro de represalias, de remociones. La propia protección física. Hasta en este asunto hay oscuridad informativa. El Comité de Protección de Periodistas habla de 124 muertos en 2024. Euronews de 104. El País de 124. La Unesco de al menos 60. La Federación Internacional de Periodistas de 171. Reporteros Sin Fronteras en párrafo denso de 145 desde octubre de 2013, pero más visiblemente de 54.
La función periodística necesita ser reconocida como un servicio público cuya finalidad es, sobre todo lo demás, informar verazmente a en beneficio de que el sistema democrático cumpla sus funciones. En beneficio de que los otros tres poderes realicen eficazmente sus funciones. Incluso en evitación de que se constituya en un contrapoder antidemocrático.
En ella no puede primar ni el interés privado ni el lucro ni la propiedad empresarial ni el capital aportado. La noticia fidedigna no es de nadie. Tampoco su destinatario. Menos si es en beneficios de intereses foráneos. Si el interés de un euro puede más que una palabra verdadera no es que no haya democracia, es que no hay nación. Inamovilidad, libertad de pluma, órganos propios que garanticen su independencia deberían ser procurados seriamente por el Estado. Hay dinero para toda clase de tonterías, menos para lo vital.
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