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Esta España nuestra es cada vez más sorprendente. Hace poco leía en un medio de comunicación que ni la Fiscalía ni los jueces responden a las expectativas de la ciudadanía ni van en la línea del sentido común; de ello no parece haber duda porque, incluso, dentro de esos mismos Cuerpos hay serias discrepancias y la misma ley no se interpreta igual por todas las partes ni para todas las partes. Va a ser verdad que quien hizo la ley, hizo la trampa, como va a ser verdad que “todos somos iguales ante la ley, pero unos más iguales que otros”. Todo esto viene a cuento por la situación del poco o nada honorable, Carlos Puigdemont, expresidente de la Generalidad catalana.
Es evidente que estamos rodeados de prensa adversa. Incluso en aquellos medios en los que confiábamos que se mantenían ciertas políticas sensatas, han decido cambiar de orientación para adaptarse a los tiempos, lo que quiere decir que si, para ello, han tenido que prescindir de unos determinados principios y ponerse una camisa política de otro color, no han hecho ascos y lo han hecho.
Mientras el señor Quim Torra se empeña en tocar las narices a los españoles con sus continuos desplantes y desobediencias a las autoridades españolas; el último el que está teniendo lugar en estos mismos momentos en los que, por segunda vez, ha desobedecido los requerimientos que se le han venido haciendo desde la Junta Central Electoral para que, sin más dilaciones ni entorpecimientos, ordenara retirar los lazos amarillos y las pancartas que figuran en la fachada de la Generalitat catalana.
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