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Sin perjuicio de elaborar algo más adelante, con la política postelectoral ya asentada, mi balance 2023, en la serie sobre nuestros contenciosos y diferendos diplomáticos, sobre los seis, los contenciosos de Gibraltar, el Sáhara Occidental, y Ceuta y Melilla, y los diferendos de Las Salvajes, Olivenza y Perejil, procedería ahora una síntesis sobre el Sáhara.
Hace 66 años, Paraguay y Taiwán establecieron relaciones diplomáticas a instancias de la embajada paraguaya en Venezuela. Mucha agua ha pasado bajo el puente desde entonces, al punto que, para algunos, estos lazos de cooperación y amistad se han vuelto anacrónicos. Pero lo cierto es que la visita del presidente electo paraguayo a Taipéi, que se inició en la misma fecha de la conmemoración citada, es una prueba de la vigencia de la relación.
Hace medio siglo, España, que figura a justo título como cofundadora del derecho internacional por varios conceptos, comenzando por el más relevante, la introducción del humanismo en el derecho de gentes; que fue primera potencia mundial, categoría sólo compartida con la posterior Inglaterra, así como el mayor imperio a escala planetaria, transitaba en el furgón de cola europeo, sin más comparsas que el vecino Portugal y Grecia, y si se quiere con la rota Irlanda.
Decía un político que para tartamudear más valía “mudear”. Eso le está ocurriendo a España en muchos aspectos de su política internacional, de la que no escapa la relacionada con Iberoamérica. Queremos estar, pero nos fallan los impulsos cuando hay que tomar medidas comprometidas. Es fácil repetir que hay que potenciar la comunidad iberoamericana. Lo que ya no es tan fácil es aclarar qué se entiende por potenciar.
Dejamos ahora para más adelante -hacia el otoño de este año electoral, y aunque la política exterior va a tener como es tradicional por estos pagos escasa entidad, en el pleno fragor de la contienda quizá la coyuntura permita margen para alguna que otra referencia a las controversias diplomáticas- el habitual balance sobre nuestros contenciosos y diferendos, que esta vez arroja un déficit asaz agravado.
En cualquier país, la bandera es un símbolo poco menos que sagrado. Simboliza el compendio de su historia, de su ser y su sentir, su identidad y sus raíces, lo que une a todos sin distinción. Por eso, generalmente, en todas partes es amada y respetada. Bueno, en todas partes menos algunas excepciones como las comunidades autónomas vasca y catalana de España, en las que una parte de la sociedad, la odia y la ultraja impunemente.
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