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Iberoamérica

Si de verdad deseamos cobrar importancia, unámonos con nuestros hermanos en un comercio y en una economía que nos fortalezcan en conjunto
Luis Méndez Viñolas
jueves, 20 de abril de 2023, 10:05 h (CET)

Decía un político que para tartamudear más valía “mudear”. Eso le está ocurriendo a España en muchos aspectos de su política internacional, de la que no escapa la relacionada con Iberoamérica. Queremos estar, pero nos fallan los impulsos cuando hay que tomar medidas comprometidas.

Es fácil repetir que hay que potenciar la comunidad iberoamericana. Lo que ya no es tan fácil es aclarar qué se entiende por potenciar, y cómo se hace desde nuestra perspectiva, que es bilateral, o mejor, trilateral (EE.UU., Unión Europea, Iberoamérica).


Para empezar, lo primero que deberíamos hacer los españoles es ponernos de acuerdo en lo que sea. Pero si nos resulta difícil lograrlo en lo sencillo, habrá que ver en lo complicado, que es mucho. Veamos lo más sencillo: mientras Felipe VI asistía a la cumbre iberoamericana de este año, la 28, Feijoo se enorgullecía “de estar aquí, (en España) de estar con el pueblo hispanoamericano, de no rendir pleitesía a gobernantes aprendices de autócratas y realmente autócratas que utilizan a su pueblo, no para mejorar y prosperar, sino para mejorar y prosperar ellos. Por eso no echo de menos reunirme con algunos gobernantes de las naciones hispanoamericanas». Como opinión, una más en un país ejemplar y carente de defectos --como puede ser el de la corrupción--, y en el que nadie ha bebido aguas “autoritarias”. Como político que posiblemente tenga que acudir un día a una de esas cumbres, demuestra lo acertado del aserto de Maquiavelo: “en política todo acto inútil es enojoso”.


Pero no se trata de denunciar electoralismos, más o menos aceptados, que intentan atraer el voto iberoamericano residente en España. El asunto es más importante: se trata de cuestionar nuestra preparación para emprender grandes políticas. A no ser que esta haya sido una máscara más para ocultar lo que en realidad no se quiere hacer. Una cosa es hablar líricamente de hermandades, y otra muy distinta comprometerse en esa lucha. Lula fue a Pekín, Sánchez fue a Pekín. ¿Ambas reuniones tuvieron el mismo calado? Eso lo sabrán los expertos, que saben de todo, principalmente cuando no hay nadie que les contradiga.


Churchill decía que “la principal diferencia entre los humanos y los animales es que los animales nunca permitirían que los lidere el más estúpido de la manada”. Sin embargo, estos desprecios a veces son aventurados. La gente no es tan tonta como en ocasiones desea aparentar; y sus medidas políticamente estúpidas no son sino decisiones interesadas, incluso venales. Una prueba de que no son tontos es la de que nunca terminan de camareros o de albañiles (salvo uno que volvió a la mina), a pesar de que según un ministro del pasado ese es el destino de la mayoría de los españoles.


Decíamos que si España quiere colaborar en el desarrollo de una política iberoamericana deberá aclarar qué entiende por tal política. Una cosa es hacer aspavientos cordiales y seguir en lo mismo y otra ponerse a la tarea. Según el FMI, se espera que el pib mundial en los próximos cinco años esté concentrado en cuatro países: China (22,6%), India (12,9 %), EEUU (11,3%) e Indonesia (3,6%). Los tres principales de la UE más Gran Bretaña representarán el 5,1%. (tomado de Negocios tv, y este de Bloomberg). El “por qué no te callas” ya no vale. Han pasado dieciséis años, una grave crisis económica, se han creado múltiples organizaciones latinoamericanas que no marcan el paso al ritmo del tambor, el mundo es menos unipolar y el pib de esa región no es nada despreciable.


Si se siguen las políticas de siempre no es objetable la presencia en la cumbre de diplomáticos que parecen más preocupados por otras cosas que por el futuro de España, y que pueden presumir de fino olfato; seguro que todo terminará en un frondoso jardín multicolor de diseño concéntrico, en el cual nuestros intereses (los de los españoles) no sufrirán merma alguna, tal como nos ha ocurrido en tantos otros casos; por ejemplo, el gas argelino que ahora va a Italia; la conexión del hidrógeno verde con Francia y Alemania, que pagaremos nosotros; las materias primas, que ahora pagamos a mayor precio. Respecto al mundo, mejor olvidar el lamentable y desigual tratamiento contra el covid.


Si lo que queremos es una comunidad novedosa, integradora, sin condicionantes, con perspectivas propias, con soberanías no mermadas, en igualdad de condiciones con el resto del mundo, es decir, con capacidad de competir libremente, habremos de aprestarnos a una labor complicada que requerirá de mucha unidad tanto entre sus integrantes como entre los distintos sectores de cada uno de esos países.


Esa Iberoamérica, poseedora de extraordinarias riquezas, de entrada, no podrá materializarse anteponiendo la exigencia de un modelo dado que permita admisiones y provoque exclusiones. Entre otras cosas porque hay dictadores y autócratas de todos los colores. Si lo concretáramos a Brasil, el país de mayor peso ¿dependería su pertenencia a que estuviera Bolsonaro o Lula? ¿Se le expulsará y admitirá alternativamente? Se dirá: que sean democráticos. A estas alturas deberíamos ser menos cándidos. Vamos a hablar de democracia donde la justicia social está por desarrollar? ¿Vamos a hablar de democracia y derecho cuando Lula fue condenado y encarcelado, sin pruebas, por la convicción de un juez (eso mismo reconoció él) que luego terminó de ministro de Justicia? ¿Hemos olvidado que la sentencia fue anulada por el Supremo de Brasil? Además, ¿por qué ponemos trabas que los países adoctrinadores no se ponen a sí mismos? ¿Acaso Arabia Saudita, por ejemplo, madre del petrodólar, reúne tales cualidades?


No, se dirá, habrá una carta ¿otorgada? que establecerá los requisitos de admisión. Es decir, una Iberoamérica cortada por la mitad y en constante recomposición. Eso más bien suena a correa de trasmisión de algún poder que lo último que quiere es que le compitan. No es la primera vez que los países poderosos juegan a la división y subdivisión en beneficio de unos intereses exclutentes.


Talleyrand decía que “hay que tratar a los amigos como a futuros enemigos y a los enemigos como a futuros amigos”. Porque él, después de sí mismo, hay que reconocerlo, pensaba en Francia; y porque además sabía que toda Europa era enemiga de su país; tanto como Francia lo era de toda Europa. Lo de Marruecos (ejemplar democracia) debería obligarnos a abrir los ojos. No hablaremos de Holanda y Ferrovial porque ese es un asunto que no permite comentarios cortos. En definitiva, nuestros amigos de este lado del Océano lo manifiestan con claridad: no tienen principios, sino intereses.


¿Nos desindustrializaron por unos miserables euros y nosotros hemos de renegar de nuestros verdaderos hermanos e intereses? A no ser que nos queramos unir a esa Nueva Europa, contrapuesta a la Vieja, según Donald Rumsfeld.


De cualquier forma, hasta que los políticos españoles decidan si están con la vieja Europa o con la nueva, con la Iberoamérica entera o con la mitad no expulsable, lo fundamental es que seamos cautos y evitemos cualquier radicalidad carpetovetónica en las esencias, no vaya a ser que estas caduquen y una vez más nos quedemos sin desiertos ni fosfatos ni flores.


Por cierto, antes los políticos establecían pautas para los empresarios (es un decir). Pero desde hace un tiempo, en geopolítica, se encuentra más sensatez en los empresarios que en esos políticos que nos invitan a que nos tiremos a la piscina sin que ellos hayan comprobado antes si contiene agua. El mundo que viene tiene una característica que puede ser buena o mala, pero que es indiscutible: se ha desideologizado y ha quedado a la vista el verdadero nervio de la cuestión. Si de verdad deseamos cobrar importancia unámonos con nuestros hermanos en un comercio y en una economía que nos fortalezcan en conjunto. Después de todo, los idealismos foráneos a ellos no les ha resuelto ningún problema, más bien todo lo contrario.

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