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Mientras nos deslizamos por el prolongado y resbaladizo proceso de transferencia presidencial en la única superpotencia realmente existente, mientras seguimos sufriendo sus sacudidas, las dolorosas sacudidas de un imperio en su ocaso, no sabemos todavía las decisiones que nos van a golpear a los demás países y pueblos del mundo, pero podemos atisbar algo de lo que nos espera.
Desde que publiqué mis primeros libros de ciencia política y diplomacia hace varias décadas, siempre tuve la impresión de que intentar desbloquear nuestros contenciosos diplomáticos, el tema recurrente e irresuelto que no irresoluble de política exterior, se presentaba como tarea harto complicada, donde a la búsqueda de la deseable, necesaria armonía (hasta con h) se requiere compatibilizar la ortodoxia con la ‘realpotikik’. Y naturalmente, con el derecho.
Una de las manifestaciones tradicionales de la insuficiente técnica en política exterior de Madrid, consiste en dejar deteriorarse determinadas cuestiones hasta extremos de muy difícil o al menos, complicada reconducción, cuya virtualidad constituye un dato antes que un subdato y no requiere exégesis profundas para su constatación.
“Un proyecto de país”, así presentaban desde el ministerio de Asuntos Exteriores a la Presidencia rotatoria del Consejo de la UE. El período de seis meses durante el que esperaban que España brillaría ante la mirada de los 26 miembros restantes, cerrando acuerdos en proyectos de especial relevancia como el pacto verde y el pacto migratorio.
Ante las próximas elecciones y sus eventuales efectos, y sin perjuicio de elaborar después mi habitual balance sobre nuestros contenciosos y diferendos, los seis, los contenciosos de Gibraltar, el Sáhara, y Ceuta y Melilla, más los diferendos, Las Salvajes, Olivenza y Perejil, según mi clasificación no discutida, y no habiendo necesidad de reiterar porque lo he hecho 'ad nauseam' administrativa, mi condición de primer espada en tan trascendente materia.
Decía un político que para tartamudear más valía “mudear”. Eso le está ocurriendo a España en muchos aspectos de su política internacional, de la que no escapa la relacionada con Iberoamérica. Queremos estar, pero nos fallan los impulsos cuando hay que tomar medidas comprometidas. Es fácil repetir que hay que potenciar la comunidad iberoamericana. Lo que ya no es tan fácil es aclarar qué se entiende por potenciar.
La presidenta oficial del Perú viene chocando tanto con su propio pueblo como contra su vecindario internacional. Ella no fue el martes 24 de diciembre a la cumbre de la Comunidad de Estados de Latino América y el Caribe (CELAC) y, en vez de ello, realizó una conferencia de prensa donde provocó a Bolivia acusándola sin prueba alguna de estar tras las muertos que su propio Gobienro ha causado.
La política exterior del Paraguay fue acariciada por la esperanza de que este país vuelva a ser un pueblo digno de los grandes hombres que hicieron su historia por estas fechas. La sujeción a un confinamiento dependiente se quebró esta semana con las denuncias de Acevedo, quien dejó al descubierto las pretensiones imperiales de una nominal república como Brasil, a la que siglo y medio atrás el pensador Juan Bautista Alberdi calificó como una monarquía europea reinante en América.
La política exterior del Paraguay, que comenzó con la difícil tarea de recomponer las relaciones del país con los demás Estados del Mercosur y asegurar el apoyo político de los estados miembros de Unasur después de la destitución de Fernando Lugo el 22 de junio del 2012 (que fue interpretado por los países de la región como un quiebre institucional propiciado por el Congreso Nacional), ocupó buena parte de la tarea del Ministerio de Relaciones Exteriores.
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