Una de las manifestaciones tradicionales de la insuficiente técnica en política exterior de Madrid, consiste en dejar deteriorarse determinadas cuestiones hasta extremos de muy difícil o al menos, complicada reconducción, cuya virtualidad constituye un dato antes que un subdato y no requiere exégesis profundas para su constatación. No sería difícil en verdad figurarse los juicios de valor de los maestros internacionalistas españoles del XVI, cofundadores del derecho internacional al más noble de los títulos, con la introducción del humanismo en el derecho de gentes, en aquella España primera potencia planetaria, al contemplar el atolladero, el desaguisado en el obligado eufemismo, en que nos colocaron los estrategas directivos del franquismo, y los anteriores claro, sin que los sucesivos gobiernos, es de suponer que con algún que otro émulo de Metternich en sus filas, unos más y otros menos, les hayan enmendado la plana en los términos que corresponden. Y así hasta la situación actual, de la que resulta imperativo salir cuanto antes, en base al argumento primario del respeto a los principios y responsabilidades. Del cumplimiento del derecho, nacional e internacional.
Hoy nuestros contenciosos diplomáticos (cuando se tradujo un clásico mío, sugerí the contentious ones antes que el manido y genérico International disputes, por su superior pertinencia) arrojan en general un déficit asaz agravado y creciente. Pero por eso mismo, queremos creer, enmendable. Ese es el punto ahora, negarse a aceptar esa especie de tendencia inercial cierto que parcial, a procurar revertirla en lo que proceda, cuando forzados casi desde siempre a jugar con las negras en el proceloso tablero de nuestras controversias territoriales, las incuestionables y asimismo las que la ambivalencia de la política, que siendo interior presenta dimensiones exteriores, parece existir todavía un margen de probabilidades a fin de que pasemos a hacerlo con las blancas, a intentar llevar la iniciativa.
Ya no se trata, como he reiterado ad nauseam administrativa, de mis antiguos intentos para crear una oficina ad hoc -que sólo con Moratinos estuvieron a punto de materializarse, “lo haremos cuando yo sea ministro”, pero tampoco; asimismo intentó antes algo similar Morán, con su Comité del Estrecho, donde un reducido grupo de diplomáticos y militares/marinos nos ocuparíamos de ambas orillas pero al parecer una filtración a la prensa, el asunto era secreto, lo dejó en nonato- de hacer las cosas como es debido, para su tratamiento coordinado puesto que los tres grandes están entrelazados como en una madeja sin cuenda, donde al tirar del hilo de uno para desenrollarlo surgen automática, simultáneamente los otros dos. En la actualidad se ha llegado a un límite donde la cuestión radica en hacer lo que se pueda, y si bien es cierto que inmersos en una larga y complicada y crispada e inconclusa, dinámica electoral, no parece ser el momento idóneo, cuando el espacio para otros temas en el imaginario nacional se reduce considerablemente, las circunstancias mandan, se impone el pragmatismo, vertebrado en la técnica de la coyuntura. Esto es, el recordatorio, el aldabonazo por modesto que sea, como éste, que envío a diestro y siniestro -tema de Estado- desde profesionales a aficionados.
A la inaceptable situación actual se ha llegado por un cúmulo de circunstancias, las más, aunque no todas, previsibles, nucleadas por el movimiento sanchista sobre el Sáhara, que unido a la hiperdiplomacia secreta, con sus aditamentos, ha llevado la cuestión a la palestra. A lo que se suma la incapacidad, crónica y manifiesta, sobre Gibraltar, donde, si fuera lícito en este caso el vocablo, la inverecundia contraria reclama la evocación de Gondomar, “a Ynglaterra, metralla que pueda descalabrarles” y eso que todavía no habían tomado el Peñón. O la indolencia y la imprevisión, la pasividad, hasta el 2021 no se han incluido Ceuta y Melilla en el Plan de Estrategia Nacional; no parece fácil ciertamente felicitar a nuestros, numerosos, estrategas Y el persistente impasse en las negociaciones generales sobre las aguas territoriales, lo que conlleva en este punto concreto de los litigios territoriales, la no delimitación de las ricas aguas circundantes en el diferendo de Las Salvajes. Como en esa categoría de los diferendos, la indocumentación negociadora, que condujo a aceptar la salida neutral en Perejil, cuando parece existir, con fundamento, no un único, pero sí un mejor derecho de España. El de Olivenza no es jurídico, se inscribe en las relaciones de vecindad y desde ese animus debería de solventarse el incómodo, hasta cartográfico, statu quo.
Como vengo reiterando, España, a pesar de contar con unas credenciales impresionantes o quizá por eso mismo, a veces da la impresión de tener más dificultades que otros países de su nivel, no ya para para gestionar sino para localizar e incluso hasta para identificar, el interés nacional.
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