| ||||||||||||||||||||||
Sé que tengo una deuda con mis lectores porque en el año 2019, con motivo del recuerdo de la nefasta fecha del 23 de febrero de 1981, escribí un artículo rememorando algunos momentos dramáticos que me tocó vivir cuando el teniente coronel Antonio Tejero entró en el Congreso de los Diputados, revolver en mano y ordenando que todos nos tirásemos al suelo mientras resonaban los disparos de las metralletas.
Comienzo a escribir más o menos cuando, a esta misma hora, hace cuarenta y un años un teniente coronel de la Guardia Civil, bigotudo y pistola en mano, asaltó el Congreso de los Diputados, un triste espadón más de los que han proliferado a lo largo de la historia de la España más profunda, un salvapátrias de los que a lo largo del tiempo han querido hacerse un hueco en los libros de historia alcanzando un triste espacio en esa España de cerrado y sacristía que cantaba Machado.
Hoy hace 40 años que mis oídos oyeron por primera y única vez como suenan los disparos de las pistolas y las ráfagas de las metralletas. Antes solo los conocía por las películas del Oeste o por las escenas bélicas que aparecían en la TV. Luego supimos que se encontraron más de 40 balas de las cuales 23 impactaron en el techo y 13 en la zona de tribunas, a escasos centímetros de las cabezas de los diputados sentados en las últimas filas.
|