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Falla el sistema

Los jueces españoles han salido del sistema que hay en España, son fruto del sistema
Antonio Moya Somolinos
martes, 1 de mayo de 2018, 11:10 h (CET)

En estos días abunda la indignación por la sentencia del "caso manada", y junto a esa indignación aparecen ideas peregrinas tendentes poco más o menos a pretender sustituir a los jueces por las ocurrencias vertidas en twitter que le salga al primero que pase por la calle.


Es evidente que esta sentencia no es justa, pero no menos cierto es que la justicia debe ser administrada por técnicos en la materia, no por el primero que pase por la calle. La sentencia del caso manada no es mera ocurrencia; son 370 folios que suponen una elaboración pensada, apoyada en unos extensos autos en los que obran videos, entre otras pruebas. No es una sentencia superficial, pero salta a la vista que no es justa, y aunque el pueblo no sepa de derecho, hay en todo el mundo un sentido innato de justicia que en un momento como el presente, sale a relucir en forma de indignación generalizada. Algo ha fallado. ¿Qué es?


A mi modo de ver, ha fallado el sistema, pero también los jueces, que son producto del sistema.


El meollo del asunto es que los jueces han tenido que distinguir entre los conceptos de abuso e intimidación, y a partir de las pruebas que han dispuesto, parece ser que no han visto las condiciones de violencia suficientes que caracterizarían a los hechos para ser considerados como intimidación, según el título VIII del código penal. Y la cuestión ha quedado en abuso, castigado con pena inferior.


La pregunta que todo el mundo se hace es qué tiene que hacer una mujer acosada en una situación así para que se tipifique la acción que está padeciendo como intimidación: ¿Oponer tal resistencia que ponga en peligro su vida ante tales energúmenos? ¿O quedarse quieta, como mal menor, para, por lo menos, salir viva de esa situación, aunque con ello esta se califique de abuso y no de intimidación?


Complicado dilema para una mujer en tal circunstancia.


Y complicado dilema para un juez, que, al juzgar, debe tener en cuenta los principios de presunción de inocencia, de tipicidad y de legalidad.


A mi modo de ver, ha fallado el sistema. Ante una sentencia como esta, se percibe que ha fallado el sistema.

Para empezar, ha fallado el legislador. Una ley, forzosamente, es una expresión abstracta que debe aplicarse a situaciones concretas. Es imposible que el legislador pueda tener presente en la cabeza todas las aplicaciones futuras posibles de la ley que está elaborando. Al ser abstracta, la ley tiene vocación de tomar en consideración un amplio conjunto de situaciones futuras particulares. Pero es imposible que las abarque todas. Alguna se le escapará. Llegará un momento en el futuro, en el que, al aplicar esa ley, se verá que esa ley, en su letra, no tuvo en cuenta esa nueva situación, aunque intencionalmente sí la tenía.


Por eso siempre se dice que lo importante es el espíritu de la ley, más que la literalidad, y que la mejor interpretación de una ley es la que se obtiene de analizar o recordar o investigar en la voluntad del legislador.


El legislador es un ser humano, imperfecto, falible, cuya voluntad va más allá de su capacidad de expresarla en una norma literal abstracta, como es la ley que sale de sus manos. Es muy importante saber qué quería decir el legislador al promulgar la ley. Esto es fundamental para los jueces, pues un juez no está para hacer lo que le venga en gana, sino para administrar justicia apoyado en las fuentes del derecho, la primera de las cuales es la ley. Por tanto, el juez debe penetrar en la voluntad del legislador si quiere actuar de acuerdo al principio de legalidad.


Por supuesto, penetrar en la voluntad del legislador no es la simpleza de cotejar literalmente una norma con una situación. Es mucho más. Un juez no es un cotejador; es un profesional de la justicia, del derecho. La justicia no es una simple corrección de un examen tipo test; es más.


Ha fallado el legislador al hacer una ley que no ha contemplado explícitamente este caso por simple aplicación literal de la norma abstracta.


Pero también han fallado los jueces por no haber sabido leer la voluntad del legislador. La aplicación combinada de los principios de tipicidad y de presunción de inocencia han jugado una mala pasada en un caso extremo como este en el que la única manera de probar intimidación iría ligada a una muerte casi segura de la víctima.


Al parecer, los jueces han percibido la imperfección de la norma, pues han castigado a los culpables con la máximapena posible para los casos de abuso, 9 años de cárcel, mientras que la mínima pena en caso de homicidio hubiera sido de 10 años de cárcel, esto es, solo un año más. Parece ser que, mediante este procedimiento, han dejado entrever que ni ellos mismos están satisfechos de la sentencia emitida, pero que no pueden expresar otra, pues los principios expuestos no les dejan actuar de otro modo.


Por eso, me parecen superficiales esas críticas que se están haciendo a los jueces. No hay que olvidar que los jueces no pueden moverse por impresiones subjetivas o intuitivas de lo que cada uno entienda por justicia. También ellos se mueven en el sistema.

Es más, también los jueces son fruto del sistema. Un juez no se ha hecho él solo. Primero fue estudiante de Derecho en alguna facultad, luego hizo unas oposiciones, de acuerdo con un temario, unas normas, unos criterios y unos procedimientos selectivos. Luego tuvo un tiempo de formación específica como juez, y por último, ha tenido una experiencia profesional.


En un país en el que hay 74 universidades y en donde se emiten títulos universitarios como churros, es imposible que salgan profesionales selectos. Es un país en el que abundan los profesorcillos mediocres que a su vez forman titulados mediocres. Dígase algo parecido de las siguientes fases de formación de un juez.


Toda esta mediocridad lleva a que hoy día son muchísimos los profesionales del derecho que no saben lo que es el Derecho porque no han tenido nunca a nadie que les haya enseñado a filosofar y a pensar sobre el Derecho, y han terminado siendo meros cotejadores literales de articulos de leyes. Si a esto le añadimos que, para un jurista funcionario, la manera más segura de conservar el puesto y no tener complicaciones personales es cotejar la norma con el supuesto de hecho que se tenga delante, el resultado es una aplicación masivamente literal de las normas en todos los ámbitos de la Administración, también en la Administración de Justicia.


Buscar la voluntad del legislador es algo quijotesco: no es recomendable meterse en esos jardines habida cuenta de cómo está el patio. En todo caso, eso puede quedar para una tertulia de café en donde no pasa nada por hacer un brindis al sol. Pero siempre, los experimentos, con gaseosa, nunca con el puesto de trabajo, que es de lo que se come.

Este es el sistema que hay. Este es el sistema que nos hemos dado. De aquellos polvos, estos lodos. Es difícil pedirle peras al olmo. Los jueces españoles han salido del sistema que hay en España, son fruto del sistema. Si se le pide explicaciones a un juez, dirá que cambien la ley. Él ha actuado conforme a los principios y normas del sistema. Quizá por ello, el ministro Catalá ya ha comentado que va a haber que retocar el código penal.


Sin embargo, en mi opinión, se podría haber llegado a una sentencia justa, porque entiendo yo que no era necesario que hiciera falta una manifestación externa explícita de violencia para que se diera intimidación, pues la sola presencia intimidatoria de esos tipos, obcecados por la pasión sexual, ya habría sido entendida por el legislador como suficiente intimidación, con peligro mayor o menor de homicidio, como para no considerar los hechos como simple abuso, sino como intimidación.


Pero también hay que reconocer que ningún juez está obligado a sostener tal interpretación, y lo mismo él que otros, aquí nadie quiere ser Quijote, aunque todos los años por estas fechas se lleve a cabo esa gilipollez colectiva de la lectura continuada del Quijote, rodeada de solemnidad. No estaría de más, en vez de tanta tontuna, echarle un poco más de güevos al asunto y tener los cojones necesarios para actuar con la nobleza y la valentía del hidalgo de la Mancha, que sí tenía en valor la dignidad de la mujer, aunque a él le contaran las costillas.

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