No conozco ni sé nada de la vida de Don José Ignacio Landaluce. Naturalmente que sé que es el alcalde de Algeciras y que últimamente, por razones obvias, se habla mucho de él y de su labor al frente del consistorio algecireño volcado en atender a los muchos inmigrantes que cada día llegan al puerto de su ciudad. Pero no sé mucho más. Especialmente desconozco a que partido político pertenece. Y les ruego que me crean. Lo sabré en cuanto termine de escribir este comentario porque recurriré al “Tito Google”, que así es como le llama mi sobrina Juana Fernández, a la plataforma de Internet que, ¡válgame Dios! lo sabe todo.
Y he resistido la tentación de saberlo antes de empezar a escribir porque no quería que mi comentario quedara de alguna forma mediatizado por su adscripción política. Y es porque voy a hablar muy bien de él. De tal forma que si conozco previamente su filiación política, si es que la tiene ―bien podría ser “independiente”, ¿por qué no?― y resulta que es del PSOE, como yo, pues se me podría ir la mano en su favor. Y si por el contrario es miembro del Partido Popular, o de cualquier otro, podría retenerme de forma absurda en la alabanza y el reconocimiento que desde estas páginas le quiero ofrecer.
Una pincelada de historia Confieso que yo, como tantos millones de españoles, vivo pegado a la radio que es mi principal medio de información. Y lo oigo todo. Sí, todo o casi todo, porque gracias a ese maravilloso invento que es el podcast, grabo en el móvil las tertulias políticas que luego oigo mientras voy en el metro, mientras espero en la estación del AVE, en los aeropuertos o incluso en la cama, arriesgándome a sufrir las advertencias de mi mujer que me obliga a bajar el volumen de los auriculares porque dice que no la dejo dormir.
De esta forma, hace unos siete u ocho días, con motivo de la llegada al puerto de Algeciras de un gran contingente de inmigrantes, todos los servicios sociales, policiales y humanitarios se vieron desbordados. Fue en ese momento cuando el señor Landaluce hablaba por la radio dando cuenta del trabajo inmenso que habían desarrollado tanto las instituciones como los particulares en atender a los recién llegados. Confieso que me gustó la forma y el fondo del mensaje que el alcalde trataba de transmitir. Dijo que estaban al límite y alabó a los trabajadores del ayuntamiento por su dedicación sin poner límite de horas en su trabajo. Y describió el trabajo de algunas organizaciones humanitarias y de ONGs de la ciudad que sin descanso ayudaban a los recién desembarcados dándoles comida, ropa y, sobre todo, calor humano. Y hasta él mismo se confesó ser un colaborador más porque se puso al volante de su coche ―creo recordar― para hacer de transportista y llevar personas y enseres de un lado para otro.
Pero he aquí que de pronto el señor alcalde hizo una pausa, enfatizó un poco la voz y dijo, más o menos lo siguiente: Quiero señalar la extraordinaria colaboración que han prestado a los recién llegados la comunidad gitana de Algeciras. Los gitanos de nuestra ciudad se han volcado. La comunidad gitana que participa en el Culto de su Iglesia ha dado un ejemplo de entrega, de solidaridad y de ayuda sin límites a quienes ellos veían más desvalidos o desamparados. Quero ponerlo de manifiesto porque es de justicia hacerlo”.
Pero las palabras del alcalde no eran producto emocional del momento Imagínense el impacto que me causaron estas palabras. Especialmente en estos momentos en que estoy recién llegado de Roma, después de pelearme con los racistas del Gobierno italiano encabezados por el nazi ministro del Interior, Matteo Salvini, que quiere hacer un censo de los gitanos residentes en Italia para expulsar a todos los que no pudieran acreditar su condición de italianos a los que, dijo el inicuo racista, “a esos nos los tendremos que quedar”.
Pensé en escribirle unas letras de agradecimiento al alcalde algecireño, pero la vorágine de vida en la que uno vive me impidió hacerlo de forma inmediata con lo que mi deseo quedó en el cajón de los buenos propósitos.
Pero resulta que esta mañana, escuchando la radio, he vuelto a oír a Don José Ignacio Landaluce a propósito de la llegada del buque de la ONG Proactiva Open Arms en el que viajaban 87 emigrantes rescatados en aguas del Mediterráneo, frente a las costas de Libia. En el barco venían 12 menores de los cuales seis no estaban acompañados. Cinco provienen de Sudán y uno de Gambia. Y de nuevo ha hecho referencia a la colaboración de la comunidad gitana en las tareas de atención a los centenares de inmigrantes que casi diariamente llegan a sus costas. Tengo información de que cuando el alcalde de Algeciras se refiere a los gitanos de su ciudad dice que “Hablamos de un colectivo humano unido, que cuida de los suyos y que además, se abre al conjunto de la sociedad algecireña, por lo que desde el Ayuntamiento queremos reconocer su trabajo”.
¡Que diferencia, Señor, con el comportamiento racista de otro alcalde, de un importante pueblo de una de las ocho provincias andaluzas, que arengó a sus conciudadanos desde el balcón de su ayuntamiento diciendo: ¡¡A por ellos, a por ellos!! Y que en la próxima manifestación, dijo, actuarían con más violencia marcando con pintura la puerta de las viviendas de los gitanos que obligarían a abandonar el municipio. Pero la justicia intervino y tanto el alcalde como los concejales que le secundaron fueron condenados a penas de cárcel.
Estos días se está imprimiendo el informe anual que desde la Unión Romani elaboramos señalando el tratamiento que recibimos en los medios de comunicación social. Desgraciadamente podemos comprobar, una vez más, que existe en nuestro país un espacio muy bien delimitado donde algunos periodistas vulneran todos los códigos deontológicos aceptados en el mundo libre que respeta los derechos humanos. De la misma manera que proliferan ciudadanos racistas, nazis de pensamiento y condición, que siguen condenando a las cámaras de gas letal de sus corazones a todos los que no son como ellos.
Pero, gracias a Dios, cada día existen más ciudadanos como el alcalde de Algeciras que con sus declaraciones contradice a nuestros detractores y suponen para nosotros la esperanza de que algún día no tendrán cabida en la sociedad libre y democrática políticos como el ministro Salvini o el que fue alcalde de Treviso llamado Giancarlo Gentilini, de la Liga Norte, que ha dicho en un mitin, ante miles de personas, que hay que eliminar —¿quiere decir asesinar?— a los niños gitanos. Este miserable presume de haber destruido dos campamentos de gitanos y se jacta pregonando que en su ciudad ¡¡ya no quedan gitanos!! Por todo ello, ¡Gracias Don José Ignacio Landaluce!
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