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¿En qué creer?

El hombre es el muro de carne que separa el Infierno del Paraíso
Ángel Ruiz Cediel
lunes, 6 de mayo de 2013, 13:20 h (CET)
Cuando ya no queda en qué creer, bueno es armarse de la fe en uno mismo. Las bandas políticas han secuestrado la realidad, y la patria es nada más que una meretriz a sueldo de los hampones. La sevicia de la ley se manifiesta exagerada contra los inocentes y las víctimas, y halagadora y risueña para con los criminales y los mafiosos. Malos tiempos para ser hijo, malos para ser amante de quien vende sus carne al mejor postor, y malos para creer en quien adora al infierno y a sus dioses negros. Se ha quedado sin Dios este rincón del Paraíso, y el diablo se ha hecho señor de este territorio.

¿En qué creer cuando las flores se marchitan y los vientos olvidaron nuestros nombres?… Debes ser socio emérito del hampa para tener un empleo a la tiniebla del Estado, y miembro del aquelarre demoniaco para tener opción de alimentar a tus propios hijos. Los votos se han convertido en la herramienta de las mesnadas bandoleras que negocian con la democracia una dictadura de ámbitos expansivos en los que solazar sus apetitos de tributos tramposos que atiborren sus bolsillos. La desolación adquiere pan ácimo y amargo. Las tinieblas de la marginalidad son el premio de los que confían en las familias de la omertá y la legislación artera. Las ubres de los rebaños ciudadanos son ordeñadas por los lobos hasta la sangre, pero los lobos no se hartan, y mientras ríen beben jubilosos de sus copas desbordantes de llantos, porque el dolor de los humillados regocija sus almas. La alta cocina cohabita con el hambre en las televisiones y los lujos desmedidos de los hampones con la mendicidad de los siervos contributivos. Las SICAVs eximen de responsabilidades sociales a las riquezas y cargan con sus débitos a quienes apenas sobreviven, atracan los bancos con las preferentes a los humildes, hurtan las policías que incumplen la ley para hacer cumplir las ordenanzas estableciendo la norma del tributo espurio, y se trapichea desde el poder organizado de las familias de la cosa-suya, vendiendo por una corrupción o por comisiones a trasmano los servicios y los bienes que fueron de quienes ahora son esquilmados. ¿En qué creer cuando la memoria se traviste de olvido?…

La carne está en compraventa, como siempre que la carne se deshabitó de alma. Los negocios de hoy son los países con sus ciudadanías. Faltan cárceles para los culpables, pero sobran prisiones para los inocentes. La supervivencia asesina fes y esperanzas, y los suicidios crecen, se desboca la tristeza y prolifera la miseria. Los capos de las bandas obedecen a ciegas a los capos de tutti capi alemanes de la Wehrmacht del IV Reich o de los mercados de Los 300, sacrificando en su honor al futuro y trayendo en su lugar pobreza y dolor. ¿En qué creer cuando el horizonte se entenebrece con sus ritos mentirosos, pero aún quedan muchos devotos que los rezan, siervos que los votan y estultos que los aplauden? Desde siempre la riqueza se ha cimentado con los esqueletos de los débiles, y las calaveras de los humildes han servido siempre como portavelas del poder. Las alfombras más cómodas a los pies de los verdugos fueron las de cabellos de los inmolados, y el mejor jabón para lavar sus inmundicias el fabricado con la grasa de los inocentes. ¿En qué creer cuando el cuchillo de la injusticia sádico siega las sonrisas?.

Las bandas políticas flamean sus banderas partidistas en las esquinas institucionales, como filiales de las bárbaras bandas germanas. Quien vende seguridad hoy es quien antes nos inundó de pánico, y los que imponen soluciones son los mismos que nos crearon el problema. Las cárceles son para los inocentes, las leyes para mantener al rebaño cautivo de los lobos, y las promesas electorales el refrigerador que mantendrá fresca las carnes que irán devorando en un porvenir de festiva antropofagia. Mala cosa que los jueces sean mayorales y que los fiscales sean pastores que trabajen para sus señores, los dueños del rebaño. La esperanza queda más lejos que las majadas del expolio, al otro lado de un agónico sol negro, tiznado de miedo, látigo y muerte lenta. Hay perros que aúllan siniestros en los ministerios, y bestias feroces que muerden impiadosas por un salario a los que se desmandan o protestan. Gray State. Los imperios siempre tuvieron sus centuriones, sus pretores y sus patricios. Roma vive, late el IV Reich y se estremecen vigorosos los altoparlantes que difunden las consignas de la dictadura del terror. ¿En qué creer cuando nos desvanecemos?

Ha llegado la noche más siniestra. Todo, todo es mentira. Incluso sus verdades. Sobre todo, sus verdades. La luz se esconde en algunas almas solamente, pálidamente asustada. No te muestres, no demuestres, no te expreses. Presérvate para la hora. El reloj de la realidad hace tiempo que no funciona, pero hay una hora exacta en que no miente. Engaña menos un reloj detenido que uno que adelanta un segundo por siglo u otro que se retrasa una milésima por milenio. Deja que ondeen las banderas de las bandas políticas en los torreones de los palacios infernales, y refúgiate en los sótanos de la luz viva, en la última partícula de esperanza, porque pronto llegará el tiempo. ¿En qué creer cuando los dones abaten a las mariposas y los misiles a los jilgueros?.

Ni el tiempo ni la vida hacen sombra; falible, la hacen los hombres, su carne. ¿En qué creer cuando se pierde la esperanza en los que pastorean? ¿Qué esperar cuando se pierde la fe en los que nos traicionaron?… Y no por más cantar, traen las alondras la madrugada. Presérvate para la hora del amanecer. Invéntate. No te desvanezcas porque, si lo hicieras, se desvanecería el muro de carne que separa el Cielo del Infierno, y se llenaría de ascuas el Paraíso y de plumas de ángeles las profundidades del Averno.

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