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La justicia y la venganza

Dicen los jueces que justicia no es venganza, tratando de confundir así el clamor ciudadano que exige mano dura y ejemplar contra los delincuentes poderosos, ricos, políticos y los mismos jueces y fiscales que, valiéndose de su posición, han delinquido y no devuelven el fruto de su latrocinio
Ángel Ruiz Cediel
lunes, 20 de mayo de 2013, 09:52 h (CET)
Cualquier mando intermedio de cualquier empresa sabe que es mejor una solución a tiempo que una buena fuera de hora; es más, una solución fuera de tiempo, supone un mal irreparable. La Justicia, igualmente, para que sea justa debe ser muy ágil y equilibrada, además de extraordinariamente retributiva —reparación del dolo o daño infligido a la víctima— y aleccionadora, para que los delincuentes sepan que tendrán que responder de sus actos exactamente en la misma medida pero en sentido contrario. Ninguno de estos principios son aplicables a la Justicia española: ni es ágil, ni es justa. Los delincuentes, si son poderosos, ricos o políticos, no solamente manipulan y se sirven de la justicia, sino que apenas si son castigados respecto del resto de los ciudadanos —en el supuesto de ser detenidos, lo que ya de por sí es rarísimo—, y jamás reintegran o reparan el daño infligido. Se van de rositas… y con los bolsillos bien llenos.

La justicia y la venganza son dos cosas distintas, solamente hasta cierto punto. De hecho, las leyes se promulgan con la doble intención de regular la cosa —cualquiera que esta sea—, a la vez que como advertencia a los ciudadanos de las consecuencias que acarrean su incumplimiento. La leyes, en la totalidad de los casos, son coaccionadoras previas de las conductas sociales impropias para los legisladores, a la vez que reguladoras de esas mismas conductas. Creer que la justicia no es vengativa —o aleccionadora—, es tan absurdo como ridículo; manifestarlo así, tal y como han hecho recientemente algunos jueces en los medios, un atentado a la inteligencia y la razón, y una desvirtuación falaz del verdadero propósito de la justicia: retribuir a cada quien con lo que le corresponde.

La única razón por la que la pena de muerte no goza del apoyo de las masas sociales, es porque cuando ha estado vigente la han utilizado los poderes fácticos para eliminar sistemáticamente a quienes eran incómodos para ellos, por lo común aplicándose solamente a los rebeldes y contestarios, y a los delincuentes de las capas más humildes de la sociedad, pero muy rara vez o nunca a los poderosos, políticos y quienes verdaderamente hacen inhabitable la sociedad. De otro modo, su aplicación no solamente sería estupenda y recibiría el aplauso generalizado, sino que sería un excelente sistema de depuración de responsabilidades y de autoregeneración social y hasta de depuración del género humano. Me resulta difícil de creer que alguien tendría inconveniente en se ajusticiara a un genocida o a un criminal de niños o a un proxeneta; de hecho, la indulgencia para sostener la vida de estos monstruos de la naturaleza, está fundamentada en el dominio del Mal sobre el Bien gracias a los políticos y los poderosos, y es aceptable socialmente hablando debido a la tardanza y al olvido que esta demora produce en la sociedad sobre los perversos actos del criminal. En frío, un delito puede ser un mal aceptable; pero no lo es cuando se considera el sufrimiento de las víctimas, y precisamente lo que se debería equilibrar y compensar es ese sufrimiento. Por ello, la justicia es frío no es justicia, sino injusticia.

O se está con la víctima, o se está con los verdugos: no hay más bandos. Parece un absurdo que se piense que se ha hecho justicia cuando los jueces, castigando con dos o cuatro años de cárcel —que será la mitad o menos los que cumpla el reo— equilibra los daños del criminal que ha segado una vida para siempre —que son mucho más de dos o cuatro años—, además de producir un sufrimiento tan enorme que ha causado la muerte y de haberle robado a la víctima todo lo que pudiera haber llegado a poseer él y todos los hijos tenidos o por tener, y los hijos de sus hijos, etc. ¿Ridículo, no?… Pues lo mismo sirve para los políticos y los ricos cuando obran como lo están haciendo en estos momentos que vivimos, sirviéndose de sus puestos de privilegio para delinquir y saquear el Estado, obligando a los ciudadanos no solamente a pagar el fruto de sus robos y abusos, sino también produciendo incontables víctimas no sólo por pérdida directa de recursos propios en los ciudadanos que suponen las subidas injustas de impuestos y las obligaciones que les fuerzan a asumir o sí o sí, sino también produciendo víctimas mortales entre la población como consecuencia de la desesperación que generan, llegándose en muchos casos al suicidio… o incluso al asesinato. ¿Y qué hacen los justísimos jueces?: les castigan a unos pocos años de cárcel, y los condenados —si llegara a haberlos que no suele haberlos entre estos depredadores— no tienen que devolver el fruto de sus robos ni que reparar daño alguno.

Es cierto que los jueces se limitan a aplicar la ley que está vigente, pero también lo es que no persiguen a los legisladores que hacen leyes injustas a sabiendas o por intereses espurios, y esto está tipificado como un delito severo…, e impune en la realidad. La justicia, así, se ha convertido en una herramienta de la corrupción, máxime cuando los jueces y fiscales, teóricamente uno de los poderes independientes del Estado, son elegidos y promocionados por los propios corruptos y las bandas políticas. La justicia, en consecuencia, no es sino una herramienta de los corruptos para aplicar leyes injustas que garantizan elevadísimos niveles de impunidad para los poderosos y son extremadamente seviciosas con los gobernados.

Los políticos se comportan más y mejor como bandas organizadas que como agrupaciones honradas que defienden modelos sociales. Sobran los argumentos para defender esto, pero baste con apuntar cómo se protegen unos a otros sus delitos de corrupción y qué fariseamente se rasgan las vestiduras ante los de los demás. La justicia, pues que estando ordenada así la sociedad sabe que tocan a reparto, sirve estos intereses espurios sin demasiados cargos de conciencia. Por esto no hay condenas para los corruptos, banqueros, políticos y altas autoridades del Estado, o son ridículas, aunque se les haya pillado in flagranti perpetrando sus latrocinios, con la agravante de abuso de poder por valerse de su cargo, lo que debería acarrear inherentemente la pena de alta traición. El resultado de todo esto, es ni más ni menos que opresión, porque los ciudadanos tienen las mismas sensaciones —incluso reciben los mismos daños— que cuando estaban en manos de dictadores sin escrúpulos que hacían lo que querían, sintiéndose dueños de haciendas, vidas y conciencias. La única diferencia estriba en la forma de llamar a las cosas. Los hechos son los mismos y los resultados, también.

La justicia, para que sea equilibrada y «justa», debe paliar el daño producido por el malhechor y, en la medida de lo posible, aplicar al infractor un daño semejante al producido. La corrupción avanza porque no tiene nada ni nadie que lo frene, pues que el corrupto, aun siendo enjuiciado y condenado, si es poderoso puede conservar sus bienes y propiedades; y avanza el crimen, sencillamente porque no son eliminados los criminales. Es más, parece que hoy el delincuente, lejos de recibir castigo, se le premia. Si quien perpetra un daño fuera castigado con ese mismo daño o mayor, o no saliera de la cárcel mientras el mal generado no fuera corregido y satisfecho, otro gallo nos cantaría. No basta con uno o dos años de cárcel, sino que es necesario que en el caso de un crimen la vida arrebatada sea reintegrada en su totalidad y el sufrimiento causado retribuido con gozo, sino también que el perjuicio económico causado sea compensado íntegramente… y con los intereses correspondientes.

Obviamente, la vida arrebatada no puede ser devuelta, ni el destino que le hubiera correspondido a la víctima saberse cuál hubiera sido; precisamente por esto, la libertad de estos delincuentes, y aun la conservación de sus vidas, es un lujo que dudo mucho que las sociedades puedan o deban permitirse…, a no ser que quieran estar tal y como estamos. Los delincuentes son tan prolíficos, que del futuro solamente puede esperarse lo peor, especialmente por cuanto entre bandidos no hay lealtad y terminarán no solamente convirtiendo en infecto cualquier acto de vida, sino mordiéndose entre ellos y conduciéndonos a los inocentes a la catástrofe más espantosa. A las partes enfermas de un cuerpo, es preciso aislarlas… o extirparlas.

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