¿Quién puede afirmar hoy en día, sin lugar a dudas, que una imagen cualquiera, hallada en un magazine encontrado o en una película programada en televisión, es real, real al 100%? ¿Y qué significa exactamente hoy la palabra realidad?
Los programas de edición y retoque fotográfico, y los que permiten la creación de imágenes e incluso mundos virtuales, han generado, como efectos "colaterales" a su función principal, la desconfianza creciente hacia las imágenes que nos rodean. Pero, ¿puede esa desconfianza penetrar, por una sutil ósmosis, a otros territorios, como por ejemplo el de la memoria? Gran parte de nuestros recuerdos están formados por imágenes, y en una sociedad donde las imágenes son el centro de las alteraciones digitales, ¿podemos confiar en las estampas de nuestra memoria, más aún, en las imágenes provenientes de nuestro interior?
Sitges 2013 viene atravesado, y no es novedad aquí, por un cuestionamiento de la realidad y su status, cuyo origen se encuentra en el cerebro humano. La ópera prima del español Jorge Dorado, Mindscape, propone un film de ciencia ficción en el que los recuerdos de una joven adolescente que se encuentra bajo sospecha de ser una sociópata, se volverán la clave para determinar su condición. La capacidad de manipulación del personaje que interpreta la actriz Taissa Farmiga sobre esas imágenes proyectadas, se convierte en el verdadero foco de debate de esta historia, con final-giro incluido, en la estela de Sospechosos habituales o, salvando las distancias, de algunos trabajos de Shyamalan. Y es que Mindscape tiene una clara vocación llamémosle internacional o llamémosle de cine "a la americana". Abrieron la vía de este tipo de producciones -cine de terror o suspense hecho con profesionales nacionales y producción extranjera, con factura espectacular y casting americano- Amenábar, Fresnadillo o Bayona. A unos les ha salido mejor que a otros la aventura americana y esa adscripción al canon de Hollywood. A Dorado le ha salido bien, su película convence, más allá de por sus logros de guión o por las interpretaciones, por la distancia justa en la que coloca la cámara y desde donde cuenta la historia, ajena al espectáculo vacuo de otras aventuras similares.
Real, de Kiyoshi Kurosawa es quizás todavía más explícita, en su título, acerca de su búsqueda. La propuesta recuerda a la soberbia Vanishing Waves, que pudo verse en la edición pasada del festival, con la que guarda un parentesco de hermana menor. Las imágenes del subconsciente son aquí el lugar de tránsito de los personajes y el material potencial de engaño. ¿Es más real la realidad exterior o la interior? ¿Cómo diferenciar ambas cuando la conciencia queda suspendida en un coma?
Sobre las múltiples realidades que conviven en uno mismo, esto es: mundanas, evasivas, constructos fantasiosos y auto-ficciones fetichistas, cuando no, ridículas, trata el film que firma Roman Coppola y que lleva por título (no poco largo): A Glimpse Inside the Mind of Charles Swan III. Interpretada por un Charlie Sheen tan crepuscular como inspirado, la propuesta de Coppola parece nutrida del cine de Gondry y Wes Anderson, o de la escritura de Charlie Kaufman. Quizás llegue un poco tarde a esa selecta fiesta de cine independiente, y con un traje un poco visto para la ocasión, pero llega con una borrachera tan grande y autoindulgente, que, la verdad, resulta bienvenida.
Y si de estados mentales hemos hablado, no podemos dejar de mencionar una película que es en sí misma un estado mental alucinado, una abstracción sostenida de unos personajes que conectan con algo que bien podríamos llamar eternidad, con la facilidad que en las películas de Almodóvar aparece un travesti. Se trata de Only God forgives, lo nuevo de Nicolas Winding Refn, director de Drive, y realizador más que convencido de sus habilidades: admirado de ellas. No le faltan motivos, Only God forgives camina en la fina línea que separa lo sublime de lo ridículo, y sale airosa del desafío propuesto. Arriesga con una fotografía colorista, satura pero contrasta: la interpretación contenida de Ryan Gosling colisiona con un universo de bajos fondos que expresa su desmesura en el color. Desvaría además con el espacio, tan recargado que resultaría risible, si no fuera por la violencia que acontece en su interior. Espacio que se libera de sus coordenadas, como el tiempo y las acciones, que colocan a los personajes más pegados a la calle y a la sangre en un territorio de onirismo y trascendencia que los convierte en seres trágicos y sobredimensionados, misteriosos esclavos de sí mismos y sus pulsiones. Lynch o Wong Kar-wai resuenan en un film que es puro montaje, simbolismos, música que sostiene y eleva, y desmesura estética a raudales. Una de las mejores películas vistas hasta la fecha en este Sitges 2013.
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