Un inconsciente sobredimensionado es siempre egocéntrico y el consciente no puede hacer nada, salvo preservar su propia existencia. El inconsciente es incapaz de aprender del pasado, de entender el presente y mucho menos, trazar la senda que conduzca hacia el futuro.
Este retrato robot, bien se le podría aplicar a ese gran hombre de estado y genio iluminado de la política que no solo afirmó que iba a hacer de España el jardín del Edén que dicen que Alá prometió a los musulmanes, sino, con su visionaria “Alianza de civilizaciones”, extenderlo a nivel planetario, como dijo en su momento Leire Pajín, una de esas morrallas desguazadas por la política que babeaban al pronunciar su nombre: José Luis Rodríguez Zapatero.
Hace tan solo unos días, los españoles de bien nos colocamos el lazo del dolor, ante las consecuencias de uno de sus delirios. Su negociación con ETA, primero encubierta, después negada y por fin abiertamente admitida.
En su megalomanía por pasar a la historia como el hombre que logró acabar con el terrorismo etarra, no tuvo el menor rubor en ponerse políticamente de rodillas ante los asesinos de tantísimos españoles, incluidos algunos de sus propios compañeros de partido y careciendo del menor atisbo de dignidad, implorar un alto el fuego, traicionando así el dolor y la memoria de tanta sangre derramada.
Claro que en cuestión de traiciones, la experiencia al PSOE le viene de muy lejos. En el tema de ETA, algo que ya nadie se atreve a negar, es que con mayor o menor intensidad, nunca dejó de negociar con la banda asesina, aun estando en la oposición, y traicionando el Pacto Antiterrorista firmado con el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar.
En el proceloso caminar por la senda de la mentira y la indignidad, José Luis Rodríguez Zapatero llegó a prometer a aquellos que habían bañado sus manos en la sangre de tantísimos españoles inocentes y servidores de España, derogar la “doctrina Parot”, que en la práctica obligaba a los asesinos a cumplir la totalidad de sus penas y para ello colocó en el Tribunal de Estrasburgo al juez Luis López Guerra, que fue vicepresidente del Tribunal Constitucional, consejero del Poder Judicial y diputado de la Comunidad, quien finalmente no se opuso a la sentencia contra España, ni suscribió ninguna de las propuestas que se oponían al fallo del Tribunal, para que quienes en la cárcel brindaban con champagne cuando sus compinches cometían un nuevo atentado, pudieran salir libremente a la calle con la risa hedionda de la mofa y el escarnio dibujada en su cara. Una risa que nos recuerda al aullido de las hienas.
"La justicia criminal es competencia de cada país miembro", habían sentenciado anteriormente los jueces de Estrasburgo en los sumarios de Kafkaris contra Chipre o de Hogben contra el Reino Unido. Sin embargo, para mayor sarcasmo contra las víctimas españolas, el fallo de la Gran Sala del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, consideró -por unanimidad- que en el caso de la terrorista vasca Inés del Río, condenada a 3.828 años de cárcel por 24 asesinatos, que España vulneró el Derecho a la libertad y a la seguridad de la que la prensa internacional ha sido calificada como “guerrillera”.
La obscena risa de esta asesina al salir de la cárcel, fue un escupitajo en la sangre de las víctimas, el dolor de sus deudos y la vergüenza que sentimos todos los españoles de bien.
Este es el resultado de la constante política demagógica y oportunista seguida en el problema separatista por los principales partidos, instancias e instituciones, algunas de las cuales, por su significada singularidad y misión, resulta dificil de imaginar. Porque en tan turbios asuntos como el del que hoy nos ocupamos, por acción o por omisión, todos son responsables del daño, del dolor, del sufrimiento, del miedo, la vergüenza, la desesperanza y la pena que anida en nuestros corazones.
En su infame sentencia, el Tribunal de los Derechos in-Humanos, ha negado todo derecho a las víctimas, para otorgárselo a los terroristas, violadores, criminales y asesinos. Es posible que la decisión se ajuste en términos literalmente formales a la legalidad, pero desde luego nada tiene que ver con la Justicia.
La legalidad depende de la exclusiva voluntad de mandatos legislativos o de decisiones normativas formuladas en base a la ideología de los partidos que ostentan el poder. La justicia pertenece al mundo de los valores. Ese universo que tiene luz propia, visión y una profundidad diferente, más alta, casi sublime, y que permite identificar si un hecho, aunque sea conforme a la legalidad establecida, sea injusto. La legalidad es cambiante. La justicia siempre será inmutable porque está basada en el valor de la dignidad humana, que es el que debería inspirar la esencia y sustancia del Derecho.
La tarea principal de la justicia, es sin duda, asegurar la equidad, el orden y la paz de la sociedad y sentencias como la dictada por el tribunal de Estrasburgo, solo son causa de divisiones y enfrentamientos, germen de ulteriores desórdenes sociales.
Pero ¿de qué justicia estamos hablando? ¿De la de Dios? ¿La de las personas? ¿La de la sociedad? ¿La del Estado? ¿La justicia de la Ley? ¿Cuál de ellas es la verdadera? En general, la justicia formulada por las leyes de los Estados, no son pocas las veces, que está inspirada en la parcialidad e iniquidad de arcaicos derechos históricos, ideológicos o electoralistas, con lo que al final se nos revelan como una auténtica injusticia.
Decía que en este tema, que desde sus orígenes germinó con gran opacidad en recatadas estancias desde las que derivó hacia la hediondez de las cloacas, todos, en mayor o menor medida, son responsables.
Sorprende extraordinariamente, la insólita y extremada celeridad con que, una vez hecha pública la sentencia, fue puesta en libertad la etarra en cuestión. No seré yo quien se muestre partidario jamás de no acatar una Ley, por perversa que esta sea. Habrá que cambiarla, pero mientras esté en vigor hay que acatarla. Sin embargo el Estado tiene mecanismos sobrados —y precisamente por respeto a la Ley, está obligado a utilizarlos— para antes de poner en libertad a un asesino tan peligroso como ha sido el caso, analizar con escrupulosa minuciosidad todos y cada uno de los beneficios penitenciarios que se le han concedido al reo. ¿Sabemos y estamos seguros de cómo, por qué, cuándo y bajo qué condiciones se han concedido esos beneficios penitenciarios? ¿Sabemos si se han concedido observando con todo rigor las condiciones que la Ley señala para concederlos? Ignoro si el Gobierno, antes de poner en libertad a quien lleva sus manos manchadas con la sangre de veinticuatro víctimas ha llevado a cabo este análisis, aunque tengo mis reservas dada la vertiginosa rapidez con que se ha tomado la decisión de su puesta en libertad. Si no ha sido así, desde mi punto de vista, ha hecho una grave dejación de responsabilidad. Quién sabe si efectuado dicha investigación, se hubiese podido descubrir alguna causa que hubiese podido evitar la excarcelación efectuada.
Como consecuencia de esta duda, un miembro del PP, textualmente me decía: “Pues mi voto no lo van a tener y como sabes soy concejal del PP, pero hasta aquí he llegado. Esto me ha superado. ¡Cuanto sinvergüenza! Yo no puedo abanderar esas siglas. ¡Ahora noo…! Y lo peor es lo que nos queda por ver. Empezarán a salir todos. Qué pena me da, de verdad. Luchar, trabajar… para ver esto. Me da mucha pena imaginar cómo se podrán sentir esas familias. ¿Dónde están los derechos humanos de esas víctimas? Y ¿para qué, César? Ayer se me vino todo abajo. A mi hoy me da vergüenza decir que soy un cargo público del PP. Esto a mí me ha superado. Nunca pensé que pudieran permitirlo y eso que ya hicieron algunas pero esto...”.
Con los hechos acaecidos, se demuestra palpablemente que la democracia te hace ciudadano, que no persona, que es lo que en realidad tiene valor. Como se ha demostrado sobradamente, un ciudadano en democracia, tiene un valor concreto específico. Es un valor muy exiguo. El de un voto. Las víctimas, como ya no votan… ¡Ni eso!.
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