El pasado 23 de noviembre acudí a la representación llevada a cabo por la compañía “La Soubrette”, “Orient Ópera Express”, y salí encandilado tras haber asistido a las interpretaciones de las dos grandes damas del bel canto que la conforman (Sara B. Viñas y Mª José Carrasco), dueto acompañado al piano por el excelente intérprete Carlos Martínez de Ibarreta.
Los tres mentados componentes del grupo artístico dieron buena cuenta de que, a fuer de ser sendos fantásticos intérpretes musicales, no quedan exentos de sobrada gracia interpretativa cuando de enmarcar las musicales interpretaciones se trataba, no en vano la opereta “Orient Ópera Express” intercala algunos parlamentos, que a la sazón ejercen de acotaciones tras de las que son insertadas las sugerentes piezas que conforman el conjunto: “Adieux de l’hotesse árabe”, de Bizet; “Plenivshis’ rozoy, solovey”, de Korsakov; “Troppo oltraggi la mia fede”, de Handel; “Signore escolta”, de Puccini; “Dueto les fleurs”, de Delibes; “Canzonetta sull’aria”, de Mozart; “Ombra mai fu”, de Handel y “Tu che di gel sei cinta”, de Puccini.
La obra transcurre en un plano bidimensional, en el que un eje medial separa las circunstancias y cuitas de dos mujeres (personajes-metáfora ambas) que hacen asimétrico el planteamiento escénico toda vez que las intérpretes, partiendo de vicisitudes muy parejas, encarnan rasgos culturales, cromáticos y emocionales harto disparejos, ya que, azotadas por la lógica de la clásica tragedia, comparten su viaje (o huida hacia adelante) en una armonía que se fragua tras confluir en un vagón de tren, cuyo trayecto discurre, como sus vidas, por inciertos y exuberantes parajes harto emparentados con los respectivos parajes interiores de ambas. El ritmo del tren ejercía en ocasiones de bajo continuo, armonizado en un conjunto ya de por sí dulcérrimamente bien empastado.
El acogedor entorno teatral, de escasas dimensiones, que acogía esta representación (la Sala Mayko/Artycular) acabó siendo sobredimensionado merced a las cotas de magnificencia obradas por las intérpretes y por el musical acompañamiento; todos, a su vez, obraron una escenografía deslumbrante desde la absoluta sencillez: con pocos elementos, pero muy afinadamente elegidos; en definitiva, suficientes para generar la atmósfera en que los allí presentes quedamos envueltos. Fue como si un sinestésico tul nos arropara sin remisión, al ser espolvoreado a discreción desde las gargantas de las divas un azúcar glaseado de irresistibles texturas fónicas.
El encuentro entre civilizaciones inserto en vaporosas insinuaciones de grande exotismo y poder sugeridor ejerce en esta obra de contrabasa para la ubicación de las tan irrebatiblemente fascinadoras piezas con las que Sara B. Viñas, magnífica escritora por otra parte, confeccionó el guión.
Asimismo la obra fue de gran amenidad, toda vez que María José Carrasco (el Agua) y Sara B. Viñas (la Arena) rompían la cuarta pared e interaccionaban en algunos momentos con el público, generando, de este modo, una conexión si cabe aun mayor a la ya de por sí propiciada por las escasas dimensiones del recinto, dentro del que todos, embelesados, asistíamos al cromático espectáculo de las voces de las cantantes, por su parte embarcadas, además de en un tren decimonónico, en la ejecución de afinadísimos crescendos y diminuendos, ora dulces, ora vigorosos, si bien imperando los primeros.
Cabe felicitar al festival “Lírica al Margen” y a la sala Mayko por propiciar tan encantadores espectáculos, y, por supuesto, a la compañía “La Sourbrette” por elaborar y compartirnos tan delicioso libreto.
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