Ni un empate es capaz de emborronar una exhibición. Hay encuentros imperiales que no se coronan en triunfo. Hay actuaciones corales, imperiales, con finales no deseados. Eso le sucedió al Real Madrid. Deslumbró y acabó sin premio. Durante 88 minutos, el grupo de Zidane mostró una versión inmejorable en su feudo europeo, zarandeando al PSG. Era un Real Madrid de un juego excelso y una ambición desmedida, tan característica de esos equipos capaces de conquistar todas las cotas deseadas. A esa actuación tan deslumbrante le faltó el broche, echándose el triunfo a perder en sólo dos minutos. Los goles de Mbappé y Sarabia contrarrestaron los marcados por Benzema. El consuelo está en los octavos, el Real Madrid ya cuenta con su billete después del empate del Brujas.
De verse entre tinieblas en París a verse en los altares en Madrid. En menos de 70 días. La metamorfosis del Real Madrid ha resultado primorosa. Hasta sorpresiva si retrocedemos en el tiempo. De un Real Madrid de escasa ambición y un menor juego se ha evolucionado a un Real Madrid con el que es obligatorio soñar. Es cuestión de continuar puliendo el diamante. Porque este Real Madrid ofreció una actuación deslumbrante ante el PSG. Lo zarandeó de principio a casi final, a falta de esos dos minutos fatídicos. Con anterioridad, se vio un Real Madrid físicamente superior; capaz de asociarse entre líneas; de subir en bandas; de presionar ordenadamente sin miedo a dejarse espacios; de tocar y tocar a velocidad. De sentirse superior, de gustarse y convencer a los parroquianos.
Estas nuevas señas de identidad se habían atisbado en el terreno doméstico; faltaba hacerlo en Europa. Y se hizo. Ni siquiera ese empate es elemento fuerte que discuta este extremo. El Real Madrid dibujó un encuentro de altura. Como en el primer tanto. Hazard, que empieza a ser Hazard, sentó a dos parisinos y cambió la orientación a banda derecha. Allí, entre Carvajal y Valverde fabricaron una jugada que acabó en los pies de Isco. El malagueño, que volvía a ser protagonista, se encontró con el poste. Benzema no perdonó en el rechace. Esa acción abrió una media hora de verdaderos fuegos artificiales.
Porque el Real Madrid ofreció un recital; en donde sólo Navas (ovacionado en su vuelta a Madrid) impidió que se dominio fuera más abultado en el marcador. El meta costarricense desesperó con sus paradas a Kroos, Marcelo y Benzema. Fue el único lunar a una primorosa media hora. Porque este Real Madrid cuenta con Casemiro, un poder sólido en las coberturas; con Valverde capaz de dar vitamina en la recuperación como de sumarse al ataque con criterio. La presencia de ambos libera a Kroos. El alemán está sublime, dando toque al esférico, creando juego y disfrutando de ocasiones. Hazard y Benzema se entienden con frecuencia y empiezan a hacer diabluras con su calidad en ataque. Era uno de los Real Madrid más corales que se recuerdan en el Bernabéu. No se depende de ningún futbolista franquicia. Todos aportan.
Esa misma historia se repitió en la segunda parte. El Real Madrid mantuvo su ritmo y Navas volvió a cruzarse en los caminos de Benzema e Isco. El PSG seguía vivo gracias a su portero, porque tácticamente tampoco era capaz de recuperarse. La entrada de Neymar supuso un impulso escaso, acabó diluyéndose como Mbappè. Es más, la presencia del brasileño acabó partiendo al cuadro parisino entre aquellos que defendía y aquellos que atacaban. El Real Madrid estaba cómodo, superior, y con los aficionados disfrutando. Más aún cuando, con ya Modric en el campo, Isco tocó de cabeza, Marcelo puso un centro templado y Benzema superaba a Navas. Era el segundo, ese ansiado tanto con el que coronar un grandioso encuentro.
Entonces, ese factor caprichoso del fútbol quiso tener su cuota de protagonismo. Dos despistes defensivos, dos balones sueltos, acabaron colándose en la portería del Real Madrid. En dos minutos, el Real Madrid dejaba escapar el triunfo, que no una gran exhibición de fútbol. Fue un escaso premio, una curva inesperada. Porque este Real Madrid había superado claramente al PSG. Los parisinos convirtieron sus dos mejores ocasiones, puesto que con anterioridad sólo un par de carreras de Mbappè y algún disparo de escasa pólvora. Ni siquiera el árbitro, al que el VAR rectificó, impulsó sus opciones con un penalti inexistente. Y de inexistente a pieza activa. Bale estuvo a punto de redimir sus pecados en el descuento. Una madera, un poste, evitó el tanto que sí hubiera coronado el encuentro. Como antes con Varane y Rodrygo. No tocaba ganar, sólo tocaba recordar a un Real Madrid imperial que se dejó empatar.
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