Germán Coppini inflama el meditado rictus de la muerte. Su inveterada voz, elegía navideña, nos
acompañará como Joan Fontaine o Peter O'Toole, fotogramas de un vencimiento anímico extraño y
recóndito.
"El azul del mar inunda mis ojos...", los tres fantasmas de Dickens han vuelto a recorrer los
dormitorios de los señores Scrooge de este mundo. Santa y abnegada voluntad la de estos espíritus,
que desde 1843 renuevan su mandato y son impelidos por el magín del autor inglés y lectores de
todas las edades, a no cejar en tan tenaz empeño navideño. Aquéllos -los poseídos por la ambición
desmedida- desatienden los emotivos recuerdos infantiles del pasado, no reprueban la desalmada
actitud en el presente y olvidan el inevitable acabose, memento, homo, quia pulvis es et in pulverem
reverteris. Soplo sobre mi mano, tras releer esta pequeña obra universal, con la intención malsana y
teatral -todo hay que decirlo, al menos como propósito de enmienda, y a pesar de la animosidad
festiva- de esparcir sus cenizas, procurando su extravío. No sea que la resurrección les premie con
otra vida en la que seguir pergeñando dolor y sufrimiento.
"... el aroma de las flores me envuelve...", la muerte nos premia con el silencio. Germán Coppini lo
hace con la resaca de su voz abisal. Resuena como la marejada: rumorosa en su amplio y espeso
registro hasta llegar a romper su desahogo, lamiendo con vigor el pie del acantilado. Señalaba sobre
su último trabajo discográfico, con el grupo malagueño Néctar, que no pudo estrenar en directo
aunque si en las redes sociales, "pop rock elegante, reflexivo y visceral". Las canciones son legados
de un tiempo generacional. Éstas serán póstumas. El cantante y compositor cántabro de raigambre
gallega, afirmaba sobre los momentos de efervescencia en los que inició su andadura musical con el
grupo gallego Siniestro total, "Vivíamos una época de euforia. Había muchas cosas fanzines,
nuevos programas de radio, sellos discográficos y había un denominador común: no había reglas.
Y si las había, nos la saltábamos a la torera, eso era lo excitante". El que fuera lector empedernido
nos deja como verso suelto, siempre a la espera de ubicarse en el poema.
"... contra las rocas se estrellan mis enojos...", la mansión arde sin remisión. Los alaridos de la
ama de llaves, la señora Danvers, se elevan en la siniestra noche entre voraces llamas. "Anoche soñé
que había vuelto a Manderley". Joan Fontaine realza el carácter recatado, temeroso y dubitativo de
la protagonista en Rebecca, que de por sí fue potenciado por el trato recibido de su pareja
cinematográfica, Laurence Olivier, y por el propio director, Alfred Hitchcock. La hermana pequeña
de Olivia de Havilland, con quien mantenía una dura rivalidad, era pura elegancia y fragilidad. Su
mirada tímida y obstinada recreaba una belleza enigmática y, sin embargo, familiar, que invitaba al
espectador a congraciarse con ella desde un primer momento. Si bien consiguió el oscar en 1941
con Sospecha, dirigida también por el realizador británico, es en Carta de una desconocida, ocho
años más tarde, donde amplia su registro melodramático con el bellísimo texto del escritor austriaco
Stefan Zweig. Louis Jourdan la acompañó en esta ocasión. Intercambiamos los papeles. A modo de
evocación escribo este recordatorio que me envuelve de blanco y negro. Como la pantalla de aquel
televisor de válvulas, Vanguard, que con ceremonial científico abría mi padre por su parte
posterior. Con la mirada estupefacta le observaba como introducía con perspicacia su mano, para
luego comprobar que la imagen volvía temblorosa. Como la de aquella mujer rubia que en los ojos
de un niño parecía un ángel.
"... y así toda esperanza me devuelve." En aquella oscuridad las imágenes se proyectaban como un
auténtico fresco. Agazapados en las dunas, un grupo de hombres esperaba el paso de un tren que
apenas se distinguía en el horizonte. De entre ellos, sobresalía un hombre de tez blanquísima
ataviado de una inmaculada vestimenta árabe. La explosión retumbó en toda la sala. El tren
descarrilado se deslizó con tal precipitación que alcé las menudas y protectoras manos en un acto
reflejo de protección, creyendo que salía de la pantalla. Lawrence de Arabia ardía en mis ojos como
la arena del desierto que pisaba el dromedario que lo transportaba camino de la toma de Aqba.
Sevilla y Almería se sumaron a los escenarios en los que "el loco irlandés" nos brindó una
interpretación memorable. La épica y la leyenda forjadas por el plano cinematográfico de David
Lean en la fisonomía de un desconocido Peter O'Toole.
"Malos tiempos para la lírica". El poeta recibe Golpes bajos. Su palabra culmina en el inútil
combate que emprende desde la reflexión contemplativa. La belleza y la conciencia no es un
accidente aunque parezca incidental encontrarla de improviso. La poesía es flor de invierno.
Aparece milagrosamente como aquella canción que de forma inesperada nos rescata del naufragio
y nos hace coincidir en tiempo y espacio con nosotros mismos. Eco tardío de reflexión y
remembranza. La voz de Germán Coppini es copiosa lluvia que arrastra las hojas muertas del
acerado. Deliberadamente nos atrae para, una vez seducidos por su garganta de cristal de ámbar,
alumbrar la íntima palabra del desconsuelo. Otras -las hojas- seguirán desprendiéndose de los
árboles como versos hacia El viaje definitivo que expresara Juan Ramón Jiménez, "Y yo me iré. Y se
quedarán los pájaros / cantando. / Y se quedará mi huerto, con su verde árbol, / y con su pozo
blanco". "No fracasa en este mundo quien le haga a otro más llevadera su carga". El pasado año
2012 se conmemoró el centenario del fallecimiento de Charles Dickens. Si como bien manifiesta el
autor de Oliver Twist, la carga que otro nos aligera es menos pesada, no es menos cierto que la
lírica besa las heridas que aquélla comporta.
En el argot madrileño hay una palabra para designar a aquellos que hacen el “primo”, y el “panoli”; pues bien, no quisiera que por un exceso de caballerosidad, de fairplay o de condescendencia con el adversario político, el PP de Núñez Feijóo deje contar las atrocidades que comete el Gobierno de Pedro Sánchez. Vox tiene claro que va a contar y a denunciar cada barbaridad, cada atrocidad, cada charlotada de Sánchez.
La mezquindad y la mediocridad no son simples defectos morales individuales, sino que son fuerzas corrosivas que pueden fragmentar severamente el tejido social, minar el potencial colectivo y fomentar la alienación de las personas. Estas actitudes, al arraigarse en las relaciones humanas, bloquean todo tipo de cooperación puesto que desconfían del mérito de quienes puedan llegar a tener algún talento real que no sea chupar medias.
El Parlamento australiano ha aprobado la primera ley mundial que prohíbe el acceso a redes sociales a los menores de 16 años. Con la finalidad de hacer realidad la protección digital de los adolescentes y niños. Es una medida polémica, ya que puede parecer excesivo tomar una medida tan radical. La ley contempla multas de hasta unos 30,5 millones de euros para las plataformas que la incumplan.