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Tajo de agua en Castilla

Pedro de Hoyos
domingo, 23 de marzo de 2014, 11:42 h (CET)
Sobre el tajo de agua que hiende la meseta y divide la tierra queda todavía el surco que trazó la última barcaza. Se acaba el día y la bonanza se refleja en el agua, se prolonga hasta la agonía de la tarde y se pierde detrás de la recta interminable, donde el horizonte marca la caída del sol. Apenas ha tocado tierras de Cerrato y ya se aleja hacia Valladolid; con Tierra de Campos a sus espaldas el canal de Castilla navega camino del desenlace que como en los grandes libros sólo se desvelará al final.

Huérfano ya de viajes de trigo, con las esperanzas finalmente amarradas a las esclusas clausuradas y sin voces que lo despidan, el sueño de los ilustrados se dirige devorando pausadamente la tarde hacia la puesta del sol. Soledad se llama su camino y lo envuelve en una neblina de sosiego y calma que fluye con provocativa lentitud, nada parece cambiar en él pero nunca se detiene. Es la vida, es el canal, es Castilla. Enhiestos álamos enmarcan sus orillas, señalan al cielo elevándose ingrávidos y subrayan con motas doradas y ocres que el verano se va a acabar. De vez en cuando un alboroto vocinglero señala una despedida y un batir de alas inicia el adiós. Alguna pluma desprendida cae mecida en el vacío.

La luz apagada del final del día, blanco y dorado lo enmarcan todo, reverbera sobre ondas blandas y revuelve el reflejo en el agua. Todo se funde en el horizonte, allá donde el canal va a desaparecer, donde el sol busca ya su sueño terminado su camino, más breve cada tarde, más cansado y más otoñal. Pero no quiere despedirse el sol de tierras de Villamuriel y se amodorra en los árboles con llama débil y sosegada, queriendo prolongar la luz y alargar la vida. Las nubes, buscando en la compañía amparo de la noche, se amontonan en blancos y grises sosegándose a la espera del amanecer.

El agua, que a mis pies es serena, delicada y trasparente, se vuelve de acero cien metros más allá pero mantiene siempre la mansedumbre a que está acostumbrada. Remolonea y quisiera entretenerse contando al viento lo que lleva ya visto pero el canal es como Castilla, mansedad eterna y callado estoicismo, y jamás ha cuestionado a sus creadores cuál es su destino ni por qué sigue aquí. Ni una pregunta, ni una queja. Sólo silencio y eternidad.

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