JONATHAN SWIFT era sarcástico cuando acuñó su "propuesta modesta" consistente en que las parejas irlandesas obreras paliaran sus problemas económicos vendiendo a sus hijos como delicias para terratenientes ricos. Él aseguraba a sus lectores que los niños de un año de edad son deliciosos, "ya se preparen al vapor, a la brasa, cocinados o escaldados".
Uno de los principales hospitales de Inglaterra dispuso de los restos mortales de 797 nonatos en su propia caldera 'de ahorro energético', a cambio de un ahorro de 18,50 libras por cremación.
Así se las gastaba la sátira por el 1729. Imagine lo más escandaloso que escribiría hoy Swift — pongamos, una "propuesta modesta" del siglo XXI de utilizar los fetos procedentes de embarazos interrumpidos como recurso energético renovable.
Pero esto — sacado de un destacado publicado la pasada semana en el Telegraph, un periódico británico — no es sátira:
"Los restos mortales de miles de bebés procedentes de abortos naturales y embarazos interrumpidos se incineraban como resto biológico, llegando a utilizar parte para la calefacción del centro hospitalario, concluye una investigación. Las gestoras [del Servicio Nacional de Salud Pública] han admitido estar cremando restos fetales junto a las basuras, al tiempo que otros dos centros utilizaban los cadáveres en plantas 'de reciclaje energético' que generan luz para la calefacción… Los restos mortales de al menos 15.500 fetos fueron incinerados por 27 gestoras del Servicio de Salud sólo durante los dos últimos años, ha sacado a la luz el programa del Canal 4 'Dispatches'".
En Addenbrooke, un hospital de Cambridge, Inglaterra, los fetos procedentes de 797 abortos naturales y embarazos interrumpidos fueron quemados en unas instalaciones diseñadas para generar luz y calor. Los formularios entregados por el centro a las pacientes sólo especificaban que los restos serían "incinerados". Por lo demás, según la franja del Canal 4 que dio a conocer la crónica, el personal sanitario era de lo más ingenuo. Tras sufrir un aborto natural, recuerda a los 35 años de edad Cathryn Hurley en una entrevista, preguntó a la enfermera lo que pasaba con el bebé que acababa de perder. A ella le dijeron que sería incinerado junto a los restos biológicos clínicos de la jornada.
"Fue algo verdaderamente difícil de escuchar", dice Hurley, con voz temblorosa. "Porque para mí, no eran la basura que se sacaba. Se trataba de mi bebé. Habría estado bien haber tenido alguna especie de elección a propósito — para, más o menos, despedirme de la vida de ese bebé — y el centro hospitalario no nos ofreció esa posibilidad".
El trabajo de investigación provocó indignación, y las autoridades británicas condenaron rápidamente la práctica. Claramente, la idea de cremar restos de bebés procedentes de abortos para calentar centros hospitalarios horroriza a muchos. Pero con igual claridad no horroriza a a todo hijo de vecino, o no habría habido escándalo que destapar.
Un portavoz del hospital de Addenbrooke declaró al Daily Mail que el centro solía disponer de los restos fetales de forma digna en el Crematorio Municipal de Cambridge. Cambió de estrategia para utilizar el propio incinerador del centro — el mismo que incinera la basura y ahorra luz — cuando el crematorio subió los precios. Los administradores del hospital se enfrentaban a presiones presupuestarias, y tenían que ser "escrupulosos en el uso de los limitados recursos".
Desde el punto de vista estrictamente útil, ¿por qué no? El hospital no sólo se ahorra 18,50 libras por cremación, sino que también ayuda a rebajar la factura de la luz. Al feto no le representa ninguna diferencia la forma en que acaban sus restos. ¿Por qué debe suponer una diferencia para nosotros?.
La respuesta solía ser evidente en sí misma: Los restos humanos son más que simple carne, más que un organismo entre todos los demás organismos. La muerte no nos transforma en "restos biológicos" idóneos para el reciclaje o la calefacción de un circuito industrial. Los seres humanos tienen un cáliz moral; eso es lo que nos distingue de cualquier otra criatura. Es la razón de que los derechos humanos sean intrínsecos y universales, de que la vida humana deba ser tratada con dignidad — y de que los restos humanos deban ser tratados con dignidad cuando fallecemos. Y sí, es la razón de que hasta los restos de un bebé nonato deban ser tratados con respeto.
Pero vivimos tiempos de deshumanización. Nuestra cultura facilita burlarse de la desfasada noción de que en todo ser humano hay la chispa de algo divino. Hace falta un decidido freno para no hastiarse ni insensibilizarse progresivamente, o dejar que el excepcionalismo humano se vea reducido a poco más que una marca o un puñado de apetitos. Al reconocido filósofo de Princeton Peter Singer le pidieron hace unos años que identificara un valor actual que desaparecerá a lo largo de la próxima década. Su respuesta: "El carácter sagrado de la vida". Adelantaba el día en que sólo un puñado de excéntricos defenderá "la opinión de que toda vida humana, desde el momento de la concepción al de la muerte, es sagrada". Eso, en opinión de Singer, supondrá un avance. El mismo influyente pensador sostiene que no tiene nada de malo inherentemente cultivar niños para disponer de sus órganos, o permitir que los menores discapacitados sean sacrificados antes del primer mes desde su nacimiento.
Todo puede racionalizarse, incluyendo la conveniencia económica de calentar los centros hospitalarios con fetos muertos. Pocas veces nuestra humanidad es más que una delgada pátina, y hace falta un esfuerzo mucho más pequeño de lo que la mayoría pensamos para desprenderla, sacando a la luz el barbarismo que hay debajo.
|